hay que vivir
¿Sabe usted quién es Reynders? ¿Y Monnet? ¿Y Schuman?
Si el comisario de Justicia rasca una acuerdo PSOE-PP hará la mayor campaña pro UE, pero profundizará en nuestro complejo democrático
El caso Begoña Gómez y la pregunta de Botella en 1996: «¿Hay damas de honor?»
Qué error, qué inmenso error: la deslealtad cambia de bando
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Iniciar sesiónHaga un ejercicio. Salga usted a la calle y pregunte el nombre de uno de los fundadores de la Unión Europea. Solo uno. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de la gente no tendría ni idea: es más, algún cultureta responderá que Monet es ... un pintor y Schuman un pianista, y no le faltará razón. Mismo ejercicio, pero con los de Estados Unidos: seguro que unos cuantos le recitan el monte Rushmore, que representa a cuatro presidentes de distintas épocas empezando por el primero, George Washington. Y de los fundadores, alguno dirá que Hamilton es un piloto de Fórmula 1, pero a quién no le suena Jefferson o Benjamin Franklin. Esta anécdota revela la importancia del cine en la difusión de las culturas nacionales, y pone de manifiesto que en Europa no solo carecemos de una política exterior y una política de defensa común: también nos falta un poquito de cultura histórica común. Parece mentira, pero en nuestra cultura popular la historia de la Vieja Europa es más una suma de retales nacionales que el mayor proyecto civilizatorio de la Humanidad. Y es una pena.
Alguien que conoce bien el Parlamento Europeo me contó que los procesos de ampliación europeos definen las carencias de los países que se han ido incorporando. Por ejemplo: en las ampliaciones de los años ochenta los países que se incorporaron a la Comunidad Económica Europea vivíamos con la obsesión de ser democráticos. España, Portugal, Grecia veníamos de dictaduras militares y queríamos que los vecinos del centro de Europa no nos miraran con esa indulgente superioridad de fundador. En cambio, en las ampliaciones del este, tras la caída del Muro de Berlín y del Telón de Acero, a los nuevos países miembros no les obsesionaba tanto ser democráticos como ser capitalistas. Lo de la casa con jardín. Hay que entenderlo: venían del comunismo.
De modo que antes de entrar en la Unión Europea, los españoles vivíamos obsesionados con la democracia, casi acomplejados. Y por eso aquí le concedemos a la UE una soberbia autoridad en temas de calidad democrática. Por eso hoy el comisario europeo de Justicia, Didier Reynders, va a sentar por tercera vez en una misma mesa al ministro Bolaños y al diputado González Pons para buscar un acuerdo en materia de Poder Judicial. No se sabe qué saldrá de ahí, pero sí que los dos españoles no tienen previsto levantarse de la mesa, porque aquí no se entendería y nadie quiere cargar con ese mochuelo. Así que reescribiendo a Ortega, con perdón, España es el problema, Europa la obsesión.
Si Reynders consigue poner de acuerdo a Bolaños y a Pons regalará a la Unión Europea la mayor campaña de promoción en España, pero profundizará en ese complejo patrio de haber llegado tarde a todo. Aunque sea mentira.
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