Jordi Canal: «El carlismo murió de éxito tras la Guerra Civil»
Un libro analiza los mimbres de una contienda contra el liberalismo que dio forma a la actual España y sembró el remoto germen de los nacionalismos excluyentes
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Iniciar sesiónEl historiador Jordi Canal (Olot, 1964) publica en Sílex una obra, 'Dios, patria, rey: Carlismo y guerras civiles en España', donde demuestra que en el principio de estas guerras no estuvo el verbo, ni siquiera Carlos María Isidro de Borbón, el primer pretendiente carlista, ... sino una sociedad polarizada por razones ideológicas que se agarró como un clavo ardiente a la cuestión dinástica iniciada con la muerte de Fernando VII. «Antes de las guerras no había el nombre de carlista, pero ya existía el problema. No fue una cuestión puramente dinástica, sino un choque entre dos modelos de sociedad, una más liberal y otra vinculada al Antiguo Régimen», advierte en una entrevista con ABC este experto en la historia de Cataluña.
Aunque hoy suena anticuado y poco atractivo, el carlismo gozó de gran predicamento entre las clases populares mientras se definía cómo iba a ser el Estado nación. La simplicidad de su lema 'Dios, patria, rey' resultaba insuperable para quienes se aferraban por distintas razones al Antiguo Régimen y sentían que «los nuevos gobiernos liberales se estaban cargando la religión de sus antepasados» y desestructurando la vieja sociedad en la que vivían. «Para un campesino del norte, muchas de las medidas que entendía el liberalismo como propias de la modernidad eran algo negativo e impuesto», sostiene Canal.
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Hasta el siglo XIX España podía alardear de que era uno de los países de Europa occidental con menos guerras civiles en su territorio. Luego, comenzó un ciclo de conflictos fratricidas, magnicidios, revoluciones y hasta indultos (de esos hubo muchísimos entre liberales) que dibujó la silueta del país cainita que se intuye hoy. «La cultura política de la época obligaba a los perdedores de cada choque fallido a marcharse al exilio. Los cabecillas permanecían allí, pero a los combatientes y civiles que se habían involucrado se les perdonaba al cabo de muy poco tiempo a través de indultos masivos. Obviamente, el principal requisito es que asumieran su culpa y prometieran no volver a hacerlo, que es justo lo contrario que han hecho los implicados en el procés», afirma este profesor de la EHESS de París.
Para la historia, el carlismo ha quedado como un movimiento perdedor. Las tres guerras que llevan el sobrenombre de carlistas se saldaron con la victoria del liberalismo, pero se tiende a olvidar que hubo otra contienda, la Guerra Civil del siglo XX, de donde salieron alineados con el bando vencedor. Aportaron un buen número de requetés y tras la contienda tuvieron ministros y otros cargos de responsabilidad. «Después del 39, se puede decir que el carlismo definitivamente murió de éxito. Formó parte de los vencedores y muchos carlistas consideraron que la resistencia frente a la nueva sociedad había triunfado: el liberalismo había perdido. Por tanto, muchos se desmovilizan y se integraron en el franquismo», explica el autor de 'Dios, patria, rey' sobre el epílogo de un movimiento que hoy subsiste de manera marginal.
La persistencia carlista
La otra victoria póstuma del carlismo es que muchas de sus pretensiones fueron recogidas por los nacionalistas vascos y catalanes. «El que antiguos territorios carlistas coincidieran luego con la geografía del proceso independentista del siglo XXI ha llevado a muchos a afirmar que el carlismo ha continuado, pero esa es una mala interpretación. Si coincidió la geografía en Cataluña, es porque sociológicamente son las zonas más conservadoras, lo cual incluye a gente de extrema izquierda como los de la CUP que se quiere mucho a sí mismo y no quiere cambiar», defiende Canal, que admite que en el caso vasco sí hubo nexos más evidentes. «Siempre se comentó que los padres de Sabino Arana habían sido carlistas, pero él más bien era un integrista, impulsor de un nacionalismo español al revés».
—Cuando el carlismo hablaba de una patria, a pesar de su defensa de los fueros, se refería a una sola. ¿Era otro tipo de nacionalismo español?
—Les costaba entrar en el lenguaje del nacionalismo, pero es evidente que lo eran. Hay una disputa sobre cómo debe construirse ese Estado nación, pero nadie tiene dudas que debe ser español y solo uno. Nada tiene esto que ver con los proyectos alternativos a la nación española que surgieron a finales del siglo. El problema empezó con una coyuntura crítica muy grande, la de 1898, que mostró cierto cansancio en el proceso de construcción del Estado nación. La crisis abrió una ventana de oportunidades a los nacionalismos periféricos que todavía sufrimos hoy.
—Se habla del problema de Cataluña con España, pero usted insiste en que el problema es interno.
—Es que hay muchas cataluñas al mismo tiempo. Los nacionalistas han exagerado tanto la idea Cataluña contra España que parece que hoy todos los catalanes tienen la misma posición. Hay que recordar que los independentistas no representan ni a la mitad de los catalanes, aunque ganen las elecciones y solo gobiernen para ellos. Cualquier abordaje para solucionar el conflicto debe tener en cuenta que no existe una sola Cataluña. Es una comunidad plural, como todas.
«Aunque no acaben triunfando los movimientos rupturistas incorporan cosas y condicionan a todo el país»
—¿Tantas décadas de tensión y desgaste del Estado y la sociedad pueden acabar en una ruptura?
—Todo tiene consecuencias. Incluso cuando se trata de movimientos perdedores, como por ejemplo ETA, también influyen y condicionan el futuro del país. El País Vasco seguramente no sería como es actualmente si ETA no hubiera existido, igual que Cataluña no sería como es si el pujolismo no hubiese aplicado las políticas que aplicó. Por tanto, aunque no acaben triunfando los movimientos rupturistas incorporan cosas y condicionan a todo el país. Aparte, el hecho de tener un Estado tensionado permanentemente te deja en inferioridad de condiciones frente a otros estados vecinos. Cada uno tiene sus problemas, pero en el nuestro hay un problema desde finales del siglo XIX que nadie es capaz de arreglar.
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—¿Nadie ha estado cerca de hacerlo?
—Hubo un momento en que pareció que sí, pero ya hemos descubierto que no. En la época de la Restauración tuvimos el intento de las mancomunidades, que básicamente afectaban a Cataluña. La Segunda República lo intentó concediendo estatutos de autonomía, pero excepto Cataluña, que en 1932 ya lo tenía aprobado, no se resolvió nada. Y luego en la Guerra Civil uno de los argumentos de los sublevados es precisamente que había que frenar a los separatistas. El Estado de las Autonomías es quizás lo más exitoso pero se encuentra hoy en crisis y se necesita reformarlo de alguna manera. Tal vez distinto, aprendiendo de los errores y de los éxitos. Eso sí, se necesitaría una generosidad individual y colectiva entre fuerzas políticas que no veo posible en este momento.
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SuscribeteABC Historia. Especializado en monarquía e hispanidad. Autor de los libros 'El Imperio de los Chiflados', 'Superhéroes del imperio' y 'Los Borbones y sus locuras', entre otros. Aprendí en Opinión.
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