«Él tenía el control sobre todo»
Tras veinte años de malos tratos decidió denunciar a su marido. Con él en prisión, se divorció y dejó atrás su pasado. Ahora es independiente y trabaja como limpiadora del hogar
lidia rey
Era su segundo novio. En seguida se quedó embarazada. Dejó el trabajo y se casó. Pese a no estar totalmente de acuerdo con el matrimonio, sus padres aceptaron que se fuesen a vivir con ellos. Tras el primero, llegaron tres hijos más. Por el camino, ... la bonita historia de amor empezó a torcerse. «Él poco a poco se fue haciendo con el poder en la casa, con el poder sobre todos. Llegó a controlarlo todo tanto que echó a mis padres de su propia casa . Y yo sin poder decir ni mú», relata.
Cuando los hijos se hicieron un poco más mayores, ella empezó a trabajar en la limpieza del hogar. Y fue cuando él comenzó «a montar lío». «Aseguraba que tenía relaciones con los hombres de las casas. Nada que ver con la realidad», aclara. Poco a poco la mujer se quedó sin trabajo. Tampoco se atrevió a denunciarlo nunca. Hasta que un día se produjo una discusión muy fuerte entre la pareja que obligó a la mujer a acudir al centro de salud. Fue acompañada por su suegra, que era consciente de toda la situación que su nuera vivía porque, además, ella había sufrido una parecida con su marido. «De tal palo, tal astilla», lamenta.
Una vez allí, le aconsejaron que presentase una denuncia. Y así fue, acompañada también por su hijo mayor —que entonces tenía 18 años—, al que también tomaron declaración. Ambos relataron este último episodio, no el calvario vivido durante casi dos décadas. «Algo muy típico entre las mujeres que sufren violencia de género» , apunta una experta.
Y como también suele ser habitual, apareció en escena la familia de él. Le pedían a la mujer que retirase la denuncia. No la retiró, pero se acogió a su derecho a no declarar para no ratificar lo denunciado en comisaría anteriormente. Sí confirmó su versión el hijo mayor del matrimonio. Una versión por la que fue condenado el padre. Cuya sentencia apeló.
Entre tanto, decretaron una medida de protección por la que el hombre no podía acercarse a cien metros de la casa familiar. Pese a ello, él se fue a vivir con la mujer y los hijos, incumpliendo esa orden. Cada quince días, acudía al cuartel de la Guardia Civil. «Les contaba una mentira, decía que vivía en casa de sus padres... Yo no tuve fuerza para denunciar esa realidad», reconoce.
Su fortuna empezó a cambiar con la decisión del juez, que tumbó la apelación del hombre e ingresó en prisión. Con él en la cárcel, la mujer empezó a visitar el Centro de Información de la Mujer (CIM) del municipio. Sin ingresos, pudo acogerse a un programa municipal para casos de violencia de género, y ahí empezó su camino. En medio de todo, solicitó además acogerse al programa de inserción sociolaboral de la Xunta, y empezó a trabajar como ayudante en el hogar de los servicios municipales. Un puesto que logró conservar tras finalizar este programa. A día de hoy, continúa trabajando para el concello.
Nunca fue a verlo a prisión
La mujer nunca fue a verlo a prisión, para ella era una tranquilidad saber que él estaba preso. No se atrevió a divorciarse hasta un año más tarde. Todavía recordaba las palabras textuales que su marido había pronunciado ante la juez: «Me casé con mi mujer ante de Dios, y me da igual lo que usted diga. Me casé hasta que la muerte nos separe». Estaba aterrorizada.
Pero al fin, logró dar el paso definitivo y divorciarse. Dejó ayudarse por los servicios sociales y, hoy por hoy, continúa trabajando y con los hijos a su lado. Él, que ya está en libertad, no la ha vuelto a molestar.
«Él tenía el control sobre todo»
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