«7 vírgenes», una mezcla muy andaluza y tragicómica de Rinconete y Lorca
La española «7 vírgenes», de Alberto Rodríguez, y la alemana «Verano en Berlín», de Andreas Dresen, mantuvieron y hasta elevaron el buen tono de la selección oficial
La jerga y la guasa sevillana y las andanzas nocturnas y diurnas de un par de golfazos es un lugar común en la expresión artística y vital desde varios siglos antes de que Moneo hiciera el Kursaal, por eso ayer
muchos creyeron que ya habían ... visto en otras ocasiones «7 vírgenes», la película de Alberto Rodríguez que compite por la Concha de Oro. Tal vez no sean ahora tan nuevas las correrías de Tano y Richi como lo fueron en su momento las de Rinconete y Cortadillo, pero nadie dudará de que están de plena actualidad y en total consonancia con el devenir de los tiempos y las culturas. Carne de reformatorio y carne de cañón; carnaza quinceañera que vive tan fuera de los márgenes que en sus vidas la comedia y la tragedia es el mismo género.
Podría tal vez estar muy vista esta película si no estuviera en ella el primer plano de Juan José Ballesta (o El Bola), un chaval o un actor que exhala con la misma intensidad el olor a peligro y a ternura; y desde luego pocas veces o ninguna se ha visto comerse la pantalla con la voracidad que se la come el joven Jesús Carroza, tan fresco e insano como un pescado con anisakis. La trama se centra en estos dos personajes que se reúnen cuando uno de ellos (Ballesta) sale del reformatorio para asistir a la boda de su hermano (un genial y asombrosamente patético Vicente Romero, con ese tono elegíaco con el que envuelve su propia boda) y la cosa se les lía, porque siempre se les lía la cosa... Alberto Rodríguez hace un cine muy próximo, muy pegado a las tablas y recoge el gesto y la expresión a chorros de sus personajes: ni es difícil reírse mucho con ellos ni lo es, tampoco, padecerlos y hasta puede que detestarlos.
Poesía de albañal
Se incluyen en la narración unas miajillas de lírica, de poesía de albañal, de romace y romancero y de golpes de premonición o de destino que contribuyen a redondear su sentido trágico: tragedia y redondel, todo muy andaluz, iluminado y lorquiano. La otra película que competía ayer era la alemana «Verano en Berlín», de Andreas Dresen, y también entretenía el tiempo con sentido del humor y con un vistazo levemente naturalista a la vida de un par de mujeres y sus circunstancias durante el agosto berlinés. Una de ellas cuida ancianos que viven solos en sus casas, y la otra busca trabajo para adecentar en lo posible su vida de separada y la de su hijo que galopa hacia la adolescencia; la aparición de un hombre, o mejor, de la caricatura de varios hombres concentrada en uno solo (que interpreta con irregular gracia Andreas Schmidt), le permite a la película establecer diversos juegos de diálogos y de situaciones que buscan desesperadamente la comedia y que en ocasiones la encuentran, tal vez gracias a la mano en el guión del veterano Wolfgang Kohlhaase o al buen engarce del tono interpretativo de Inka Friedrich y Nadja Uhl, y caricaturesco del mencionado Schmidt. Está hecha aparentemente en un pispás, pues el verano es cortito en Berlín, buscándole más la ocurrencia que la grandiosidad a la imagen (16 mm.) y agarrando la cámara y el día berlinés con la misma mano.
Y en la sección Zabaltegui había ayer varias propuestas incompatibles para una persona humana con un solo cuerpo y que no hubiera estado en el Festival de Cannes. Se proyectaban la última de Kim Ki-duk, «El arco», y la de Bertrand Tavernier «Holy Lola». Aunque el gran acontecimiento del día era la proyección anoche en el Velódromo de la película de Jaime Chávarri «Camarón» y el concierto que después ofrecía Tomatito a beneficio de Acnur.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete