¡Qué bello es el prójimo!
Ahítos de polvorón, por costumbre, un año más, volvemos a ver la película y sentimos asombro
Donna Reed y James Stewart en '¡Qué bello es vivir!'
Otro año más vemos '¡Qué bello es vivir!' y casi nos sorprende que se siga emitiendo. Vivimos una realidad en la que el señor Potter, usurero dueño de todo, tiene a la población viviendo alquilada en barracones, disuelto todo espíritu comunitario. Potter ahora no es ... cruel y sincero sino que reviste su lucro de buenas palabras humanitarias. ¿Dónde están los George Baileys que trabajan para que cada persona sea digno propietario de su casa? En la vida real no solo manda Potter, los vecinos de Bedford Falls han descubierto que está bien que mande a cambio de que se les permita llevar sus vidas por algún sendero umbilical. Se ve en el final de la película, cuando muestran la vida sin George ( James Stewart ): licores, juego, chicas… bastaría seguir avanzando por la escalera de caracol de la concupiscencia y autorrelización sensual…
No solo manda Potter a una población dócil sino que Geoge Bailey, en la hora crítica de pensar en el suicidio, no escucharía al ángel, sino al gobierno con un mensaje de desaliento metafísico: para qué seguir sufriendo…
Pero ahítos de polvorón, por costumbre, un año más, volvemos a ver la película y sentimos asombro, primero, por la bondad del protagonista en la niñez; pesar después por los contratiempos que le atan al pueblo y luego, al final, una alegría comunitaria y contagiosa como una revolución.
Sale Dios como una estrella lejana perdida en el polvo espacial, y un ángel tontorrón recubre el mensaje de comedia, pero ¿acaso no reconocemos lo implícito en su frase, «nadie es un fracaso si tiene amigos»? En un mundo de teorías, olvidamos la definitiva, la única, la multiusos: ama al prójimo como a ti mismo. ¡Nos lo dijo Cristo, nacido ayer! (antes de ayer para el lector). El júbilo de la película nos asalta recordándonos lo que nos esforzamos en olvidar, que una sola regla nos abre el camino de la felicidad, de la subversiva alegría, y nos convierte en James Stewart: amar a los demás (o situarnos tan cerca como podamos de hacerlo, pues el prójimo fácil tampoco lo pone).
Si todo lo que hacemos lleva a Cristo como cláusula perpetua, ¿qué puede salir mal?