La Armada Invencible de los Borbones: el plan secreto para invadir Inglaterra desde España
La fuerza de distracción, formada por 307 infantes de marina, partió con éxito de Pasajes, no así la flota principal, que fue desmontada por una tormenta a la altura del Cabo de Finisterre
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Iniciar sesiónCon la herida supurando del Tratado de Utrecht, Felipe V se puso en manos del italiano Giulio Alberoni, de cincuenta y un años, para recuperar el poder perdido por España tanto en el Mediterráneo como en el norte de Europa. El ambicioso clérigo, que recibía ... las órdenes directamente de los reyes, chocó desde el principio con la Administración y la nobleza, dotando al reinado de un «aspecto maravilloso de confusión y desorden», según observó con sarcasmo el ministro británico destinado en España. Eso a nivel interno, porque de cara al exterior se propuso dilapidar en tiempo récord, con la minuciosidad de un relojero suizo, la Armada y el ejército que estaban reconstruyendo los Borbones.
El italiano estaba en contra de ir a la guerra, pero sostenía, como la mayoría de la corte, que Utrecht había despojado de forma injusta a España de su influencia en su ámbito natural. En junio de 1717 una flota de cien barcos partió de Barcelona con la excusa de cazar barcos turcos, pero por sorpresa cayó sobre Cerdeña. De allí se extendieron las tropas españolas a Sicilia, aprovechando que los Habsburgo carecían de poder naval.
En medio de las operaciones, Felipe V sufrió un nuevo episodio de la enfermedad mental que le atormentaba desde la adolescencia, probablemente un síndrome bipolar. Los pensamientos suicidas, la falta de interés por su existencia y las alteraciones del sueño transformaron al Rey en un pelele. Se negó a cambiarse de ropa y descuidó su higiene. El Monarca estaba empeñado en que se moría allí mismo, tanto que, en octubre de ese año, pidió hacer testamento. Muchos denunciaron que los italianos y la reina estaban envenenándole para dar forma a una herencia a la carta. Nada más lejos de la realidad; la locura de Felipe V era genuina.
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A pesar de que la mente del Rey era una verbena, la conquista de Sicilia y Cerdeña fue viento en popa. Con lo que Alberoni no contaba era con la oposición directa de los primos franceses, que desde la muerte del Rey Sol habían delegado la regencia en un viejo conocido del monarca español. El Duque de Orleans, pariente del Rey de España, había combatido en la Guerra de Sucesión hasta que el germen de la desconfianza creció en Felipe V. La aversión entre parientes tomó forma de conjura internacional contra España. A raíz del ataque a Sicilia y Cerdeña, Francia encabezó una coalición integrada por el Sacro Imperio Romano Germánico, Gran Bretaña y Holanda, que destrozó cerca de Siracusa (Sicilia) al grueso de la flota mediterránea española. La derrota naval, donde la Royal Navy actuó a traición sin haber declarado la guerra, cortó de golpe las extremidades a la renacida armada española.
Operación en Escocia
Giulio Alberoni, que fue elevado a cardenal, se decantó por contestar a aquella felonía con un desembarco en las Islas Británicas. Allí donde habían fracasado las expediciones militares durante el periodo de mayor gloria del Imperio español, buscaba imponerse el ministro de Felipe V con unos recursos muy limitados. Cada engranaje del ataque a Inglaterra encajó en la mente del cardenal con la exactitud matemática que espera alguien que nunca ha pisado un campo de batalla. Una pequeña fuerza atacaría en Escocia a modo de distracción, mientras un ejército mayor, reforzado por tropas suecas, desembarcaría en la costa suroeste, donde los muchos partidarios católicos de James Francis Edward Stuart, conocido como «el viejo pretendiente», se levantarían contra el Rey Jorge I.
Parecía un plan sin fisuras, salvo porque todo salió fatal. La inesperada muerte de Carlos XII, el último rey guerrero de Suecia, dejó a España sin su único aliado en las vísperas del ataque. La fuerza de distracción, formada por 307 infantes de marina, partió con éxito de Pasajes, no así la flota principal, que fue desmontada por una tormenta a la altura del Cabo de Finisterre. Los infantes continuaron en solitario hacia Inverness, ajenos a la serie de catastróficas desdichas que habían borrado del mapa a sus camaradas.
A comienzos de abril de 1719 desembarcaron en las costas de Escocia y, bajo el mando del coronel Nicolás de Castro Bolaño, se atrincheraron a la espera de que se unieran a sus filas los clanes de las Tierras Altas, en el castillo de Eilean Donan, una emblemática fortaleza usada en el rodaje de películas como 'Braveheart' y 'Los inmortales'. Esperaron ayuda en vano. La mayoría de clanes se espantaron con lo ocurrido en Finisterre y, con la pérdida del castillo poco después, solo un loco querría sumarse al diezmado comando de infantes. Y exactamente eso es lo que era el bandido Rob Roy, proscrito y maltratado por los ingleses, quien acudió a la llamada de los españoles como las moscas a la miel. Rob Roy planeó con los españoles un ataque a cara de perro contra el enemigo común.
El encuentro decisivo se produjo en lo que desde entonces se llama 'Paso de los Españoles'. Durante tres horas, los españoles, cuatrocientos jacobitas y cuarenta hombres del clan de Rob Roy sostuvieron algo parecido a un combate, más bien un asedio. Los highlanders fueron los primeros en retirarse, después de que su líder resultara herido. Les siguieron los jacobitas y, por último, los infantes de marina españoles, que escaparon aprovechando la confusión de la noche. Su odisea terminó al siguiente día, al descubrir que estaban de nuevo rodeados. Fueron conducidos a Edimburgo, donde se reunieron con los que habían sido presos en Eilean Donan. España y Gran Bretaña pactarían su regreso meses después.
El viejo amigo de Felipe V se mostró remiso a luchar contra los españoles, por lo que procuró que hubiera el menor número de bajas y ordenó a sus tropas que no capturaran bajo ningún concepto al Rey
Pese al final feliz de los 307 infantes, que de forma milagrosa apenas sufrieron bajas, la desastrosa operación se sumó a un saco de derrotas frente a la Cuádruple Alianza, entre ellas una invasión desde Francia que penetró en la región del País Vasco. Sin gran esfuerzo, el Duque de Berwick tomó Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, aprovechando que Alberoni llevaba meses con un tira y afloja con los vascos a cuenta de las aduanas. El viejo amigo de Felipe V se mostró remiso a luchar contra los españoles, por lo que procuró que hubiera el menor número de bajas y ordenó a sus tropas que no capturaran bajo ningún concepto al Rey, aunque sí a Alberoni si se ponía a tiro. Hostigado por sus paisanos y familiares, Felipe V entró en depresión y no tardó en abandonar sus planes.
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La invasión francesa y una campaña de rapiña británica en las costas gallegas colapsaron las defensas del país. Los Reyes despojaron por decreto de todos sus cargos a Alberoni a principios de diciembre de 1719 y le ordenaron abandonar Madrid sin pasar siquiera por el despacho real. No querían verle ni en pintura. Alberoni salió de Madrid dando un sonoro portazo.
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