Segunda Guerra Mundial
La catástrofe del convoy fantasma nazi hundido en el Danubio que la sequía ha sacado a la luz
En agosto de 1944, Paul Willy Zieb intentó remontar el río con más de 200 buques. Días después, y tras varias batallas contra los rumanos, los hundió para evitar que cayeran en manos de la Unión Soviética
Los soviéticos celebran la victoria en Sebastopol frente a los restos de barcos alemanes
El metal, oxidado y desvencijado, quiso tomar algo de aire aprovechando la recalcitrante sequía que azota el mundo estos días. El pasado viernes, los habitantes de ciudad serbia de Prahovo, cerca del Mar Negro, se desayunaron con la silueta de varias embarcaciones hundidas durante la Segunda Guerra Mundial en el Danubio ... . Siempre habían estado ahí, pero jamás se habían visto tantas, ni con tanta claridad. La noticia copó diarios, pero pocos se zambulleron en cómo habían llegado los bajeles hasta allí. La historia se remonta a agosto de 1944, cuando un oficial alemán se propuso remontar aquella corriente de agua con nada menos que 200 embarcaciones en dirección a Yugoslavia. El resultado fue una operación olvidada que acabó en desastre, pero que bien se merece su hueco en los libros de historia.
De la victoria al desastre
Esta operación se sucedió en el marco de la campaña del Mar Negro, testigo de una lucha intermitente y descafeinada desde 1941 entre el Reich y la URSS. Según explica a ABC Rafael Rodrigo Fernández –Doctor en Historia Contemporánea y autor de 'La retirada alemana de Rumanía a través del Danubio'– este teatro de operaciones contó con una característica básica: «Los rusos no se hicieron a mar abierto porque, como pasa en Ucrania, no tenían superioridad aérea. Aunque los alemanes y los rumanos no contaban con navíos para hacerles frente, sí disponían de bombarderos 'Stuka' preparados para acabar con ellos». Les fue bien a los germanos en principio, aunque gracias a los éxitos de sus carros de combate en Ucrania. Pero los contraataques tras Stalingrado, en 1942, y los avances del Ejército Rojo en los años posteriores cambiaron las tornas.
El del Reich en la URSS fue un viaje de ida y vuelta. Y el verano de 1944 no le trajo buenas nuevas. Más bien supuso la llegada de una derrota que se anunciaba desde hacía meses. Por tierra, mar y aire, la Unión Soviética no daba tregua a las maltrechas fuerzas alemanas. A pesar de contar con una capacidad limitada para reforzar sus ejércitos y reparar sus navíos, las fuerzas de Stalin se reagruparon y lanzaron una ofensiva frontal contra Nikolayev. La urbe, ubicada al sur de Ucrania, capituló en un suspiro. Tras ella le tocó el turno a Odessa, que quedó aislada y tuvo que ser evacuada el 9 de abril. Apenas una jornada después cayó en las manos de soldados ucranianos. Desde allí, el Ejército Rojo irrumpió en Crimea.
Hitler, poco amigo de abandonar territorio conquistado en la URSS, creía por entonces que tenía capacidad de mantener la región y sus alrededores. No pudo ser más inocente. Al percatarse de la potencia militar reunida por Stalin, Ferdinand Schörn, sustituto de Von Kleist al mando de las operaciones en la zona, pidió la retirada de una de las ciudades clave: «Solicite la evacuación, no es posible una mayor defensa de Sebastopol». En la madrugada del 9 de mayo, el 'Führer' se tragó su orgullo y autorizó la marcha de sus hombres. Poco más podía hacer tras paladear el sabor metálico de los proyectiles lanzados contra la urbe por la artillería del Ejército Rojo. Pero ya era tarde; tenían al enemigo a las puertas.
El historiador militar Vincent P. O'Hara, experto en la campaña desarrollada en el Mar Negro, confirma que la evacuación se vio torpedeada por los submarinos, la flota y la fuerza aérea soviética. Fue una debacle, aunque, a pesar del caos que produjo el miedo al Ejército Rojo, los alemanes y los rumanos consiguieron sacar a más de 130.000 hombres por mar. A costa, eso sí, de perder siete transportes, once pequeños buques de guerra auxiliares y once barcazas por culpa de los ataques aéreos constantes. «Con todo, más de 8.000 soldados del Eje se ahogaron», añade el experto. Esta fue la última gran operación naval en aquellas aguas. El canto de cisne de un ejército que creía invencible, pero que quedó a merced de su enemigo.
