La vejación del cadáver de Ripoll, el español manco que venció solo a un ejército rifeño
A Antonio Ripoll Sauvalle se le conocía como el «capitán de la mano de plata» por la prótesis que llevaba después de perder la extremidad en combate. Eso no le impidió cargar contra el enemigo en 1909 en un «ataque suicida». Halló la muerte, pero pasó a la historia
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Iniciar sesiónEn 1945, cuando el Tercer Reich se veía acosado de este a oeste y estadounidenses y rusos avanzaban como una centella hasta el corazón de Berlín, fueron cientos los soldados que se auto mutilaron para volver a su hogar. La práctica fue habitual también ... en otros tantos ejércitos. Lo menos doloroso era dispararse en el pie, pero la llamada del hogar hizo que muchos se aventuraran a cortarse un dedo. Cualquier cosa valía para abandonar el frente y regresar junto a la familia. Casi cuatro décadas antes, al capitán Antonio Ripoll , murciano de nacimiento, jamás se le habría ocurrido aquello.
Aunque su mano, amputada en Manila , le permitía quedarse en retaguardia, se ofreció voluntario para combatir en el Rif después de que le fabricaran una prótesis de aluminio . Allí encontró la muerte en 1909 después de acometer una gesta tan memorable como tristemente olvidada. Su cadáver, perdido, fue hallado «descarnado» y apenas reconocible por los soldados de su batallón quince jornadas después de que cayera en combate.
La de Ripoll es una de las mil y tantas heroicidades que atesoró el ejército español durante la guerra del Rif ; un ejemplo de la valentía que los combatientes de nuestro país demostraron en situaciones tan adversas como el Barranco del Lobo o el Desastre de Annual . Y ahora, en pleno 2020, vuelve a estar de moda gracias al buen hacer del Museo Militar de Melilla , donde, el pasado diciembre, fue presentada la mítica prótesis de aluminio antes de pasar a formar parte de la colección castrense. Allí permanecerá incólume para recordar que, hace más de un siglo, un solo hombre desafió a todas adversidades que pudo encontrarse para seguir combatiendo junto a sus hombres.
A Manila
Narra el historiador militar José Luis Isabel Sánchez en la Real Academia de la Historia que Antonio Ripoll Sauvalle vino al mundo el 22 de enero de 1881 en Cartagena . Hijo de teniente de artillería, no tardó en seguir la senda familiar y, a los 14 años, ingresó en la Academia de Infantería . Desde allí le esperaba una carrera magistral, aunque solo acababa de empezar a andar la senda. En septiembre de 1896 alcanzó el empleo de segundo teniente y fue destinado al Regimiento España . Tan solo un año después embarcó a Filipinas .
No pudo hacerlo en peor momento, pues la revuelta de los independentistas locales acababa de recrudecerse todavía más. A pesar de ello, su gallardía y bravura en combate quedó demostrada en varias ocasiones a lo largo del enfrentamiento.
En 1898, año nefasto para el devenir de las últimas colonias rojigualdas al otro lado del Atlántico, nuestro Ripoll solicitó pasar a una compañía más cercana a la primera línea. Ese mismo año, según explicó el diciembre pasado la Comandancia General de Melilla , tanto él como la treintena de hombres que dirigía se vieron enzarzados en un combate contra todo un regimiento norteamericano. Y es que sí, los estadounidenses, ávidos de molestar cuanto más pudieran a nuestro Imperio, apoyaron en principio a los revoltosos con la vista puesta en hacerse con Filipinas en un futuro no muy lejano. «Durante la retirada de Manila, el día 13 del mismo mes, al replegarse sobre la Plaza, fue herido de bala en las piernas y en la muñeca izquierda, con fractura de cúbito y radio», explica Isabel Sánchez.
La herida en la mano fue más problemática de lo que se pensaba en un principio y, tras ser trasladado al hospital, los médicos tomaron una decisión que le marcaría de por vida: amputarle el antebrazo a la altura de su tercio medio.
El acto de valentía le llevó, eso sí, a obtener el ascenso a capitán y la cruz Roja al Mérito Militar . La lógica dictaba, no obstante, que tras arribar a Barcelona (cosa que hizo en diciembre de 1898) pasaría a formar parte del Cuerpo de Inválidos . Es decir: que sus días de tragar polvo en el campo de batalla se habían terminado. Parece que Ripoll no estaba dispuesto a ello y, poco después de pisar tierra patria, hizo que le fabricaran una prótesis de aluminio que, a partir de ese momento, llevó siempre enguantada.
La prótesis, hoy parte del patrimonio del mencionado museo melillense, es un verdadero tesoro histórico. Su parte principal es la mano, elaborada en aluminio , que permanece parcialmente cerrada. A continuación, también replica la muñeca y la parte inferior del antebrazo en cuero. Tal y como explica el Ejército de Tierra en su página web, este ingenio está además articulado a la altura del codo. Gracias a ella, Ripoll se ganó el apodo entre sus hombres del « capitán de la mano de plata ». Porque, al final, y tras insistir, consiguió volver al servicio activo .
Comienza la guerra
Mientras tanto, llegó 1909 y la reactivación de una guerra, la de Marruecos, que llevaba enquistada en el seno de nuestro país desde hacía medio siglo. Todo comenzó el 9 de julio , cuando los operarios que construían una línea de ferrocarril entre la cabila de Beni Bu Ifrur y Melilla fueron atacados por un grupo de rifeños. El contingente, según se dijo después, estaba en contra de que los extranjeros unieran estas dos regiones, pues suponían que la finalidad de ello era extraer las materias primas que había en la región y trasladarlas hasta la Península. Lo cierto es que no andaban desencaminados.
El asalto se sucedió a las siete de la mañana, mientras 13 obreros cimentaban un puente a seis kilómetros de Melilla. El resultado fue catastrófico (4 muertos y 3 heridos) y fue recogido en el periódico ABC el día 10: «Las noticias de Melilla que llegaron anoche a Madrid produjeron, y producirán hoy en España, honda impresión». No le faltaba razón al diario, que narró así lo sucedido: «Bruscamente sonó una descarga cerrada y tres obreros españoles cayeron al suelo. Los demás suspendieron el trabajo, alzaron la cabeza, y como a 100 metros de distancia vieron un grupo de 400 moros y 30 jinetes. […] Los moros hicieron fuego sobre ellos. Uno de ellos, español también, cayó muerto de un balazo en la espalda».
Poco más necesitó España para responder. Instantáneamente, se envió una fuerza de castigo contra los enemigos y se declaró el inicio de las hostilidades contra las cabilas. Estos hechos se consideran a día de hoy el comienzo de la « Campaña de Melilla de 1909 » y provocó que se empezara a movilizar un considerable continente desde la Península. Acababa de comenzar una guerra que provocaría que miles de soldados hispanos regresasen en una caja a su hogar. Y así quedó demostrado tras las cruentas matanzas de españoles perpetradas por los marroquíes. Algunas como los sucesos acaecidos en el Barranco del Lobo (donde más de un centenar de combatientes se dejaron el alma y seis veces más hombres quedaron severamente heridos).
Hacia el Rif
Al conocer la noticia del comienzo de las hostilidades, Ripoll -entonces en el Regimiento de Infantería España nº. 46 - pidió el traslado desde Cartagena hasta el nuevo Ejército de Operaciones . Y vaya si lo logró. Así lo dejó patente el diario ABC en una noticia publicada el 10 de julio de 1909: «A las órdenes inmediatas del general Marina, para que los destine a los Cuerpos de operaciones que reclamen las necesidades del servicio, han sido designados... Capitanes: D. Adolfo Martín Moreno, don José Sanjurjo Sacanall, D. Antonio Ripoll Sauvalle [...]». Ese mismo mes se incorporó, junto a su mano de plata, al Batallón de Cazadores de Figueras nº. 6 . En sus filas, el «capitán de la mano de plata» viviría su última y gran aventura.
