Asuntos Internos
Rogelio Gómez 'Trifón': La asignatura más difícil
La primera túnica se la compró él, con lo que guardaba de las propinas que le daban por ayudar a su padre en la tienda de la calle Jimios, llevando encargos a los clientes y cestas de Navidad piramidales en una especie de isocarro
Sevilla
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Iniciar sesiónEra tan mal estudiante que solo aprobaba recreo y… bocadillo. No se le daban mal las matemáticas. Pero con las asignaturas restantes había roto relaciones por incompatibilidades manifiestas. Así que un día se armó de valor y le confesó a su padre que lo suyo ... no estaba en los libros y que el corazón lo empujaba a militar en la BBC. Y se declaró, como buen montañés del valle del Toranzo, baratillero, bético y currista. Con esas tres especialidades se sintió pertrechado para ganarle algunas batallas a la vida. Una de ellas, las de la fe, siempre la tuvo en la Piedad del Arenal, donde ha salido toda si vida desde que cumplió los cinco años, cuando los hermanos Manuel y Florencio Quintero lo metieron en nómina cofrade.
Hay por ahí una foto de chinorri, vestido con la túnica de sarga azul, con el antifaz levantado, dando constancia del orgullo baratillero que traspasaba el satinado de la imagen. Pero te cuenta que, por aquellos años, los niños del barrio salían sin la obligación de estar registrados en la hermandad y, por tanto, es posible que antes de los cinco años, Rogelio ya se estrenara como nazarenito del Baratillo.
La primera túnica se la compró él, con lo que guardaba de las propinas que le daban por ayudar a su padre en la tienda de la calle Jimios, llevando encargos a los clientes y cestas de Navidad piramidales en una especie de isocarro. Tiempos aquellos de una Sevilla más pequeña, más humilde y, quizás, mucho más feliz de lo que se le presupone. Rogelio se hizo tan baratillero que, sus horas de esparcimiento juvenil, una vez terminadas las obligaciones del tajo, se iba a embobarse con lo que les oía a los veteranos de la hermandad en alguno de los bares del barrio, El Punto o El Ventura, por ejemplo, donde se accedería a las claves internas del cofrade sevillano, a base de pescaito frito, barra de madera para acodarse y tinto del Aljarafe donde remojar la lengua en las pausas de hidratación.
De aquellas noches memoriza dos nombres de priostes ejemplares: Pepe Sevillano e Ignacio Pérez. Coincidió con Otto Moeckel, patrimonio de la hermandad en la que invirtió tiempo, trabajo y mucho dinero, para asombrarse de la personalidad singularísima del alemán. Medía con un pañuelo la distancia de las calles estrechas por donde pasaban los pasos y una noche, discutiendo la fiabilidad de la operación, un vecino se asomó al balcón para mandarlos a callar, que no son horas de dar esas voces. La mujer, que estaba asomada al mirador, le dijo que se callara, que eran los del Baratillo que medían la calle para ver si pasaban los pasos. El tipo cambió de palo a rumba y empezó a jalear a la madrugada: ole, ole, ole que va a pasar por mi calle el Baratillo… De don Otto aprendió algo que lleva a rajatabla: en una junta de gobierno se está para servir y no para servirse.
Fernando Moreno, otro baratillero destacado, dejó claro en una reunión de convivencia que, la hermandad más taurina de Sevilla es el Baratillo. Surgieron discrepancias lógicas en el debate. Pero Moreno aportó una prueba definitiva: la que revela el cuadro situado a la derecha del altar de la capilla donde se ve a San Pedro cortándole la oreja a Malco. Y con rotundidad y buen humor sustanció su tesis: ahí tenéis el primer corte de oreja documentada por la historia… De aquella BBC que define la ruta sentimental de la vida de Rogelio, la baratillera, la lleva abotonada al corazón con el sinfín de botones que lleva su túnica, estampa actualizada del modelo antiguo, tan parecida a la que hace años, muchísimos años, nos mostraba en esa fotografía que se hizo de chinorri. Desde entonces hasta hoy se ha empeñado en demostrarnos que es un baratillero cabal…
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