¿Ha ganado Casillas la batalla?

El portero gallego se ha mantenido en el Real Madrid poco más de un año. Regresó al club blanco en enero de 2013 después de su periplo por Villarreal, donde disputó 224 partidos en cinco temporadas, y Sevilla, con una participación menor. El guardameta volvió a vestir el color blanco gracias a Mourinho.

El portugués tomó una decisión cuya repercusión era inimaginable hasta para su ilimitada mente calculadora. En el fichaje de Diego López subyacía un asunto mayor: Íker Casillas no comulgaba con Mourinho , y a la inversa. El sentimiento de indiferencia era recíproco. La turbia relación entre ambos venía de largo.

En agosto de 2011 Mourinho sentó a Casillas por primera vez. Una llamada del capitán del Real Madrid a Xavi Hernández para pedirle disculpas por su actitud en los «clásicos» pudo ser la razón. Aquella temporada el Real Madrid ganó la Liga y los conflictos se diluyeron en el paraíso de la felicidad. Casillas continuó siendo titular.

El de Móstoles se había proclamado, por méritos propios, en único guardián de la portería blanca. No obstante, aquella discrepancia entre entrenador y capitán fue un indicio que marcaría el hilo argumental de esta maquiavélica y misteriosa trama, que, en ocasiones, parece estar escrita por Stephen King. Y es que hasta ahora se ha llevado «dos cabezas» por delante.

Diego López llegó al Real Madrid en un clima convulso . Casillas permanecía convaleciente tras recibir una patada involuntaria en la mano por parte de Arbeloa y su sustituto, Adán, no aprovechaba la oportunidad que el destino le había brindado. Mourinho vio la situación y apremió a la directiva merengue para que acometiera el fichaje de un guardameta. Llevaba tiempo intentándolo. «Si hubiese podido, le habría fichado antes», confesó el portugués tiempo después. 

Desde entonces una parte de la afición observó al gallego como una sombra que amenazaba el reinado del eterno mostoleño. El trono estaba en juego. El imperio, amenazado. El madridismo se fragmentó y su mirada se obnubiló.

Encuadró a cada uno en un bando, sin darse cuenta de que ambos habían nacido en lo más profundo de sus entrañas. Sangre de su sangre blanca. Casillas se recuperó de su lesión y se reabrió el debate. Pero ya era demasiado tarde. Mourinho estaba a punto de abdicar , y hasta el último aliento buscaba estar acompañado de sus fieles caballeros. Diego López seguiría siendo titular.  

El mecanismo de las catapultas se había activado y los proyectiles golpeaban los muros del Santiago Bernabéu. «Quizá Casillas quiere un entrenador más manejable». «Yo elijo quien juega porque soy el entrenador. Me gusta más Diego López como portero. Es simple», proclamaba Mourinho. Por su parte, el madrileño contestaba: «Con Mourinho discrepo en algunas cosas, pero nos llevamos bien».

El tiempo demostró que se trataban de palabras baladíes que buscaban mantener las apariencias y que nada tenían que ver con la realidad. En mitad del combate se encontraba Diego , que al final, como suele ocurrir cuando careces de armadura, se llevó la peor parte.

Después de un periodo de tensa calma, la rebelión se extendió a otros miembros del vestuario. La sublevación estaba en marcha y el Rey Mourinho, que había intentado gobernar con mano dura y sin miramientos, dejó el trono vacío. Se especuló con la posibilidad de que el gallego abandonase, pero prefirió luchar por un puesto en el equipo. 

El Real Madrid contrató a un «pacificador» para amainar el temporal. Ancelotti prometió gobernar con la compresión de los jugadores. No obstante, desde el comienzo sorprendió con una de sus decisiones. «Diego jugará la Liga e Iker, las Copas» . De nuevo, las nubes acecharon la casa blanca, que, cada vez más, necesitaba una mano de pintura para recuperar el color de su fachada.

El pueblo asumió la decisión del técnico italiano, pero cuando comenzaba el espectáculo ambos porteros estaban amenazados por otra clase de arqueros que asistían al estadio. Cada fallo bajo los palos era castigado con flechas de silbidos por parte de los aficionados y con la mirada de la indiferencia, las más cruel de todas. 

Las actuaciones de ambos eran juzgadas al dedillo . Los pulgares se alzaban con celeridad arriba o abajo dependiendo del espectáculo ofrecido. Por su parte, ambos porteros reflejaban en sus declaraciones palabras apaciguadoras. Nadie quería tensar la cuerda. «Siempre me he llevado bien con Casillas» , relataba el gallego. Los propios jugadores intentaron convencerse a sí mismos de algo en lo que no creían.

El ambiente que les rodeaba estaba envenenado . Y eso terminó afectando también a sus pensamientos. Finalmente, el culebrón termina. No sin antes llevarse la segunda cabeza de los tres protagonistas que conformaban esta rocambolesca historia. Está por ver en las próximas semanas si los guionistas de este relato desean continuar con la trama o ponen punto y final a la misma. Qué duda cabe de que todavía quedan muchos cabos por atar.  ¿Iker Casillas o Keylor Navas? Comienza la tercera batalla.