Hazte premium Hazte premium

Canarias: Islas surgidas del fuego

Los orígenes de las Afortunadas aún hoy son controvertidos. Es posible que en las cercanías de El Hierro se esté formando la próxima isla del archipiélago canario

ABC

JAVIER JAYME

Fue un espía norteamericano quien dio la voz de alarma. Los sensores de la CIA habían detectado ruido y movimientos en el fondo del Atlántico, al sur de la isla de La Palma. El Pentágono barajaba, entre sus hipótesis, la presencia de una flota de submarinos del Telón de Acero cuando, de pronto, la tierra se abrió para dejar escapar un chorro de vapores calientes, al tiempo que, a unos doscientos metros de la costa, surgía un cráter que arrojaba ríos de lava hacia el océano. Así fue como terminaron las dudas. Los soviéticos quedaron exonerados de toda sospecha y el Teneguía, todavía hoy el volcán más joven del mapa político de Europa , empezaba a lanzar columnas de humo hacia el cielo y a atronar el aire con sus rabietas de recién nacido.

Esto ocurría el 26 de octubre de 1971. En los días siguientes, la atención del mundo se concentró en el borde meridional de la pequeña isla canaria. Las primeras crónicas telefónicas hablaban del susto de los vecinos de Fuencaliente, el pueblo más cercano al volcán. Una impresión que sigue fresca en la memoria de los fuencalenteros, pese a los cuarenta años transcurridos desde el suceso. Durante el mismo, y en pleno furor explosivo, hizo acto de presencia el vulcanólogo polaco Haroun Tazieff , célebre entonces por sus películas documentales, que acercaban el mundo de los volcanes a millones de telespectadores. Vuelta la calma, el Teneguía se convirtió casi de inmediato en un atractivo turístico, y hoy son más de 100.000 los visitantes que, anualmente, trepan libremente por sus cráteres.

En su momento, la lava, solidificándose al contacto con el mar, hizo crecer la isla de La Palma en varios cientos de hectáreas y los científicos, tras analizar el fenómeno, lo aceptaron como una prueba más de que las canarias constituyen un archipiélago volcánico en formación. En efecto, pocos dudan ya de que fueron procesos de este tipo los que dieron origen al arco macaronésico (Azores, Madeira, Salvajes, Canarias y Cabo Verde), cuyo diseño viene configurándose, por lo que a nuestras Islas Afortunadas se refiere, desde veinte millones de años atrás. Aunque no existen pautas para fijar la probabilidad de erupciones por zonas, lo cierto es que se da una mayor actividad en Tenerife, Lanzarote y La Palma ; entre las tres se han distribuido la totalidad de las contabilizadas durante el último medio milenio. La Gomera, por el contrario, ha estado exenta de tales manifestaciones desde hace por lo menos cuatro millones de años.

Foco de controversias

Pero la formación del archipiélago canario ha sido foco de controversias entre los geólogos de todas las épocas. Y en el arranque de las mismas hallamos nada menos que a Alexander Von Humboldt, el último hombre de sabiduría enciclopédica, cuya obra fundamental, «Cosmos» -colosal ensayo de una descripción física del mundo-, fue considerada en su tiempo y durante un largo periodo como el pináculo de la inteligencia y el conocimiento humanos . Cuando el eximio naturalista llegó a Tenerife en 1799, la teoría geológica en boga era el neptunismo, que él había aprendido con su maestro Werner. Dicha teoría afirmaba que las transformaciones de la corteza terrestre se explicaban suficientemente por la acción erosiva del agua.

Justo un año antes, y por vez primera en 1792, el Teide había vomitado lava. Así que Humboldt estaba ansioso por ascender la montaña y realizar observaciones. Era su bautizo en la experiencia volcánica y, aunque otros viajeros científicos le habían precedido en la cima, pudo descender por el cráter más allá que ninguno de ellos. Y allí, tras confrontar las opiniones de su maestro con los datos de la propia naturaleza, le acometió el desengaño. «Todas las ideas que se han expresado sobre las causas de los volcanes -escribiría después a Suchfort, el rector de la universidad de Göttingen-, sobre los orígenes de sus productos, me parecen falsas e insostenibles».

Humboldt

Humboldt reconoció en la constitución del Teide unas rocas cuyo origen no podía explicarse por reacciones superficiales de la corteza terrestre, sino por la acción inmediata del fuego interno. En consecuencia, el neptunismo era inaceptable y debía ser sustituido por el plutonismo: las montañas nacían de los cataclismos telúricos, los mismos que modelaban los relieves orográficos .

