Las cenizas volcánicas

La inyección estratosférica de los gases y cenizas volcánicas puede producir cambios en el clima, pues modifican las condiciones de transparencia de la estratosfera a la radiación solar. La caída de cenizas produce la pérdida de las cosechas y del ganado. Como ejemplo, la erupción del volcán Laki, en Islandia en 1783, provocó unos inviernos tremendos en Europa, con grandes hambrunas y un fuerte incremento de la mortandad en Inglaterra, Francia y España.

La inyección de cenizas se produce justamente a la altura en que opera la aviación comercial. Los modernos aviones son muy vulnerables a la ceniza, que entra en el motor, se funde en la cámara de combustión y se solidifica en los álabes de la turbina, con lo que el motor pierde rápidamente eficiencia, llegando a pararse. Un signo de que se ha entrado en una nube de cenizas volcánicas es que los motores aumentan de temperatura y pierden potencia. La solución es dar la vuelta y salir rápidamente de la nube. Otro problema es la ceniza que cae sobre el aeropuerto: el avión al frenar recircula el aire, se traga la ceniza y no arranca.

Cada año se producen más de 25 encuentros de aviones con nubes de cenizas y aunque no se ha producido ningún accidente mortal, las pérdidas son millonarias. Actualmente se ha establecido una red de centros de alertamiento de la presencia de cenizas volcánicas (Volcanic Ash Advisories Centers), que realizan el seguimiento y pronóstico de la evolución de la nube de cenizas e informan a los aviones y centros de control de tráfico aéreo, evitando encuentros con fatales consecuencias. La gestión del tráfico aéreo ante la ocurrencia de una erupción es un ejemplo de lo que debemos hacer: cerrar los aeropuertos y desviar los pasillos aéreos antes de que ocurra el fatal encuentro de un avión con una nube.