¿Víctima o verdugo? La judía que envió a miles de presos a Auschwitz para salvar su propia vida
El director Kilian Riedhof estrena en España 'Stella', la historia de una joven que delató a miles de semitas para escapar de las cámaras de gas
Así escapó el futuro general de la División Azul de morir a manos de la Segunda República
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Iniciar sesiónCazaba desde las sombras, cual criatura maldita de Bram Stoker, y su beso era más gélido que el de la misma muerte. Los que conocieron a Stella Goldschlag la definieron como un primor: cabello dorado ensortijado, ojos azul cielo... Su presencia, sin embargo, suponía ... comprar un billete para la barca de Caronte. Entre septiembre de 1943 y el final de la Segunda Guerra Mundial, esta veinteañera judía vagó por las callejuelas de Berlín en busca de sus colegas: aquellos que habían portado la estrella amarilla al comienzo del conflicto y se ocultaban desesperados del régimen nazi. Su récord fue triste, más de dos mil semitas capturados y deportados. De ahí su apodo: el 'Veneno rubio'.
Pero su historia navega entre aguas grises, pues aquella chiquilla solo escogió convertirse en un sabueso de la Gestapo después de que los nazis la cazaran, la torturaran y amenazaran con deportar a sus padres. Era su vida o la del resto. ¿Fue una víctima o un verdugo?, ¿merecía el perdón? En estas dudas se ha zambullido de lleno el director germano Kilian Riedhof con su nueva película: 'Stella'. Un metraje a caballo entre el biopic y el drama histórico que presenta en las salas españolas este 15 de marzo bajo una premisa: avivar el debate sobre el Holocausto. «La película ha sido muy polémica en Alemania porque levanta ese sentimiento de culpa de nuestra sociedad. Saber si mi país se ha reconciliado con su pasado es difícil, todavía está todo muy reciente», afirma a ABC.
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Riedhof nos recibe a través de videollamada, durante su trayecto hacia Bélgica para presentar la obra. Para él es como dar la bienvenida en familia a su primer hijo. «Hemos investigado mucho. El 85% de lo que se ve en la película son hechos verídicos. Nos documentamos en los archivos del Tribunal Supremo de Berlín», sentencia con voz profunda. Porque sí, tras la caída del águila nazi, el nuevo estado alemán acusó a Stella de colaboracionista. «No son los únicos documentos que hemos analizado, también hemos estudiado el interrogatorio que los soviéticos le hicieron en 1946», confirma.
Inocente... ¿o no?
La de Stella fue una infancia acomodada para la época. Nació en 1922 con el apellido de Goldschlag y destacó desde niña por su viveza. Sus padres, judíos, no podían imaginar lo que les esperaba cuando Adolf Hitler se asió a la poltrona en 1933. Según narra el historiador Jesús Hernández en 'Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial' (Almuzara), perdieron el trabajo y malvivieron hasta que estalló el conflicto. Aquello hizo que les fuera imposible abandonar el país por la negativa de las autoridades a entregarles el visado. Mientras, su hija posaba desnuda para los alumnos de una escuela de pintura a cambio de unas monedas y practicaba para ser cantante de jazz, su verdadero sueño.
Ahí es donde arranca la película de Riedhof. En un suspiro, Stella pasó de paladear las mieles de la canción, a realizar trabajos forzados en una fábrica de munición. Allí permaneció hasta 1943, cuando las autoridades nazis declararon Berlín una ciudad 'juden frei' –libre de judíos– y arrancaron las detenciones masivas. A partir de entonces, su familia se convirtió en lo que el Reich llamaba 'U-Boote' o submarinos: semitas que adquirían documentación falsa y vivían ocultos en la capital como arios. Ella, narra Hernández, lo tuvo fácil gracias a su aspecto teutón. El 2 de julio de 1943, sin embargo, fue delatada por una antigua amiga que colaboraba con la Gestapo. Fue un primer golpe de realidad al que le siguieron muchos durante un largo interrogatorio para que revelase quién le había entregado los documentos.
Su destino y el de su familia parecía ser el campo de concentración de Auschwitz, pero los alemanes vieron las posibilidades que se abrían ante ellos: una judía con aspecto de alemana, pavor a la muerte y una red de contactos envidiable. Y, en el mismo campo de deportación, le brindaron el terrible trato: a cambio de su vida y la de sus padres, debía convertirse en una 'greiferin' –'gancho'–, el término con el que se referían a los delatores. Por cada persona que atrapara, recibiría además una cantidad de dinero. «Era algo que se le ofrecía a todos los judíos que llegaban allí, pero solo aceptaron una veintena de ellos. La mayoría no estaba de acuerdo», sostiene Riedhof.
Cazadora de judíos
Fuera por el miedo, fuera por la falta de moral, el director corrobora que la chica aceptó: «Era una persona con luces y sombras, como todos. Es algo que queremos mostrar en la película. Aquellos que la interrogaron eran, por ejemplo, unos sádicos fanáticos. A cambio, el responsable del campo de deportación no estaba de acuerdo con su trabajo, pero quería mantenerlo; fue pragmático». Dice Riedhof que no han querido alumbrar una película moralista; más bien han pretendido «mostrar la ambivalencia de la vida» y conseguir «que el espectador se pregunte qué hubiera hecho en esa situación». Aunque él, confirma, ha reflexionado mucho, y todavía no tiene respuesta.
Stella comenzó a trabajar en septiembre de 1943. Con cada deportación ganaba un día más de vida, de eso no hay duda, pero tan cierto como eso es que se esforzó al máximo en su labor. «Aprovechando la confianza que despertaba entre sus antiguos amigos, les traicionaba sin rubor», explica Hernández. El historiador español eleva a 2.300 el número de judíos a los que delató, pero también confirma que, según algunas fuentes, la cifra fue de tres millares. El año siguiente fue su etapa de mayor eficiencia: buscaba listas de semitas ocultos, escondites clandestinos... «Una vez, ella misma se encargó de bloquear una puerta por la que intentaban escapar unos judíos», confirma. Tan eficiente fue, que un oficial de las SS prometió nombrarla aria tras el conflicto.
Pero la fortuna le fue esquiva una vez más. Tras el fin de la guerra se escondió por miedo a la venganza, pero fue capturada por los soviéticos y enviada a un campo de prisioneros durante una década. Después regresó a Alemania, donde fue juzgada. «En los documentos vemos que fue cada vez más consciente de lo que había hecho. A finales de 1944 quiso cambiar de idea, dejar de hacer ese trabajo, pero ya era demasiado tarde», añade Riedhof. En palabras del director, no se la puede exculpar. «En los primeros interrogatorios dijo que había pedido que su novio, Rolf, fuese al campo de deportaciones para ayudarla; después, cambió sus argumentos y sostuvo que le habían obligado a trabajar con él», completa.
Como había hecho a lo largo de toda la guerra, Stella luchó por su supervivencia y, durante el juicio, quiso dar la imagen de una damnificada más por el nazismo. Al fin y al cabo sus padres, en contra de lo que le habían prometido los nazis, habían sido asesinados en Auschwitz. «Pidió una indemnización al gobierno alemán como víctima de guerra, pero se la negaron», explica el director. Fue perdonada, pero ella llevó la pena por dentro; tanto –y va un gran 'spoiler'–, como para suicidarse cuando ya era una anciana. «Mi conclusión es que la historia no se supera, aprendemos de ella y nos recuerda los peligros que tenemos en la actualidad. El titular que quiero dar es que esto puede volver a ocurrir, y no debemos olvidarlo», finaliza Riedhof.
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