Los tinerfeños pueden sentirse orgullosos de que este primer contacto del preclaro barón prusiano con un volcán, el Teide, uno de los más característicos de los que después llegaría a estudiar en su periplo suramericano, dejase una huella definitiva en su espíritu, la que finalmente le condujo a su trascendental descubrimiento de la unidad fundamental de todos los fenómenos de la naturaleza.

Hoy sabemos que en las alineaciones de islas oceánicas volcánicas, como es el caso de las Hawaii y también de las Canarias, la actividad se concentra en las que se hallan sobre la vertical de los llamados «puntos calientes», o sea, las zonas fijas de generación de magma en el manto. Es, precisamente, lo que ocurre con La Palma y El Hierro, ambas juveniles, en fase de rápido crecimiento. Por esta razón, a partir de estas islas no es imposible pensar que en el futuro surjan otras que prolonguen la cadena hacia el oeste.

De hecho, entrevistado para la televisión en 2007, Juan Carlos Carracedo , director de la Estación Volcanológica de Canarias, afirmó que «el archipiélago canario es un ente vivo, va evolucionando y se generan nuevas islas», antes de concluir con una predicción en tal sentido: «Incluso ya hay una nueva que parece que se está formando unas setenta millas al suroeste de El Hierro y que, posiblemente dentro de unos pocos millones de años, será la próxima isla del archipiélago».

San Borondón

Apenas un lustro después, y a tenor de los sucesos actuales, puede que los herreños no tengan que esperar «ni tanto ni tan lejos» para verla surgir en su horizonte. Algo a lo que, por otra parte, ya les tiene acostumbrados la popular leyenda de San Borondón, la misteriosa isla fantasma que, desde hace siglos, aparece aquí y desaparece allá , como un espejismo inalcanzable. Su nombre es la corrupción local del de San Brandán, monje irlandés protagonista de uno de los relatos de viajes medievales más famosos de la cultura gaélica, envuelto en tintes fabulosos. La leyenda de esta isla perdida llegó a adquirir tal fuerza en Canarias que durante los siglos XVI, XVII y XVIII se organizaron expediciones de exploración para descubrirla y conquistarla.

Hoy, la contingencia de distinguir una nueva isla entre brumas sulfurosas con su cortejo de espumas se vive con la lógica inquietud y preocupación en El Hierro. No obstante, en opinión del propio Carracedo, «el vulcanismo canario pertenece a los basaltos alcalinos por hallarse en el interior de una placa litosférica, debido a lo cual, y predominantemente, las erupciones son de carácter fluido y con una baja intensidad de los mecanismos implicados. En consecuencia, el riesgo es casi nulo para la población , como lo demuestra el hecho de que no se hayan registrado víctimas directas de los fenómenos explosivos en el archipiélago». En suma: lo típico de las erupciones canarias es la caída de piroclastos acorta distancia del cráter y el flujo de coladas. Lo primero, salvo en las cercanías del volcán, no reviste peligro para las persona. Y tampoco lo implican las coladas, cuyo lento avance permite evacuaciones ordenadas . Eso sí, ambos fenómenos suponen una amenaza potencial desde el punto de vista económico, ya que pueden arrasar tierras de cultivo y viviendas, incendiar bosques y cortar las vías de comunicación.

Dentro de los tiempos históricos, excluyendo el que actualmente afecta a la isla de El Hierro, se llevan documentados dieciséis episodios eruptivos, ninguno de los cuales, efectivamente, se tradujo en la pérdida inmediata de vidas humanas. Ni siquiera el que se inició en Lanzarote en el año 1730, cuando los lanzaroteños pensaron que el mundo se venía abajo y del que nos ha llegado el testimonio escrito del cura de Yaiza: «El 1 de septiembre, entre 9 y 10 de la noche, la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya, a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamaradas que continuaron ardiendo durante 19 días».

Lo cierto es que siguieron haciéndolo hasta 1736, en un ciclo eruptivo que duró seis años. ¿Podría ser éste también el caso de las actuales convulsiones en El Hierro? Tal supuesto no es, claro está, predecible, aunque la crónica del cura de Yaiza contiene otras analogías: «Hacia fines de junio de 1731, por el noroeste, se veía elevarse del seno del mar una gran masa de humo y llamas, acompañadas de violentas detonaciones. Todas las playas y las orillas del mar del lado oeste se cubrieron de una cantidad increíble de peces muertos de todas las especies, algunos de formas nunca antes vistas». De una similar destrucción del hábitat marino herreño nos informa a diario la televisión, haciendo hincapié en los daños ecológicos. Pero es que la naturaleza, por paradójico que resulte y aunque nos cueste admitirlo, no entiende de ecología.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación