Un presidente para Europa
UNA vez que el presidente checo ha anunciado el fin de su política obstruccionista, los dirigentes europeos se disponen a poner en marcha el Tratado de Lisboa, que debe cerrar una larga era de discusiones sobre la reforma institucional comunitaria. El periodo de turbulencias ha ... colocado al proyecto europeo ante situaciones extremas; algunos países han rechazado otras propuestas y el sentimiento europeísta en la opinión pública ha sido puesto a prueba en varias ocasiones. Es de suponer que este tratado debe ser útil para la estabilidad de las instituciones europeas, al menos durante tanto tiempo como el que se ha necesitado para ponerlo en marcha.
Una de las primeras consecuencias del tratado es que se creará la figura de un presidente permanente del Consejo Europeo, que ejercerá por un periodo de dos años y medio, renovables una sola vez. Sorprendentemente, la discusión sobre el nombre de quien tenga que encargarse de esta tarea se ha adelantado a la de saber cuál es el perfil que se le quiere dar al cargo, que no está descrito con precisión en el tratado. En este ambiente se ha difundido la impresión incorrecta de que se trata de buscar un presidente de Europa, la cabeza del proyecto continental. Sin embargo, cabe recordar que el puesto de presidente permanente del Consejo Europeo no se creó porque la Unión estuviera necesitada de visibilidad internacional, sino porque el sistema de presidencias rotatorias se ha convertido en un mecanismo imposible desde el ingreso de países muy pequeños, que no pueden hacerse cargo de la tarea, y porque la mayor parte de los nuevos desafíos a los que se enfrenta Europa necesitan un tiempo que excede el periodo tradicional de medio año de gestión. Además, Europa tiene ya otras figuras institucionales que cumplen perfectamente la misión de representar los intereses comunitarios, empezando por la del presidente de la Comisión Europea o el de la misma Eurocámara, el único parlamento multinacional elegido por sufragio universal. Por ello, el nuevo presidente del Consejo debe ser una persona que conozca bien los mecanismos del proceso comunitario, pero no debe aspirar a ser el «primus inter pares» que se atribuya en exclusiva la identidad europea. Al contrario, debe ser capaz de encontrar un consenso entre los países miembros, pero sin menospreciar el papel del presidente de la Comisión, que es la institución que defiende los intereses comunitarios.
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