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El hombre que devolvió la libertad a Polonia

Juan Pablo II y Ronald Reagan establecieron una alianza que venció al comunismo en Europa

El hombre que devolvió la libertad a Polonia ap

ramón pérez-maura

Fue un santo. Y así será proclamado hoy en Roma. Pero fue un santo que libró una difícil batalla. Una lucha política por devolver a Dios al centro de la vida pública. Y sabía que para lograrlo tenía que contribuir a devolver la libertad a unos pueblos sojuzgados por el comunismo. Ningún dirigente occidental antes que él se atrevió a cuestionar el statu quo surgido de la Segunda Guerra Mundial. Él venía a remover los cimientos.Helmut Kohl gusta referir que cuando visitó al Papa en el Vaticano por primera vez se refirió a Polonia como «Europa del Este». Empleó el lenguaje de la Guerra Fría. El de los comunistas como Gorbachov y sus predecesores. El Santo Padre lo interrumpió de inmediato: «Polonia no es el Este, es Europa Central», corrigió al canciller. Y en Polonia empezó la batalla para liberar a Europa de la participación soviética en la victoria de 1945 frente al nazismo. Porque el papel jugado por los soviéticos en la victoria sobre el nazismo dio a Moscú el control sobre un vasto imperio europeo.

Los comunistas siempre supieron el enemigo que para su modelo social representaba la Iglesia católica . Como recuerda el senador Mieczyslaw Gil, «en el referendo de 1946 en el que se instauró el nuevo régimen, Cracovia, la antigua capital de Polonia, votó en contra. Pero el resultado fue falseado» -como en tantos otros referendos celebrados bajo ocupación-. Y en el afán por cambiar la esencia de Cracovia y de Polonia, el Partido Obrero Unificado Polaco (el partido comunista) decidió fundar en 1949, en los márgenes de Cracovia, una nueva ciudad.

Nowa Huta estaba llamada a ser «la ciudad sin dios». Su nombre significaba «Nueva Acería». En ella trabajaría siete días a la semana un nuevo hombre: sin familia ni dios. A partir de 1951 se erigió la ciudad con rapidez, pronto igualando las dimensiones de Cracovia. Pero los trabajadores no se plegaron. Y a partir de 1963, un año después de convertirse en arzobispo titular de Cracovia, Karol Wojtyla empezó la batalla de Nowa Huta. Primero, plantando una cruz en un descampado. Después, celebrando la Misa de Gallo cada 31 de diciembre al aire libre en ese mismo descampado. Al fin, en 1967, se otorgó el permiso de construcción del templo, pero el arzobispo tuvo que seguir oficiando al aire libre hasta que consagró «El Arca del Señor» en 1977. Fue una pequeña primera victoria frente al régimen.

Se entiende así más fácilmente que el 16 de octubre de 1978 la televisión polaca tardase dos horas y media en informar al país de que el arzobispo de Cracovia, cardenal Wojtyla, había sido elegido Papa . El comunismo nunca fue generoso en el trato de las victorias de sus rivales.

«El cambio llegó en 1979, el día de su primera visita a Cracovia»Uno de los primeros objetivos de Juan Pablo II fue volver a Polonia. Volver a la sede arzobispal de la que había salido. Todavía tardaría casi ocho meses en poder hacerlo. Hoy por hoy, su entonces secretario Stanislaw Dziwisz, hogaño cardenal arzobispo de Cracovia, no tiene ninguna duda: «El cambio llegó por fin a Polonia en 1979, el día de su primera visita a Cracovia.» Esa fue la primera gran victoria. El senador Jan Rulewski recuerda muchos detalles de ese momento. «En aquella visita yo puse una bandera de Polonia en mi balcón. La Policía me ordenó que la retirara.» Y recuerda el calado de las intervenciones públicas de Juan Pablo II: «Empleaba un lenguaje simple para mensajes importantes. Buscábamos segundos significados en sus palabras».

En esa idea coincide el profesor Wladyslaw Bartoszewski. Él recibe en su despacho en la cancillería del primer ministro. Esta fue la oficina de Tadeusz Mazowiecki cuando era jefe del Gobierno polaco. A sus 92 años Bartoszewski repasa un siglo de historia polaca hablando más rápido que Manuel Fraga. Su experiencia como periodista, miembro de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, presidente del Pen Club polaco, senador y ministro de Exteriores, hace que el primer ministro Donald Tusk siga contando con sus servicios. Recuerda Bartoszewski: «En 1979 casi un millón de personas acudieron a ver al Papa. En sus homilías no hizo referencias a las políticas del presente. Pero todo el mundo le entendió. Las últimas palabras de la liturgia en Varsovia fueron: «Padre, ven y renueva la faz de la Tierra. ¡De esta tierra!». Todo el mundo entendió lo que estaba diciendo. En un año nacía Solidaridad y se afiliarían a ella diez de los 31 millones de polacos. Lo que equivalía a la totalidad de la fuerza laboral existente».

Pero Juan Pablo II sabía que necesitaba un aliado para vencer al comunismo. Y lo encontró en Estados Unidos. El cardenal Dziwisz lo afirma taxativamente: «Ronald Reagan y Juan Pablo II trabajaron juntos. Analizaban la escena internacional de manera muy similar». Y Bartoszewski da un contexto más amplio: «La colaboración de Estados Unidos fue muy relevante. El nivel de su cuerpo diplomático en Polonia era muy alto. Estaba formado por funcionarios de origen polaco, en su mayoría judíos y aristócratas. Y solo en Chicago hay un millón de polacos».

Así que Juan Pablo II buscó en Ronald Reagan un aliado para acabar con el comunismo. Reagan, hijo de un trabajador católico irlandés, no era católico él mismo. Pero al llegar a Washington en enero de 1981 entregó su estrategia de política exterior a un pequeño grupo de católicos: el secretario de Estado Alexander Haig -que tenía un hermano sacerdote-, el director de la CIA William Casey, el consejero de seguridad nacional Richard Allen, su sucesor en ese cargo el juez William Clark -que fue seminarista- y el embajador volante de Reagan, Vernon Walters. Durante cuatro años, Walters visitó al Papa entre tres y cuatro veces por año. Le llevaba fotos de satélite e información confidencial sobre los movimientos de las tropas soviéticas en Europa. Y en un momento en que la mayoría de los obispos norteamericanos denunciaron la «Iniciativa de Defensa Estratégica» -vulgo «Guerra de las Galaxias»- por considerarlo un programa «guerrerista», Walters consiguió que el Papa no respaldara nunca a sus obispos. Así Reagan pudo llevar adelante una iniciativa que fue la que finalmente derrotó a una Unión Soviética quebrada, que de ninguna manera podía competir en una carrera de armamentos espaciales.

Juan Pablo II creía que la libertad y el Evangelio eran indisociables. E hizo todo lo que estuvo en su mano para devolver esa libertad a Polonia primero y al resto de Europa después. Convirtió a la Iglesia polaca en un punto de encuentro. Como asegura el senador Rulewski, «se habla del integrismo de la Iglesia en Polonia, pero la Misa era también un punto de encuentro para no creyentes, como Adam Michnik y la izquierda laica».

Karol Józef Wojtyla, conocido en su juventud como Lolek y que reinaría sobre la Iglesia católica como Juan Pablo II. El hombre que en 1968, siendo ya cardenal de la Santa Madre Iglesia, declaró: «No estoy muy interesado en la política».

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