Más allá de Fort Apache: La historia real del Alcántara 14 en el Rif
En el verano de 1921, el Regimiento Alcántara 14 escribió con sangre y coraje una página de gloria en el Rif, digna de las grandes gestas del cine épico
'Fort Apache', la épica del Séptimo de Caballería en la catedral sagrada del 'western'
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Iniciar sesiónSi John Ford hubiera nacido en España, hoy día no podríamos disfrutar de títulos como 'Fort Apache', 'Centauros del desierto' o 'El hombre tranquilo'. Esto es así. Pero me hubiera gustado que, aquel yanqui, dominador como nadie del entorno y los grandes espacios naturales, convirtiéndolos ... en un personaje más de sus cintas, hubiera conocido la gesta del Regimiento Alcántara 14. Sin duda, su famosa trilogía dedicada a la caballería se hubiera convertido en tetralogía. Nadie queda impasible al saber lo que aquellos hombres hicieron en el abrasador verano de 1921. Porque los centauros existen, y son españoles.
Es el 22 julio de 1921. El general Silvestre se encuentra en el campamento de Annual con cerca de cinco mil soldados. Las tropas de Abd el-Krim lo tienen rodeado y, ante la escasez de agua y municiones, se ve obligado a replegarse a posiciones más seguras para evitar una nueva derrota. Pero el repliegue no salió como esperaba y cundió el pánico entre los hombres. Ya saben el dicho: «Orden, contraorden; desorden».
Aquellos compatriotas, huérfanos de todo mando, pues Silvestre quedó atrás para siempre con los oficiales de su Estado Mayor, buscaban la salvación envueltos en una tormenta de arena y plomo. Imaginen la situación, un estrecho camino de tierra en un barranco, el terrible paso del Izummar. La asfixiante, mortal y opresora atmósfera hubiera quedado perfectamente filmada por nuestro querido director, como bien plasmó en Fort Apache, cuando los de Cochise disparaban a placer desde lo alto de las peñas al regimiento del teniente coronel Owen Thursday, quien, insensatamente, entró en aquel desfiladero pedregoso del desierto californiano. La diferencia es que lo nuestro fue real, y cerca de mil españoles caerían allí para siempre, entre ellos el coronel Manella, jefe del Regimiento de Caballería Cazadores Alcántara 14.
Justo a la salida del Izummar, realizando labores de protección, mientras se monta un blocao para el control de la zona, está el teniente coronel Fernando Primo de Rivera con varios escuadrones del Alcántara. Es entonces cuando el maremoto humano se le echa encima. Rápidamente manda llamar a los jefes de escuadrón y el regimiento da protección a la columna que se retira; más presa del pánico que de los rifeños de Abd el-Krim. Ese 22 de julio, antes de las doce del mediodía, empezó la epopeya del Alcántara 14. Los cazadores cumplen con su misión: persiguen a los rifeños apostados en las laderas, suben a la grupa de sus monturas a quienes no pueden caminar y calman con agua la abrasadora sed de las gargantas. En resumen, protegen y auxilian al hermano caído. Aquella triste jornada acaba en Dar Drius con los españoles refugiados en sus muros defensivos, pero el Alcántara continuó con su labor estableciendo un perímetro defensivo, velando así, el sueño de sus compañeros bajo la luna; muchos de ellos no volverían a verla.
El día más largo
El 23 amanece con sones de cornetas y cornetines. Tocan Diana Floreada. El Alcántara, los centauros, ya están en marcha. Acometen la protección de la aguada y el crucial apoyo a las columnas que se retiran desde las posiciones cercanas de Chaiff y Ain Kert, acosadas por los rifeños. Se producen las primeras cargas. «Qué bien se han portado los muchachos», dice Fernando Primo de Rivera al general Navarro; ahora jefe de la columna española tras la muerte de Silvestre. Aquellos muchachos, rondan los veinte años, habían llegado al Rif apenas cuatro meses antes. Cuatro meses de instrucción, y a fe que no hacía falta más. No habría descanso para los valientes del Alcántara. Mientras auxiliaban a las columnas en retirada, un convoy de vehículos salió de Drius para evacuar a los heridos en dirección a Melilla. A la altura de las lomas de Dar Azugaj, el enemigo, emboscado, se abalanza sobre ellos. Con el tiempo justo para reaprovisionarse de agua y munición, tras regresar a Drius, el Alcántara parte en socorro del convoy. Hacia la gloria.