Para colmo, Rumanía se rindió a finales de agosto de ese mismo año y dejó huérfana de ayuda a las tropas alemanas afincadas en el Mar Negro. Su salida de la guerra no pudo ser más traumática para el Reich. El dictador Ion Antonescu sabía que la situación militar era pésima y que no había posibilidad de vencer al Ejército Rojo. Sin embargo, se negó una y otra vez a capitular sin recibir la autorización del 'Führer'. Al final, el rey Miguel lo destituyó y lo arrestó. Para mayor desesperación de Hitler, y tal y como explica Enrique Miguel Sánchez Motos en 'Historia del comunismo', el país aceptó unirse al esfuerzo de guerra contra el Eje de forma instantánea. Un nuevo enemigo había brotado de la nada...
Convoy al infierno
Andaban tensos los ánimos cuando un militar de medio rango alemán, el 'Konteradmiral' Paul Willy Zieb, decidió reunir la mayor cantidad de buques del Eje que quedaran en la región y evacuarlos a través del Danubio en dirección a Yugoslavia. Así, de su mano, fue alumbrada la 'Operación Duende'. «Era el típico oficial de carrera poco conocido. Es normal; para la 'Kriegsmarine', el Mar Negro siempre fue un frente muy residual a nivel de marina. Y, aunque el Danubio era importante por el tráfico de petroleros, no se consideraba clave», explica Fernández. Delgado, de pelo cano y cejas pobladas, sobre este gris personaje recayó la responsabilidad de enfrentarse a las guarniciones rumanas que defendían los pasos del río.
A finales de agosto ya había sido alumbrado el 'Kampfgruppe Zieb' en la región de Galati, al este de Rumanía. Entre 170 y 250 embarcaciones, según apunta Gordana Karovic en 'Remains of the German Fleet Sunken near Prahovo', estaban dispuestas para remontar el Danubio. Un auténtico circo formado por cargueros, navíos de transporte, barcos de pesca artillados, un buque hospital, remolcadores convertidos en dragaminas, lanchas de desembarco y barcazas cisterna. «Tenían muy poco tonelaje y eran muy pequeños, con una dotación máxima de entre quince y veinte hombres», añade el autor. En sus palabras, si «en Barbarroja los alemanes se llevaron cualquier cosa con cuatro ruedas», en el Mar Negro pasó algo parecido, pero a nivel marítimo.
El resultado fue un convoy colosal que se extendía entre 20 y 30 kilómetros. Un continuo goteo de barcos que navegaban a diferentes velocidades a través de un río franqueado por enemigos. Y, para colmo, cargados con entre 6.000 y 8.000 pasajeros. «Había de todo, militares y civiles. Soldados y oficiales con sus familias, muchas mujeres del Cuerpo Auxiliar Femenino (operadoras, correos...), rumanos fieles a Antonescu, dos mil soviéticos colaboracionistas, trabajadores de la industria, miembros del consulado...», completa Fernández. Aquella operación evocaba la marcha hacia Dunkerque que las tropas británicas se habían visto obligadas a acometer tras la invasión de Francia en 1940.
Para colmo, el peso de las barbaridades perpetradas por el Reich pesaba sobre cada uno de los componentes de este variopinto convoy. Y no porque conocieran atrocidades como las matanzas masivas de civiles rusos por parte de los 'Einsatzgruppen', ocultas para una buena parte de los civiles germanos... El Ejército Rojo anhelaba venganza, y se la iba a cobrar. «Cuando los rusos fueron recuperando territorios y se enteraron de lo que habían hecho los nazis se comportaron igual o peor. Al final, los alemanes no sabían qué pasaría con ellos si eran capturados. El Frente Occidental era más civilizado. En el del este no sucedí lo mismo», incide el historiador español.
Hundir las naves
El sálvese quién pueda arrancó el 24 de agosto y, tan solo dos días después, el convoy participó en su primer combate de importancia. Fue en la localidad de Cernavoda, donde los rumanos contaban con una fortaleza reforzada con posiciones de artillería y nidos de ametralladora. Zieb, con 200 bocas de fuego, cual batalla naval del XIX, bombardeó la posición durante horas, día y noche. Karovic apunta que se perdieron 11 bajeles y 480 personas, pero también que el 'Kampfgruppe' terminó por abrirse paso. Las secuelas fueron peores, pues los más de 7.000 heridos propios y la pronta falta de provisiones y agua no tardaron en lastrar la marcha en las siguientes jornadas. El 28, no tuvieron más remedio que detenerse en Svishtov para desembarcar a los tripulantes más magullados.
