SEVILLA Y AMÉN

Cautivos del tiempo

La voz del Villanueva se aflata en el silencio. Los costeros a tierra. ¡No enmendarse! ¡No achuchad! Y por la mejilla derecha se fuga la vida

MANUEL OLMEDO

Sobre la pared de la calle Romero de Torres, como si el propio pintor estuviese dando pinceladas de luz entre las nubes, la perspectiva es de apenas medio metro. La rendija que hay entre el farol de la puerta del templo y el naranjo es ... el espacio exacto del Cautivo. De su efímera soledad. La voz del Villanueva se aflata en el silencio. Los costeros a tierra. ¡No enmendarse! ¡No achuchad! Y por la mejilla derecha se fuga la vida. Luego, a lo lejos, el Señor camina con su túnica lisa en péndulo hasta no se sabe qué memoria. Y se amarra las manos al tiempo. Al del reloj y al de los satélites. Pero está prendido en el Tiro y en el Polígono y en el Tardón y en la calle Santiago. No tiene escapatoria. Santa Marta suspende porque la lluvia no deja que Cristo llegue al sepulcro. Sin embargo, permite que lo apresen. Y que Judas le dé su beso de traición bajo la petalada marchita de la Virgen del Rocío. Y que Caifás el saduceo, yerno del maldito Anás, lo mande ante Pilato con el izquierdo por el puente. Somos cautivos del tiempo, sí. Pero la eternidad dura una zancada, exactamente la que hay entre el farol y el naranjo.

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