PÁSALO
La pasión de un derbi
Ganar un derbi es ganar un año más de vida
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Iniciar sesiónLos pocos veteranos de guerra que nos quedan en el vestuario han cogido por el cuello de la camisa a los nuevos y los han puesto al día. Al día y en hora. Instruyéndolos en una disciplina fundamental que todo sevillista domina cuando se gradúa ... en escudo, bandera y afición. Los han mirado a los ojos para sacarlos del limbo en inyectarle el veneno necesario para no hacer el panoli en el campo. Por muy retrasado que sea su fútbol o rupestre su entendedera. Oye, chaval, mira, este partido no vale solo tres puntos. Este partido contra los vecinos es algo así como una vacuna contra la viruela del desafecto o como el derecho de pertenencia a la tribu. Si sales ahí afuera en busca del león y eres capaz de reducirlo y traernos la piel, ya eres sevillano y sevillista de por vida. Aunque hayas nacido en Kinsasa o en Oslo. Sevillano de San Bernardo, de Nervión o de la plaza Nueva. Blanco y rojo como las bufandas que han abrigado al equipo en sus logros europeos. Así que entiéndelo bien, chaval. Los ojos hoy no están para ver. Están para intimidar. Para que el contrario te vea tan convencido del color de tu sangre que te tome por majareta.
En un equipo en transformación y con jugadores que no saben dónde está la pila del Pato, que vienen de mucho más allá de donde sus respectivas madres los parieron, no resulta fácil inculcarles la mentalidad tan singular que se requiere para enfrentarse en un derbi. En un derbi según Sevilla. Que raya a la misma altura pasional que un Boca/River, un Inter/Milán o un Liverpool/Manchester. Hay en juego un honor deportivo, una felicidad ciudadana y un regusto familiar que lo hace distinto, diferente a cualquier otro partido de fútbol. Si la pasión es un sumando que engloria los derbis, podemos estar seguros de que estos partidos son una final olímpica y los otros una partida de bolos montañeses. Ganar un derbi es ganar un año más de vida. Un año más de felicidad. Un año más de ir a trabajar al día siguiente con una sonrisa molona colgada de los labios.
Así son las cosas a este lado del Guadalquivir. Y no descarto que a algunos de los aleccionados no se le hayan dilatado las pupilas cuando el veterano le leía le lección. Ese podrá ser futbolista. Pero hoy lo importante, lo que manda, lo que toca es ser sevillista. Dolerte ese sentimiento hasta harto de buscapina. Sentir cómo el corazón y el escudo son la misma cosa. Vivir cada instante como una oportunidad para alcanzar la gloria. Nada importa que en nuestro equipo el brillo no realce las botas de los jugadores. Que lo excelso sea el recuerdo de Banega. Que Navas sea la bandera que nunca se arría. Lo que importa es que se hayan enterado de lo que vale un derbi, de lo que significa este partido para una afición que quiere recuperar el compás y lo grande que será este día en su vida deportiva cuando le cuente a sus nietos que, una tarde en Nervión, lo bautizaron sevillano porque entendió la pasión del fútbol según Sevilla…
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