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No puede

SI Jaume Matas hubiese reunido en 2007 los escasos miles de votos que le separaron de la mayoría absoluta en Baleares, o si la también procesada Antonia Munar no hubiese encontrado mejores socios a los que alquilar su apoyo mercenario, la reputación del PP estaría ... hoy triturada bajo un escándalo capaz de invalidarlo como alternativa. La presunción de inocencia del ex presidente balear había quedado pulverizada el lunes con el gélido «si puede» de Rajoy, pero el combativo -y quizá poco objetivo- auto del juez instructor ha acabado reduciéndola a escombros con la contundencia de un martillo de demoliciones. Es tal la cascada de acusaciones y reproches que se diría que de todos delitos de corrupción que puede cometer un gobernante, Matas no ha logrado evitar ninguno. Su arrogancia defensiva sólo ha servido para ponerle cara de presidiario: si evita la cárcel pagando la fianza-trampa de tres millones, habrá confesado la posesión encubierta de un patrimonio ilícito. Ése es quizá el punto moralmente más débil de todo su andamiaje de excusas; ha encontrado alambicadas justificaciones teóricas para los extraños indicios de operaciones irregulares, pero su suntuoso tren de vida plantea preguntas incontestables para quien sólo vivía de un cargo público. En ese sentido, aunque el cruel despecho de Rajoy obedezca a la repugnancia de quien se siente engañado, resulta necesario interrogarse también sobre la perezosa ceguera del Partido Popular ante las manifiestas evidencias de enriquecimiento que rodeaban a uno de sus más destacados dirigentes regionales.

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