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Cómo se aferran los autócratas al poder

En 'La revancha de los poderosos' Moisés Naím reflexiona sobre las amenazas que se ciernen sobre las sociedades libres y plantea algunos caminos a seguir para protegerlas

La inteligencia artificial se topa con el autoritarismo de China

El presidente ruso, Vladimir Putin, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, durante una reunión en Vladivostok, Rusia, en 2022 Reuters

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Da igual el bando ideológico. No se diferencia a un autócrata por estar ubicado a la derecha o a la izquierda del espectro político, sino por situarse —o pretender hacerlo— en el puesto más alto posible.

Populismo, polarización y posverdad. Esa es la fórmula que utilizan este tipo de líderes alrededor del mundo para obtener, ejercer y conservar un poder ilimitado, según el análisis que desarrolla Moisés Naím en 'La revancha de los poderosos' (Debate, 2022).

Estos personajes no son nuevos, pero sí han evolucionado en sus maneras de actuar, aprovechando las herramientas digitales. En su mayoría, nos son tan descarados como los dictadores tradicionales. Como el de Corea del Norte, por ejemplo. Se diferencian de las dictaduras de vieja escuela, como la cubana, porque pretenden guardar las apariencias.

Según explica el intelectual venezolano, después de la caída de la Unión Soviética la comunidad internacional alcanzó nuevos consensos sobre la legitimidad política, y los autócratas suelen disfrazarse de demócratas obteniendo el poder mediante procesos democráticos. El problema es que, una vez allí, corroen cualquier contrapeso que pueda limitar su poder ejecutivo. No deciden saltarse las leyes; las modifican en beneficio propio.

Nicolás Maduro junto a (de izquierda a derecha) Daniel Ortega, Luis Arce, Ralph Everard Gonsalves y Raúl Castro durante el acto conmemorativo por los 10 años de la muerte de Hugo Chávez AFP

Silvio Berlusconi, Hugo Chávez, Víktor Orbán, Nayib Bukele o Andrés Manuel López Obrador. Sean de países desarrollados o no. Como señala Naím en su libro, los autócratas alrededor del mundo tienen ciertas características en común. Erosionan la institucionalidad. Son pesimistas con respecto a la situación en la que se encuentran. Mencionan constantemente la existencia de amenazas externas que exigen unidad nacional. Creen que la inmigración es un problema. Desprecian a los científicos que señalan realidades poco convenientes para ellos. Son fanáticos de las fuerzas armadas, que utilizan a menudo para intimidar a los disidentes. Atacan a los medios de comunicación, a quienes consideran enemigos hostiles. Y, ante todos los inconvenientes, estos líderes carismáticos se presentan como la respuesta, la cara de la lucha contra las malvadas élites opresoras del pueblo.

En términos marxistas, «agudizan las contradicciones». Criminalizan a los rivales políticos y los encarcelan. Demonizan a sus rivales. Fomentan las divisiones y estimulan la polarización en la que resulta difícil llegar a acuerdos con los oponentes, que en realidad son vistos como enemigos sin derecho a alcanzar el poder.

Silvio Berlusconi igresó a la política para evitar la prisión y utilizó su artillería mediático para afianzar su poder EP

Y esa dinámica funciona porque alrededor de las figuras autocráticas se juntan masas de fanáticos. Naím lo explica con una analogía futbolística: los autocráticos, más que líderes, son estrellas para sus fans, y, para estos últimos, identificarse y apoyar a un equipo deja de ser divertido si no hay un adversario al que oponerse y odiar.

Además, son maestros consumados en la distorsión de la realidad, que va mucho más allá de la mentira, porque, según explica el autor, «el principal objetivo no es que se acepten las mentiras como verdades, sino enturbian las aguas hasta que sea difícil distinguir la diferencia entre verdad y falsedad».

El poder del dinero

Saquean las arcas públicas no solo para enriquecerse sino para afianzar su poder. Mantienen al ejército contento, compran apoyos, mantienen a los periodistas dóciles y construyen redes financieras internacionales.

Naím ejemplifica el uso del dinero como herramienta del poder con la Rusia de Vladímir Putin. Cuando llegó a la presidencia en 1999, Rusia estaba en manos de oligarcas que se habían apoderado de la mayor parte del patrimonio industrial y energético de la Unión Soviética.

Por su participación en la invasión en Ucrania, el empresario ruso Yevgeny Prigozhin se ha convertido en un personaje polémico que acapara cada vez más poder AFP

El Moscú de los 90 era anárquico; los magnates de los negocios actuaban como si fuesen la ley. Y Putin, exagente de la KGB, entendió que ese descontrol no le convenía para afianzar su poder. Según explica el autor, quienes desafiaban el nuevo orden tenían una alarmante tendencia a aparecer muertos en extrañas circunstancias. Así los oligarcas entendieron que podían enriquecerse, siempre y cuando favorecieran los intereses del presidente. Porque en Rusia los oligarcas no tienen acceso a los más poderosos del Gobierno por sus riquezas; son ricos porque son afines y leales a Putin.

Como Yevgeny Prigozhin, que comenzó vendiendo perritos calientes, pero después de estar en la cárcel terminó siendo el chef de Putin y ahora lidera el controvertido grupo de mercenarios de Wagner. Personajes como ese, dice Naím, parecen florecer siempre que una autocracia está asentando su poder. «Como Alex Saab en Venezuela, que convirtió sus contratos en Caracas en una inmensa fortuna personal a base de estafar al Estado venezolano miles de millones mediante cobros abusivos por la importación de alimentos y que después empleó su dinero para respaldar al régimen de Maduro».

Imagen - Los demócratas deben imponerse en este combate existencial contra unos enemigos que prefieren un mundo en el que el poder está concentrado y no tenga que someterse a control

Los demócratas deben imponerse en este combate existencial contra unos enemigos que prefieren un mundo en el que el poder está concentrado y no tenga que someterse a control

Moisés Naím

Las batallas por luchar

En este ensayo, Naím desarrolla, argumenta y ejemplifica la actuación de los poderosos alrededor del mundo, incluyendo a grandes empresas como Google o Facebook. Habla de la antipolítica, de los Estados hampones, de la globalización de las autocracias, y también hace un repaso de cómo la pandemia sirvió de excusa para que las autocracias afincaran su poder y aumentaran las restricciones civiles. Advierte que «sobre la democracia se cierne una amenaza muy real» y que «los demócratas deben imponerse en este combate existencial contra unos enemigos que prefieren un mundo en el que el poder está concentrado y no tenga que someterse a control».

No ofrece una solución, pero sugiere cuales son los caminos que hay que seguir, los elementos que los demócratas deben vencer: las 'Grandes Mentiras' que utilizan los autócratas para presentarse como la única esperanza del pueblo pisoteado; los Estados mafiosos; la subversión extranjera, como la de Rusia en el referéndum catalán; los cárteles políticos que acaparan el poder y ahogan a cualquier competidor; y los relatos iliberales que los autócratas utilizan para suscitar pasiones, ofreciendo fantásticas soluciones a los problemas a cambio de un poder ilimitado, mientras que los liberales ofrecen explicaciones políticas menos atractivas, sin héroes ni villanos identificables.

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