Pocas noticias hay de Ripoll hasta finales de septiembre de ese mismo año, cuando participó en los combates que se desarrollaron al sur de Melilla . El ABC, una vez más, recogió los primeros enfrentamientos en los que participó Ripoll en torno a esta región. En palabras del diario, todo comenzó después de que el contingente patrio se hiciese con la ciudad de Nador (a 28 kilómetros de la urbe española) «sin que se derramara una sola gota de sangre». Después de ello, los nuestros se dirigieron hacia la alcazaba de Zeluán , el siguiente objetivo. «La compañía flanqueadora mandábala un capitán bravísimo, llamado Ripoll», escribía este periódico. Todo parecía ir bien hasta que los rifeños rompieron fuego desde las alturas de la llanura. «Ripoll deseaba pelea gorda e, instintivamente, se acercaba a las lomas, no permitiendo que hicieran fuego más que los buenos tiradores», se añadía en el artículo. La posición fue tomada.
«Ripoll deseaba pelea gorda gorda e, instintivamente, se acercaba a las lomas, no permitiendo que hicieran fuego fuego más que los buenos tiradores»
En la jornada siguiente (el 28), Ripoll «prestaba servicio avanzado cerca de la altura de Gald-el Zor », una de las colinas de mayor valor estratégico de la zona, cuando sus superiores le llamaron al combate. Su misión sería tomarla. En vanguardia, el murciano y sus hombres -sin esperar refuerzos- avanzaron de forma decidida mientras recibían un fuego nutrido de los rifeños. «Se le vio destacándose perfectamente en el horizonte; llamó a la compañía, que a la carrera subió; aquella soberbia, magnífica posición, que domina hasta la entrada del valle, donde está la entrada del Zoco de Jemis, y que es base de inmenso valor, era nuestra. Un momento después, sobre la peña más alta, ondeaba la bandera española». Con todo, su superior le soltó una buena reprimenda por acometer la tarea sin ayuda.
En busca del cadáver
El 30 de septiembre, durante una serie de combates cerca del mencionado Zoco el Jemis de Beni bu Ifrur , Ripoll encontró la muerte después de acometer, al mando de dos secciones de su compañía, una acción que el ABC definió como casi suicida. Así lo explicaba el mismo diario el 12 de octubre:
«Cataluña, Madrid, Figueras, Llerena, León, Wad Ras, etc. Todos, en fin, se batieron muy bien. Ripoll, capitán de Figueras, vio que unos cuantos moros ocupaban una de las casas que nuestros soldados dejaban intactas, por orden del comandante en jefe, y solo, pistola en mano, avanzó con la pretensión de cogerlos prisioneros. A boca de jarro, desde una aspillera, lo mataron de un tiro de remington. Un sargento y el asistente lo arrastraron; pero el sargento cayó herido y entonces abandonaron el cadáver de aquel héroe suicida, siendo el único despojo que en la retirada cogieron los moros».
A partir de entonces comenzó una operación que se extendió durante quince días: la búsqueda de sus restos. La misión fue tan destacada que el diario ABC le dedicó un espacio considerable en su edición del 15 de noviembre de ese mismo año:
«Hace unas noches que el batallón de Figueras destacó varios indígenas leales que sirven de guías a la brigada, encargándoles que minuciosamente registrasen hasta los parajes más ocultos inmediatos al lugar donde perdió la vida el bravo capitán. Anteanoche, los guías indígenas hallaron un esqueleto, casi descarnado ya, que conservaba el uniforme de nuestras tropas. Seguros de que se trataba de los restos que se buscaban, los depositaron en una camilla, conduciéndolos por sitios resguardados de todo peligro a la alcazaba de Zeluán»
«Al divisar la comitiva salió de la alcazaba una compañía de Figueras para escoltar los glorisos despojos que, en la alcazaba, fueron depositados en una capilla ardiente improvisada, velándolos y rindiéndoles honores durante toda la noche soldados de la misma compañía que mandaba el malogrado capitán. El médico de Figueras identificó en el acto los restos del capitán Ripoll, destruyendo toda duda el brazo amputado, en el que se ajustaba la mano artificial de aluminio. En la mañana de hoy han recibido cristiana sepultura los heroicos restos».
Ripoll fue nombrado comandante a título póstumo y obtuvo la Cruz Laureada de San Fernando , una condecoración que siempre había anhelado.
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