EN CUARENTENA
Isabel
Descosida desde entonces, no ha podido encajar ese estruendo que hizo volar por los aires la línea biológica natural de la existencia y que le ha impedido marcharse antes que aquel al que parió
Sevilla
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Iniciar sesiónSe está haciendo tarde. Apenas queda ya luz natural pintando en claroscuro las fachadas de Triana. Su hija le insiste con sutileza, pero sus arrugadas manos se aferran al brazo del tresillo casi con la misma fuerza que su cabeza retiene el rencor y el ... dolor a partes iguales. El destino le golpeó hace varios años, justo antes de la pandemia, donde más daño podía causarle. La muerte de su hijo mayor tras años peleando contra un cáncer sigue martilleándole el alma a golpe de verso manriqueño sobre el sentimiento de pérdida. Rota, descosida desde entonces, no ha podido encajar ese estruendo que hizo volar por los aires la línea biológica natural de la existencia y que le ha impedido marcharse antes que aquel al que parió. Y en ese tormento, ha lanzado por la ventana casi toda la fe que había atesorado mientras su vástago vivía.
La resistencia es feroz. No quiere acompañar a la familia a ver el viacrucis del Cachorro tres calles más abajo. Hace cincuenta años del incendio que acabó con la Virgen del Patrocinio y quemó los pies al Señor, pero el fuego de la Yaya Maribel aún no se ha apagado. «Ya le recé mucho estos años y mira para lo que sirvió. Para nada. Se lo llevó y dejó a mis nietos sin su padre. No tengo nada que decirle». Desde el desgarro de su viudedad, su propia nuera trata también de convencerla. «Él nunca hubiera querido que estés así sino en paz. Sabes que era muy devoto y que lo que más desearía es que estés en la calle viéndolo pasar donde tanto le gustaba». La cerrazón se agrieta entonces levemente y la matriarca accede a regañadientes a bajar atravesando Pagés del Corro hasta llegar a Castilla ya con la noche reinando. Con las dos marías asidas para no perder la estabilidad, la parada definitiva se produce a unos metros del portalón de La O, justo en el momento de dibujar un perfecto paralelismo entre el trío de mujeres y los dos faroles a cada lado de la cruz de guía. La anciana lleva su propia cruz, pero calla, elige no objetar y espera frente a las Almonas a que llegue el crucificado en sus andas. Cuando la imponente efigie de éste ya asoma, alguien del cortejo deja el cirio en el suelo y le entrega una estampa con una frase del Evangelio de Juan impresa junto al Cristo de la Expiración. «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá». Su hija ha observado la escena y no puede evitar emular a su progenitora y romper a llorar. Pero ambas saben que algo ha variado. Dolorosa en carne viva y presente, Isabel acaba rompiendo su silencio. «Gracias, Señor, porque sé que él está ahora contigo».
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