A partir de entonces, la Operación Duende derivó en un constante ir y venir de buques. Algunos que eran capturados o hundidos por los rusos y otros que se unían a este improvisado circo. Los informes confirman que, el 31 de agosto, el convoy estaba compuesto por 194 navíos que transportaban a más de 4.000 personas. Y con todos ellos atacó Zeib las posiciones enemigas cerca de Calafat. El amargo resultado fueron, tal y como explica Fernández, otras 22 embarcaciones perdidas y más de 400 fallecidos. Aunque saberse perseguidos por un enemigo ansioso por cortar cuellos motivó a los tripulantes. Pocas cosas dan más fuerza que el pavor a la muerte.
«Cuando los rusos fueron recuperando territorios y se enteraron de lo que habían hecho los nazis se comportaron igual o peor. Al final, los alemanes no sabían qué pasaría con ellos si eran capturados»
La última etapa fue la menos sangrienta, pero también la más dura. El 1 de septiembre, los buques dejaron caer el ancla en Prahovo. Las tripulaciones estaban exhaustas, escaseaban los víveres y los ánimos empezaban a flaquear. Esa misma noche fueron desembarcados un millar y medio de heridos; se les dejó en un campo de maíz. Pocos sitios más había, y necesitaban ir ligeros para acometer la prueba final: atravesar las Puertas de Hierro, una garganta muy fácil de defender por el enemigo. Para colmo de males, los soviéticos habían tomado posiciones en la otra salida natural del río, el estrecho de Cazane. ¿Qué hacer?
Zieb, desesperado, voló en avión hasta Belgrado, donde se entrevistó con sus superiores y barajó las posibilidades. Había pocas. Le informaron de que un 'Kampfgruppe' pretendía tomar el estrecho de Cazane, y que eso aliviaría la presión sobre su convoy. Aunque, en la práctica, era imposible. Así fue como la realidad venció a la Operación Duende. El oficial optó por reunir a los civiles que quedaban y enviarlos en un tren hacia Yugoslavia. Si no, sabía que su muerte estaba garantizada. «Fue un desastre. Los vagones fueron atacados por partisanos y, ya en la ciudad, fueron ajusticiados por los guerrilleros que, esa misma noche, tomaron la urbe», completa el experto español.
Por su parte, y ya sin civiles, el militar intentó forzar el estrecho de las Puertas de Hierro en los siguientes días. Fue un auténtico desastre. Tampoco sirvieron de nada los intentos de rescate planteados por otras unidades cercanas. Tan solo lograron crear un minúsculo pasillo por tierra a través del cual podían llevarse a los supervivientes. Los buques quedaron condenados. Con la suerte echada, que diría Julio César, Zieb ordenó hundir los restos de aquel gigantesco convoy que había superado todo tipo de aventuras. «Lo hicieron con un doble objetivo: evitar que los soviéticos se hicieran con los navíos, y dificultar el tráfico en el Danubio. Destruyeron material y, además, impidieron el tránsito», insiste Fernández. Después, fueron evacuados hasta Belgrado. Fin de la aventura.
Cierto es que no consiguieron su objetivo. Con todo, el español es partidario de que Duende fue una operación exitosa por la cantidad de personas que logró evacuar. «Los británicos nos llevan vendiendo Dunkerque años como una gran victoria, cuando perdieron mucho material pesado. Al final, los alemanes no lograron recuperar los barcos que estaban en el Danubio. De hecho, los perdieron todos. Pero lo que sí consiguieron fue salvar mucho personal. Y los buques, de escaso porte, no habrían servido de nada en el Atlántico», sentencia. Zieb, por su parte, fue condecorado con la Cruz de Oro alemana, pero continuó siendo un militar gris y sin demasiado reconocimientos. Tras la Segunda Guerra Mundial evitó hablar de esta misión; quizá, por una mezcla de vergüenza y miedo a las represalias por haber combatido en el bando que asesinó a millones de personas.