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SOCIEDAD

Pueblos literalmente ahogados

La limpieza del cauce del Ebro lleva años enfangada entre administraciones, normas medioambientales y proyectos que se eternizan. Mientras, cada año hay inundaciones y los pueblos ribereños ya han perdido 150 millones de euros en diez años

Pueblos literalmente ahogados fabián simón

R. PÉREZ/Y. AZNAR

«Nos tienen ahogados, así de claro y así de duro. Nos tienen ahogados porque entre unas administraciones y otras, el enredo hace que no pase de las palabras a los hechos, el río sigue sin limpiarse y cada vez se desborda más fácilmente». Lo dice el alcalde de un pueblo ribereño del tramo aragonés del Ebro, y sus apreciaciones no son una queja aislada, sino un lamento compartido por vecinos y responsables municipales del resto de pueblos que ven cómo su sustento vital –la agricultura– se ahoga literalmente año tras año por desbordamientos del Ebro cada vez más frecuentes.

Se ha convertido en un problema de primer orden que compromete la vida en estos municipios que suman miles de habitantes y que se sienten vapuleados por los enredos entre administraciones: el reparto de competencias hace que la pelota se pase de unas a otras sin que la limpieza y el dragado del Ebro se haga realidad. Llevan años esperando. El Gobierno aragonés dice que el cauce es competencia del Estado, pero las comunidades autónomas también tienen competencias medioambientales. Y la diputación provincial se escuda en que solo puede ayudar –como lo viene haciendo– aportando medios humanos y materiales para reforzar las motas, las barreras de refuerzo de tierra en las márgenes en los puntos más vulnerables por los que salta el agua cuando el río va crecido.

Desde este fin de semana, los pueblos aragoneses ribereños del Ebro ven repetirse la situación. De nuevo miles de hectáreas inundadas, de nuevo miles de euros arrasados por un Ebro que, incapaz de llevar el agua por su cauce, se extiende empantanando amplísimas extensiones de tierras de cultivo.

Graves daños con menos agua

«Están arruinando a la agricultura», se quejaba este mismo lunes en declaraciones a ABC el alcalde de Novillas, José Ayesa, una de las localidades afectadas, uno de los términos municipales de nuevo inundados por la crecida que estos días vive el Ebro.

Ayesa insiste en lo notorio desde hace años: «al Ebro le hace falta cada vez menos caudal para desbordarse y provocar inundaciones». La razón radica en el lecho del río. La maleza, los materiales de arrastre y los sedimentos acumulados le han mermado capacidad de desagüe a este cauce.

El domingo por la tarde-noche el Ebro se desbordó en Novillas. Llegó al casco urbano. Hay dos calles inundadas. Alrededor de la localidad, en su término municipal hay 1.500 hectáreas que han quedado convertidas en un inmenso pantano espontáneo. Y todo eso con un caudal, según ha destacado el alcalde, de 2.000 metros cúbicos por segundo que hicieron que el Ebro, a su paso por Novillas, alcanzara los siete metros de altura.

«Con 2.000 metros cúbicos por segundo ahora el Ebro provoca más daños que los que causó en los años 60 na riada de 3.200 metros cúbicos por segundo», explica gráficamente el alcalde José Ayesa, uno más de los muchos hartos de que pasen los años sin que se limpie el cauce del gran río.

La situación –afirma– ha llegado a un punto extremo. Y es que en los pueblos aragoneses ribereños del Ebro las pérdidas económicos caen a plomo desde hace años por culpa de unas inundaciones que, insisten en esos municipios, se habrían evitado si el cauce hubiera estado en condiciones.

Balance desolador

En el último decenio, los desbordamientos del Ebro en su tramo aragonés han hecho perder más de 150 millones de euros. Y la penosa factura sigue creciendo. Ahora tocará evaluar las pérdidas que deje la riada que se vive estos días.

Que la situación sería evitable es algo que, según los alcaldes, se evidencia con los propios informes oficiales de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE). En esta ocasión, como en otras muchas de los últimos años, la riada ha sido calificada técnicamente por la CHE como «ordinaria», no como «extraordinaria». Y en los pueblos ribereños subrayan que lo incongruente es que «crecidas oficialmente calificadas de ordinarias provoquen daños extraordinarios; es el reconocimiento de que el cauce no se mantiene en condiciones».

Pero tan solo dos letras, ese prefijo ex que distingue la palabra ordinaria de la extraordinaria, marca la diferencia entre un abismo para los bolsillos de quienes viven de la agricultura. Si la riada es «extraordinaria» hay derecho a pedir fondos públicos para resarcirse de las pérdidas; si la riada es «ordinaria», quedan a expensas de los seguros que tengan contratados. Y el panorama, subraya el alcalde de Novillas, es radicalmente distinto de uno a otro casos.

Contrastes irritantes

El Ebro, la milenaria, la ancestral fuente de riqueza vital de estas tierras y de las gentes que la han habitado desde la Antigüedad, se ha tornado en una pesadilla para estos pueblos agrícolas. Inaudita contradicción que, con más fuerza que éxito práctico, se encargan de pregonar los alcaldes ante las administraciones superiores, especialmente el Gobierno aragonés y el Estado para que se limpie y drague de una vez el río. Como se limpió y dragó a su paso por Zaragoza cuando esta ciudad quería presumir de turismo y de lúdicos paseos en barco en 2008, en el año de la Expo. Y como se ha seguido dragando, por esos mismos barcos turísticos, en los años posteriores. No entienden que para el ocio flotante no haya habido problemas en los dragados, y para salvar la economía de los hogares en esos pueblos haya tantas trabas.

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