COMENTARIOS REALES
Todo lo progre también se desvanece en el aire
Aquí tiene Pedro Sánchez ocho casos de corrupción progresista y cinco maneras distintas de afrontar la situación: desde la más digna hasta la más cochambrosa
Cuando Marx y Engels acuñaron aquello de «todo lo que era sólido se desvanece en el aire», pensaban en el poder corruptor y profanador del capitalismo burgués, aunque la historia y la experiencia nos han demostrado que los líderes proletarios también se corrompen y se ... disuelven con asombrosa facilidad. Si aceptáramos que todo tiene origen en la magra condición humana nos ahorraríamos muchas discusiones bizantinas, pero ya que el Espíritu Sánchez ha pregonado a través de su profeta Pedro que «La izquierda no es corrupta y no roba», quizá merezca la pena recordar cómo enfrentaron las acusaciones de corrupción otros gobernantes de izquierdas, antes del estridente dogma sanchista.
En primer lugar, tenemos al socialista portugués Antonio Acosta, quien dimitió porque João Galamba —su jefe de gabinete— fue acusado de favorecer de forma dolosa a empresas mineras y energéticas. Acosta dimitió para quedar fuera de sospecha judicial por los delitos que cometió un subordinado directo, que ni siquiera controlaba el aparato como Cerdán o Ábalos. En segundo lugar, tenemos los casos del brasileño Lula da Silva y el griego Andreas Papandreu: ambos decidieron arrostrar las consecuencias judiciales y los dos fueron procesados, condenados y encarcelados, pero a la postre absueltos. Hubo corrupción, aunque someterse a los tribunales de justicia los favoreció. En tercer lugar podríamos citar al venezolano Carlos Andrés Pérez y al socialista italiano Bettino Craxi, prófugos sospechosos juzgados «in absentia», porque prefirieron huir y no volvieron jamás a sus países, falleciendo ambos fuera del alcance de la justicia. En cuarto lugar está la reciente condena de seis años de arresto domiciario contra Cristina Kirchner, quien a pesar de las abrumadoras pruebas continúa denunciando —como Sánchez— campañas de acoso y derribo de la ultraderecha. Por último, tenemos los suicidios del peruano Alan García y del coreano Roh Moo-hyun —izquierdistas los dos—, quienes prefirieron quitarse la vida antes que ir a los tribunales y terminar en la cárcel. Por lo tanto, aquí tendría Pedro Sánchez ocho casos de corrupción progresista y cinco maneras distintas de afrontar la situación: desde la más digna hasta la más cochambrosa.
Sin embargo, tengo la penosa persuasión de que no pasará nada. Es decir, que ni Sánchez se prestará a una moción de confianza ni Feijóo presentará una moción de censura, porque ninguno de los dos quiere perder. De ahí que los ataques de campanario a campanario contribuyan al enrocamiento sanchista, pues el sectarismo reinante ha triunfado y ningún izquierdista votaría jamás por los partidos de la derecha. ¿Qué opción nos queda entonces? Menos alaridos y aguardar a que siga creciendo —dentro del propio PSOE— esa corriente de indignación moral contra el sanchismo que lideran Eduardo Madina y Felipe González, pues habrá más audios sonrojantes que lograrán que todo el sanchismo también se desvanezca en el aire, aunque no será sencillo porque el fanatismo ideológico niega la realidad.
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