Bravo, Boris
Oportuno pellizco a los excesos de la corrección política
Las grandes naciones, y las que no lo son tanto, tienen a sus espaldas una historia y una cultura que las conformaron. En Europa somos nietos de la extraordinaria civilización judeocristiana. Pero además cada país preserva tradiciones y símbolos que reúnen a sus habitantes en ... torno a un acervo común. Algunos son de nuevo cuño, como la haka del rugby neozelandés, incorporada por sus equipos a finales del XIX; o la ikurriña, bandera que hoy algunos vascos creen milenaria y que en realidad idearon los hermanos Arana en 1894; o la falda escocesa, puesta en boga también en el XIX (para más señas por un industrial ¡inglés!, Thomas Rawlinson). Por contra, otras tradiciones son antiquísimas, como ciertos carnavales populares, romerías religiosas y mercados agrícolas. España, como nación vieja de pasado ilustre, posee un patrimonio material e inmaterial riquísimo y vigente, como se ve por ejemplo en sus procesiones de Semana Santa.
Pero si un país ha sabido venerar sus tradiciones ese es Inglaterra. A fuerza de originalidad incluso han logrado convertirlas en una embajada de encanto y poder blando. Una de las joyas del verano inglés son los Proms, que venden como el mayor festival de música clásica del mundo. Tal vez lo sea. Ocho semanas de conciertos diarios, que comenzaron en 1895 con la idea de escuchar las mejores partituras de manera relajada, permitiendo a los espectadores deambular y beber. Hoy ya no se admite tanto jolgorio y los recitales se celebran en el elegante Royal Albert Hall, organizados por la BBC. Aunque como guiño a su origen popular se reservan entradas desde por 7,5 libras, lo que abre a todos la posibilidad de asistir. En la última jornada de los Proms es tradición que se canten dos himnos de impronta patriótica: «Rule, Britannia!», de 1740, y «Land of hope and glory», compuesto en 1902 para la coronación de Eduardo VII. Tonadas hermosas con las que el pueblo inglés saca pecho y se declara hiperbólicamente el no va más, como sucede en todos los himnos de exaltación nacional.
Pero los Proms no se han salvado del acecho de la corrección política. La directora de la orquesta en esta temporada, la finlandesa Dalia Stasevska, de 36 años, pretende que «Tierra de esperanza y gloria» y «¡Gobierna, Britania!» sean tocados, pero no cantados, pues a su juicio sus letras guardan reminiscencias «esclavistas e imperialistas». La corrección política se habría salido con la suya no haber topado con un obstáculo imprevisto: Boris Johnson. Puede ser un maulas, un trolero y un vago, pero Boris alberga una gran virtud: un pensamiento propio, que congenia con el del inglés medio, y valentía para soltar las verdades que otros silencian. Y el premier ha estallado contra la tontuna: «Es tiempo de que dejemos de sentir esta repugnante vergüenza sobre nuestra historia, tradiciones y cultura, que paremos esta causa general de autoflagelación y autorrecriminación. Quiero sacarme esto del pecho». Amén. El 12 de septiembre se televisará a medio mundo la clausura de los Proms. Si lograse verla, me abriría una cerveza Camden Hells y corearía a voces los himnos amenazados, porque la histeria correccionista los ha convertido en sintonías de libertad.
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