Vidas ejemplares
El Cholismo
Un jugador que iba al filo del reglamento es hoy un gurú del liderazgo
Luis Ventoso
Diego Pablo Simeone González tiene ancestros genoveses y nació hace 44 años en el barrio bonaerense de Palermo, donde vivió Borges. Labrando a destajo la psique de sus futbolistas, Simeone se ha convertido en el nuevo gurú del liderazgo. Mientra tanto a Borges, cuya literatura ... es tan perfecta que parece álgebra, muchos lo confunden con una marca de cacahuetes. Quien lea con detenimiento «Funes el memorioso» o «El Aleph» recordará la experiencia de por vida. Pero es una pasión minoritaria frente a un tuit de Cristiano. No siempre fue así: la grey más bullanguera atestaba el coso del Globe para berrear con las obras de Shakespeare.
Antes de madurar como un magistral motivador, Simeone fue un jugador al filo del reglamento. Hijo de una peluquera y un vendedor de calefacciones, Diego llevó una buena infancia de clase media, pero aprendió a pelotear en las calles, fértil escuela de tarascadas. Su debut en Primera llegó pronto. En 1987, Cholito Simeone, con solo 17 años, se enfrentó con el Vélez al Newell’s, donde jugaba un tal Tata Martino, que peinaba 26. El bisoño Simeone atosigó al Tatá con mañas pegajosas. Al otro se le hincharon las meninges y lanzó un amago de codazo al chico, sin alcanzarlo. Simeone se tiró, hizo teatrillo, y Tata vio la roja.
La fórmula la repetiría en el Sevilla en 1994. El Barça jugaba en el Pizjuán y medio planeta contempló con asombro cómo el pequeño Romario (1,67) derribaba de un puñetazo seco al Cholo, de 1,80. Roja y cuatro partidos. Andando el tiempo, Romario develó la intrahistoria: Simeone lo había ido pinchando, con pisotones y puyazos verbales. «Me provocó y yo no tengo sangre de cucaracha», explicó el valor más activo de la noche carioca.
Dos años después, Simeone firmó en San Mamés su acción más aparatosa: clavó sus tacos en el muslo de Julen Guerrero. Cholo pretextó que fue un lance casual. Guerrero afirmó que lo cazó. Quién sabe… Tres puntos de sutura sellaron el agujero.
Simeone fue un centrocampista fogoso, con buen remate de cabeza y encomiable capacidad de brega. Esas cualidades lo convirtieron en un fijo de Argentina. Mundial de Francia 98: partido de octavos entre Inglaterra y Argentina. La picaresca cholista envía al banquillo a David Beckham, por entonces un pipiolillo. Simeone arrolla al inglés con una entrada brutal por detrás. En el suelo, indignado, el benjamín Beckham lanza un amago de patadilla cuando Simeone se le acerca en plan Teresa de Calcuta. Apenas lo roza, pero Cholo, por entonces ya un actor consumado, se lanza al suelo doliéndose como si una pantera le hubiese rebanado una pierna. El árbitro pica y expulsa a Beckham. Inglaterra sucumbe.
Hoy Simeone, con sus ternos enlutados del Travolta de Pulp Fiction, es el apóstol de la humildad y el esfuerzo. Un personaje que mantiene en la caseta un fiero código de honor, que otorga un papel prioritario al horóscopo (lo primero que hace es preguntar a cada jugador por su signo) y que oficia milagros con una plantilla inferior. Sin embargo, llegada la gran fiesta lisboeta, muchos nos cobijaremos en la ceja circunfleja de Ancelotti, en el sosiego antiguo de sus chalecos de lana, en la sombra de un cierto señorío crepuscular. El cholismo arrasa. Pero todavía quedan sentimentales que creen en Borges y el fair play.
El Cholismo
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete