Gota a gota

Ojos que no ven

Un invidente puede que vea la Semana Santa mejor que todos nosotros

HACE días que llegaron a la Veracruz para participar en el ritual del Viernes de Dolores. Pero ya nada es como antes. La pandemia les ha dejado sin ese momento en el que el evangelio les llegaba no por los oídos sino por el tacto. ... Sí, por el tacto. Sin virus en nuestras vidas ellos podían recorrer con las manos el cuerpo del Cristo doliente versículo a versículo para entender en la piel de madera todo el relato de la Pasión. Las llagas, las heridas, las espinas, los clavos, la sangre derramada, la cabeza abatida sobre el pecho... Caricia del Santo Evangelio según San Mateo. Un invidente puede que vea la Semana Santa mejor que todos nosotros. Lo que falta por sentido corporal que no tienen lo compensan aumentando la capacidad de los otros. No veo, pero escucho, huelo, paladeo y palpo mejor que los videntes.

Saben que llega Santa Genoveva cuando escuchan el rezo de los vecinos que vienen detrás del Cautivo. Está la banda, claro, pero el ciego es capaz de percibir que hay una intensidad sonora por encima de las notas de una corneta. Es el fa bemol de la plegaria que se entona en clave de gratitud o de súplica, de ruego o de desesperación. Sin que tengan que echar mano del programa de mano de ABC, las personas que no ven conocen perfectamente el camino que lleva a San Vicente. Aunque la flor del naranjo hace días que se derramó por los adoquines, ellos pueden distinguir con nitidez el itinerario olfativo que les va a poner en la puerta de la Capilla de la calle Jesús o de la Parroquia del barrio por cuyas puertas se escapa el olor de los claveles frescos recién puestos o de la cera pura que antes de quemarse huele a zumo de flores. También la brújula del naranjo es capaz de conducirles al Barrio León, el vergel que Sevilla no perdió donde compite la blancura del azahar con la del palio de la Salud. La naturaleza también imita al arte. Llega el final del día y el invidente se acerca a la catedral de los sentidos que se abre a esta hora en la Plaza del Museo. Suena Virgen de las Aguas, huele a magnolio, se acaricia el terciopelo de la noche y se paladea la dulzura de una dolorosa que mira al infinito con sus ojos inmensos. No hace falta ver para saber que estamos en el paraíso.

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