Conciertos
Juventude: un estado de ánimo que Sevilla echaba de menos
El pasado viernes, el grupo sevillano Juventude presentó su primer disco en una sala Malandar llena y ante un público entregado, en el que se podría considerar su primer concierto oficial como banda
Juventude, los «beatles mutantes» del pop surrealista sevillano: «Somos y queremos ser artistas, pero depende de la gente»
Sevilla
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Iniciar sesión«¿De quién es este móvil? En el pogo alguien ha perdido el teléfono, que levante la mano», pregunta uno de los trompetistas desde el escenario, justo al finalizar el concierto. Para que nos hagamos una idea: entre que esa persona entra por la puerta ... y pierde el móvil, pasa tan solo una hora. Pero qué hora.
Es viernes, es octubre y es Sevilla, y desde que abre la sala Malandar se empieza a acumular un runrún especial. Uno de esos que se siente de lustro en lustro. Se llena —claro que se llena—, sobre todo de gente joven. Tantas cosas se dicen últimamente de las nuevas generaciones: que no escuchan discos, que cada vez apoyan menos a los grupos emergentes porque solo siguen las playlist. Y sin embargo aquí están, barruntando un lololó en la garganta, codeándose con los de al lado, como avisando: «Cuidado, tengo el pogo fácil».
Por los altavoces suena la 'Cabalgata de las Valkirias' de Wagner. De hecho, como previa parcecen haber preparado todo un mix de música clásica. «¿Pero por qué suena esto ahora?», se preguntan algunos en primera fila. Es fácil: esto es un aviso, como un warning: cuidado, no te acomodes, vienen curvas inesperadas. Puede que Juventude acabe de sacar su primer disco —trece temas—, pero saben perfectamente lo que hacen. Tienen tablas, experiencia, han exprimido la escena sevillana de arriba a abajo, y desde luego no vienen de farol.
Pasan las diez de la noche y se nota cierta incontinencia en el público, un éxtasis colectivo que vibra con fuerza en la sala y que parece a punto de explotar, como una olla exprés calentada de más. Dan las diez y cuarto y el grupo sale a escena vistiendo unas máscaras —muy parecidas a las de Saw, por cierto—. De izquierda a derecha: Charlie Conradi a la guitarra, Nico González al bajo y a las voces, Ángel Barbero a los teclados, guitarra y también voces (cantan los dos en estos temas), y en el fondo Juan Rodríguez a la batería, cerrando la formación junto a dos trompetas que hacen a su vez de coristas. La primera en sonar es 'Dicen de ti', pero con una introducción nueva, muy sucia y distorsionada, que levanta al público de inmediato.
El primer pogo no se hace esperar: entre las primeras filas comienza un maremoto de codos, culos y manos al aire que remueve toda la sala Malandar de arriba a abajo. Desde el primer tema, el público corea y empuja al grupo. Pocas bandas pueden presumir de empezar un concierto desde arriba. Lo normal es que la cosa se vaya templando, calentando, que el hielo se parta por la fricción. Lo raro —y a la vez especial— es que la noche prenda antes de que se cante un solo verso.
Pero así responde la Malandar. Y Juventude no está por la labor de aminorar las marchas. Al revés: echa más leña a la candela con 'Reina de mis males' y 'Mis Pecados', avivando así el caos de lo que antes era un pogo y ahora es una marea borrosa y divertida de brazos y cabezas que van y vienen. «¡Esta es / la juventud del papa!», grita el respetable, coreando al unísono. «Por fin el Papa puede decir que tiene una juventud de verdad», responde Nico riendo, antes de presentar 'Los Potrillos'.
Nico viste una camisa con pechera, Ángel una camisa negra americana. Bajo esa estética que se han encargado de cuidar (máscaras, cabezas, videoclips), hay un grupo con muchísima personalidad, con muchas tablas y, sobre todo, con mucha música. El público corea casi cada verso, entregado a cada coro y cada compás de la canción. Los temas rompen, bajan, cambian, mutan, pasan del stoner a la verbena, del pop al punk: no importa, el público les sigue casi a ciegas, incluso aunque hagan una introducción distinta, un puente a lo breakbeat. Juventude es un estado de ánimo y Sevilla parece no querer salir de él.
«¡Después de aquí nos vamos a ir a la calle a matar abuelos», ríe Nico, siguiendo la broma que empieza el público. «¡Muerte a los abuelos!», vuelve a gritar, aupado por la algarabía. La banda sevillana se marca una versión de 'Soy una nube' (¿De Elia y Elizabeth?): por momentos es difícil saberlo. Hay distorsión, hay ruido, hay gente botando. Los minutos caen deprisa en la noche como en el descuento de una prórroga, es evidente que la mecha va a arder fuerte pero poco tiempo.
Suenan 'Cariño' y 'Ana mi amor' dejando constancia de que quienes han venido a descubrir una banda nueva son los menos: la mayoría ha venido a rodearse de otros adeptos al pop surrealista sevillano de Juventude. Hay una comunidad, una proto-tribu urbana, cuya génesis tiene lugar esta noche en la Malandar. Hasta corean el estribillo en japonés de 'Ana mi amor': «¡Arigato gozaimasu!».
«Ya no voy a sufrir por nadie más», canta Nico, demostrando una gran agudeza vocal, levantando tanto la mano que casi roza el techo de la sala. Se sucede un pogo tras otro y, por si fuera poco, la banda insufla una versión rapidísima de 'El día de la aventura', que pasa por distintas fases, entre referencias a temas clásicos y tramos de club. Eso sí, era de esperar con 'Cassius Clay' llegara el trance colectivo: el público corea eso de «¡O-A, O-A!» mientras la banda suda fuerte con cada acorde que lanzan.
«No veas el batería, qué locurón», exclama alguien entre el público. Nico, Ángel, Juan y Charlie están empapados en sudor. No paran de moverse, de serpentear. «¡Este es el momento de ayudar a los grupos emergentes!», grita Nico. «Gracias por comprar la entrada, por comprar el disco, merchan, camisetas… ¡gracias!», clama, antes de tocar los tres últimos temas de la noche: 'Te quiero Juli', 'Morir en primavera' y 'La Motillo'. Ángel exhibe sus cualidades como músico y vocalista: a los teclados, a la guitarra, como frontman. La dualidad de Juventude no divide, sino que multiplica.
De hecho, tal es la sintonía con el público que la sensación es que podrían dar tres conciertos a la semana a partir de ahora y aún así sabría a poco. Nico termina bajando entre el público y lo mantean. 'Morir en primavera' acaba por breakbeat, mientras que 'La Motillo' parece ser el final perfecto para cerrar por todo lo alto una noche de estrenos, como esta. Principal virtud y, a la vez, problema, pues a la Malandar todo esto parece saberle a poco.
Por supuesto, el público pide otra, otra, pero el grupo ya solo sale a saludar. No hay mucho más, podrían decir, pero todos sabemos que sí, tan solo que hay que esperar. No cabe duda de que la Malandar ha vivido una noche especial, el nacimiento de algo que puede ser muy grande. Termina el concierto y el público acude a la entrada de la sala, custodiada por las dos cabezas usadas para los vídeos y que sirven de photocall para muchos de los presentes, que no dudan de llevarse esa foto como recuerdo, además de algún vinilo o una camiseta del merchan.
Vuelve a acelerarse el pulso en la escena sevillana con una propuesta que rebosa personalidad, gancho y estilo. Y, sin duda, mucho savoir faire. Lo extraordinario no es perder el móvil en un pogo durante un concierto, sino terminar la noche con ese sabor en la boca que solo te deja el saber que has encontrado algo que no sabías habías perdido.
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