La lucecita del Kremlin

Los servicios de inteligencia occidentales, como si fueran negociadores especializados en la liberación de rehenes, hacen todo lo posible para que el lacónico Putin hable y hable, con la esperanza de vislumbrar sus verdaderas intenciones entre sus palabras. De otra forma no hay atajos disponibles, ya que el ocupante del Kremlin evita los dispositivos electrónicos, a menudo prohíbe tomar notas de sus reuniones y comparte muy poco con sus ayudantes, incluidos sus freakies de cabecera.

Como explica el historiador Timothy Snyder, resulta engañosamente cómodo centrarnos en una sola persona, en la lucecita del Kremlin que nunca se apaga y en el centinela para el que nunca hay relevo. Según el profesor de Yale, la historia y la literatura sugieren que un tirano nunca piensa solo: «Un tirano puede parecer aislado, pero en realidad piensa junto a dos compañeros despiadadamente inseparables: el miedo y la muerte. Si consideramos estos compañeros de todo tirano, las acciones de Putin en Ucrania podrían empezar a tener un poco más de sentido».

En su falsa soledad, Putin piensa en trascender la muerte y pasar a la historia con un grandilocuente legado que haga realidad su imaginada unión milenaria entre Rusia y Ucrania. Según Snyder, Putin sueña con «un proyecto grandioso, que se llevará a cabo mediante un acto decisivo: una aplastante invasión militar de un país vecino más débil». Y al contemplar su trascendencia eterna, el tirano también barrunta su miedo inmediato. Con la particularidad de que pensar con el miedo, a modo de constante cálculo de costes de oportunidad, puede servir como freno a pensar con la muerte.