Dar Azugaj
Al llegar a la zona, el Alcántara se despliega bajo las indicaciones de su líder, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera. Las ametralladoras dan cobertura a los escuadrones que atacan con el sable. Una y otra vez se reagrupan y cargan contra un enemigo parapetado en lo alto de una loma que domina el camino.
Nada parece poder detener a los centauros, ni siquiera la muerte. Sus primeras bajas se producen aquí, en Azugaj. Cazar o ser cazado. Y cazan. Tras varios ataques, el enemigo huye o yace inerte en el yermo suelo del Rif.
Con el tiempo justo para reaprovisionarse de agua y munición, tras regresar a Drius, el Alcántara parte en socorro del convoy. Hacia la gloria
Entonces tocan llamada de oficiales. Hay que reorganizarse, dejar una escuadra para proteger a los cadáveres de los hermanos caídos hasta que puedan mandar carros para recogerlos desde Drius, adonde irán para reaprovisionarse y recibir nuevas órdenes de Navarro.
Pero en ese momento sucede lo inesperado: Drius está ardiendo. Navarro ha abandonado la posición y se dirige hacia Melilla, aunque, para llegar hasta allí, tendrán que cruzar el puente del río Igan, donde miles de rifeños los esperan apostados en el cauce seco.
Primo de Rivera lo ve claro. Nada conseguirá yendo con Navarro. Sabe que, si no se adelanta y limpia el camino, nadie sobrevivirá. Llama a sus oficiales, da instrucciones, y todos cabalgan nuevamente sobre sus fieles amigos, sobre esos caballos que ya forman un único ser con aquellos. Son centauros. El río Igan los espera.
Toque de carga
Las dos de la tarde, el calor aprieta, el suelo arde, el aire es irrespirable. A través de las volutas de aire vaporoso que emanan de la tierra, los cazadores perciben la imagen borrosa del puente que atraviesa el río. No pueden ver a los rifeños, pero saben que están ahí.
Fernando Primo de Rivera los arenga: «Hoy, nadie nos llamará cobardes». Las cornetas suenan en el desierto. El Alcántara carga; carga una y otra vez, con todo: hombres sanos y heridos, veterinarios, cornetas, médicos, incluso el páter. Todos siguen a su líder. Saben que, en ocasiones, el destino brinda una oportunidad para ser inmortal.
Aquel día nadie los llamó cobardes; y nadie lo hará. El Alcántara cumplió con su deber y se sacrificó. Fácil de decir y casi imposible de hacer, salvo para el Alcántara 14.
¡QUÉ PELÍCULA HUBIERA HECHO JOHN FORD!
A los centauros del Rif
Bajo el ancho cielo del Rif,
el catorce regimiento,
entre dos luces del alba,
formó en orden y silencio.
El suelo y aire abrasaban
y olía a duelo en el desierto.
La dura orden se había dado
y sólo se oían los rezos.
Y trotaron los jinetes
a corazón descubierto,
atrás su lejana España,
sus amores y sus sueños.
Al toque firme de carga,
aromas de crin y cuero,
con riendas tensas y cortas
cargaron hacia al infierno.
Y mil veces cargaron
para tomar ese cerro,
menospreciando a la muerte
y masacrando rifeños.
Y mil veces cargaron
bajo ese terrible fuego
alazanes del Alcántara
que allí en formación cayeron,
junto a la sangre vertida
de sus nobles caballeros.
¡Qué magníficos soldados!
¡Qué incomparables guerreros!
¡Qué insuperables vasallos
huérfanos de gobiernos!
Se les exigió morir
y todos, todos cumplieron,
que elevando así el valor
murieron sí, y vencieron.
(Jesús Alcanda Bergara)
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