artes&LETRAS
El Greco y Picasso (II)
Las similitudes entre La apertura del quinto sello y Las señoritas de Aviñón es muy palpable, y a ello ha dedicado la crítica especializada analíticas ponderaciones que hacen que hoy se acepte de manera unánime el magisterio ejercido por El Greco en Picasso

Picasso se traslada a París el año 1900 . Es el inicio de su etapa azul, una de cuyas primeras muestras es El entierro de Casagemas. La propia composición de este cuadro remite, de manera espontánea, casi refleja, a la estructura bifurcada de El entierro del Conde de Orgaz . No falta quien ve, en los azules desvaídos y los grises de esta obra, una reminiscencia expresiva del cretense. Fue Gustave Coquiot, crítico, una de las primeras personas con las que Picasso trabó amistad en París, quien hizo notar que el periodo azul de Picasso tiene su génesis en la pintura de El Greco, y lo hizo fundamentando su afirmación no sólo en las remembranzas pictóricas del maestro en la obra del discípulo, sino también dando fe, como testigo presencial, de algunas muestras de la fijación de Picasso por El Greco, como que el pintor malagueño adosó a las paredes de su estudio numerosísimas fotografías de pinturas del candiota. Estas afirmaciones están recogidas en un ensayo que Coquiot publicaría en 1914.
Sin embargo, justo es traer de nuevo a estas páginas el nombre de Ignacio Zuloaga como uno de los grandes artífices de la revisión al alza que experimentó El Greco desde finales del siglo XIX y comienzos del XX por parte, primero, de los artistas, y, después, por parte de la crítica. Que Zuloaga era un entusiasta desmedido de El Greco es asunto al que ya nos hemos referido en estas mismas páginas, y al que regresaremos en un artículo específico sobre la relación entre el candiota y el pintor eibarrés; pero, en el presente, nos queda completar el círculo del que el Zuloaga es parte integrante, y que enmarcó, como es natural, una tiempo del periodo formativo de Picasso en España. Ciertamente, Zuloaga es uno de los grandes exponentes de la búsqueda de lo esencial hispánico, tan afecto a los hombres del 98. Por ello, no es extraño que Picasso trazara un línea de continuidad ininterrumpida entre una parte de su periodo formativo en España y su encuentro con Zuloaga en París, donde este gozaba ya de buen predicamento y reconocida popularidad debido tanto a su genio creativo como a su condición de gran coleccionista de arte, entre cuyas posesiones se contaban, como ya hemos escrito en estas mismas páginas, algunas pinturas de El Greco. Una de estas pinturas será decisiva en la concepción y nacimiento del cubismo; nos referimos a La apertura del quinto sello, que Zuloaga había adquirido en un viaje por España junto a Auguste Rodin. La relación de Picasso con Zuloaga fue de recíproca admiración y respeto. El malacitano visitó reiteradamente el apartamento de Zuloaga en París, y, en esas visitas, quedó prendado de esta pintura que, como exponemos más adelante, constituye el sustrato mismo de Las señoritas de Aviñón.
La reiterada contemplación de La apertura del quinto sello en casa de Zuloaga vino a sumarse a otra experiencia decisiva para la eclosión creativa de Picasso: nos referimos al jalón de 1905, fecha en que se expone la muestra del Salón de Otoño, en que Picasso recibiría el impacto hondo del estilo de Ingres, de Matisse y de Derain, y donde tomó conciencia de que tanto el impresionismo como el simbolismo estaban tocando a su fin. Pero ¿qué había de nuevo en la expresión de los artistas de la exposición del Salón de Otoño? El viejo vínculo mimético entre el arte y la naturaleza parecía haberse roto. El arte parecía orientarse hacia el reflejo del mundo interior, de las inquietudes espirituales. Picasso asumió con celeridad este cambio de rumbo y, sin duda, asoció esta falla que el nuevo arte (fauvista y expresionista) proponía con respecto al naturalismo precedente con la ruptura que El Greco propició entre su propio estilo con el modo renacentista que le precedió. Impelido por esta nueva energía creativa infundida por el espíritu de El Greco y el empuje iconoclasta de las nuevas maneras plásticas de su tiempo, Picasso compuso obras como Dos desnudos y E l harem, obras que prologan Las señoritas de Aviñón . Las similitudes entre La apertura del quinto sello y L as señoritas de Aviñón es muy palpable, y a ello ha dedicado la crítica especializada analíticas ponderaciones que hacen que hoy se acepte de manera unánime el magisterio ejercido por El Greco en Picasso, y muy especialmente en esta etapa fundacional del cubismo.
A partir de este nuevo itinerario expresivo picassiano, son muchas las referencias, directas o indirectas, que podemos encontrar para vincular el cubismo con el arte de El Greco. El propio Picasso se encargaría de recordar, en 1960, que «El cubismo es de origen español, y yo fui quien inventó el cubismo». Más explícito se mostró, muchos años antes, en 1905, Guillaume Apollinaire, quien aseguraba, ya en 1905, que el cubismo hundía sus raíces en los artistas españoles del siglo XVII.
No cesaría el influjo de El Greco en Picasso a lo largo de toda la trayectoria posterior de este. Los ecos y las huellas aparecen por doquier, tanto en formas como en títulos. En definitiva, que el Picasso maduro, poseedor de su propio patrón expresivo, es deudor de El Greco lo demuestra una declaración del pintor malacitano en 1960, referida al cretense como «un pintor veneciano, pero cubista en la construcción».
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