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Poltava

La olvidada y sangrienta batalla que dio a Rusia el poderoso imperio heredado por la URSS

De los casi 25.000 soldados del Rey Carlos XII, 20.000 fueron hechos prisioneros en la batalla de Poltava de 1709. Solo regresaron a casa 4.000, algunos tras treinta años de cautiverio. El resto fueron ejecutados. Suecia dejó de ser la potencia que había controlado el norte de Europa durante el siglo XVII, pasando el control a la familia Romanov, hasta que esta fue asesinada por los comunistas en 1918

Detalle del cuadro de Gustaf_Cederström, con el Rey Carlos XII de Suecia, durante su huida de la batalla de Poltava en 1709

Israel Viana

El considerado como «uno de los enfrentamientos más sangrientos de la historia mundial», en palabras de Peter Englund , comenzó a las 3.45 horas del domingo 28 de junio de 1709. Era un amanecer caluroso alrededor de la ciudad ucraniana de Poltava y los dos grandes ejércitos de Suecia y Rusia llevaban varias horas mirándose a los ojos, a la espera de que saltara la chispa y se desatara la violencia. Todos los soldados sabían que el momento decisivo había llegado. «Eran como dos animales salvajes colocados uno enfrente del otro, casi rozándose, con todos los músculos en tensión ante el asalto», explicaba este reputado historiador y académico de los premios Nobel en su libro «La batalla que conmocionó a Europa» (Roca Editorial, 2012).

Fue la culminación de una larga y brutal guerra de nueve años por el control del norte de Europa, la cual dejó más de 65.000 muertos en combate. Durante la Edad Moderna, varios imperios del viejo continente, tales como España, Portugal, Gran Bretaña o Francia, habían dominado una gran parte del mundo, pero el sueco había pasado desapercibido entre ellos. Algo que resultaba extraño, si tenemos en cuenta que fue una de las mayores potencias militares y políticas del siglo XVII, hasta que a principios del XVIII empezó a sufrir una serie de dificultades económicas que le llevaron a echar freno a su expansionismo. Y al final se produjo la hecatombe final en la batalla de Poltava que aquí nos ocupa.

Esta se caracterizó por la masacre de prisioneros por parte de ambos bandos, en un síntoma de crueldad pocas veces visto en aquellos años. Y, además, por los inquietantes paralelismos que numerosos historiadores ven con la «guerra de ratas» (Rattenkrieg) desarrollada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial . Véase, por ejemplo, la batalla de Stalingrado , pero en esta ocasión haciendo estragos con la artillería de diversos calibres, las balas de los mosquetes y los afilados sables y bayonetas.

Para que se hagan una idea, de los casi 25.000 hombres que el todopoderoso Carlos XII de Suecia lanzó a la lucha, unos 5.000 murieron en combate y la práctica totalidad de los otros 20.000 fueron hechos prisioneros y puestos a trabajar en la construcción de la nueva ciudad imperial de San Petersburgo . A estos se añadieron 1.700 esposas, sirvientes y niños en régimen de esclavitud. De todos estos, solo regresaron a la patria 4.000, algunos tras más de treinta años de cautiverio. El resto fueron ejecutados.

Herido de un pie

Carlos XII llegaba a la batalla de Poltava herido, después de que un francotirador ruso le hubiera disparado en un pie mientras pasaba revista a una de las trincheras recién construidas. Tenía dificultades para montar su caballo y estaba en clara desventaja en cuanto al número de combatientes —Rusia contaba con alrededor de 42.000—, pero estaba convencido de que podía aplastar a Pedro I el Grande . El Rey de Suecia se había ganado una extraordinaria fama a principios del siglo XVIII, con sus fulgurantes victorias en la Gran Guerra contra potencias como Rusia, Dinamarca, Sajonia, Polonia o el Imperio Otomano . Éxitos que le valieron el sobrenombre del Alejandro Magno del Norte y que le hicieron subestimar a su enemigo.

Carlos XII de Suecia

En la semana anterior se habían producido constantes escaramuzas entre ambos ejércitos, la mayoría por iniciativa de los rusos. El 27 de junio no fue una excepción y un par de escuadrones de caballería superaron los puestos de la primera avanzadilla y mataron a algunos soldados suecos. En las horas posteriores, todo volvió a la tranquilidad a la espera del demoledor desenlace, tras el cual, Carlos XII esperaba poder continuar su camino para perpetrar su ansiado ataque final a Moscú, el corazón de Rusia. Pero allí estaba Pedro I, que quería acabar de una vez por todas con el imperio que había dominado el norte de Europa a lo largo del siglo XVII y coger las riendas.

Aún sabiendo que contaba con menos soldados y peor armamento, Carlos XII decidió atacar primero, confiado en que así podría recuperar la iniciativa. Los suecos tenían plena fe en su rey, en sus generales y en su capacidad militar, a pesar de su inferioridad. Y a las 3.45 horas, comenzaron a avanzar silenciosamente hacia las posiciones enemigas para realizar su ataque sorpresa. El campamento ruso se hallaba en una pequeña colina, solamente accesible de manera más o menos efectiva por un pasillo entre dos bosques. En los flancos había un barranco que daba a un río y un cenagal que servían de protección natural para Pedro I.

Con los primeros rayos de sol

Las cosas no empezaron bien para el Alejandro Magno norteño, pues seis de sus batallones se extraviaron en plena noche, al ser incapaces de seguir a sus compañeros por la falta de luz. Cuando se dio la orden de atacar, muchos de ellos no sabían dónde se encontraban realmente. Tardaron un buen rato en volver al campo de batalla, y cuando por fin lo consiguieron, a eso de las 5 de la mañana, se inició el feroz ataque de los suecos. En el horizonte ya asomaban los primeros rayos de sol.

Pedro I el Grande de Rusia

Los rusos consiguieron resistir el primer envite, tanto con los reductos que tenían atrincherados en el pasillo como con la artillería emplazada en el campamento. Carlos XII dudaba si lo que tenía que hacer a continuación era destruir esos reductos o atravesarlos para plantar cara cuanto antes al grueso del ejército de Pedro I. La confusión fue en aumento y las horas pasaban, con algunos batallones intentando asaltar inútilmente las fortificaciones rusas y otros, alejándose para no caer en la trampa rusa. Eso hizo que las bajas se minimizaran, pero la ventaja inicial de la sorpresa ya se había perdido.

Cuando el sol comenzó a brillar, la situación del Rey de Suecia era desesperada. Las bajas habían crecido y eran ya considerables, aunque a costa de ellas hubieran conseguido penetrar en el campamento. Pero las fuerzas flaqueaban y los ánimos estaban ya por los suelos, lo que hizo que los suecos no atacaran con mucha decisión cuando tuvieron enfrente al enemigo. Se veían aislados y, además, no tenían noticias de la infantería. Y tras cinco horas de combate, a las 9 de la mañana exactamente, Pedro I ordenó a su poderoso ejército salir del campamento y formar frente a Carlos XII y lo que quedaba de sus tropas.

La Batalla de Poltava por Denis Martens el Joven, pintado en 1726

Heridos, desmoralizados por las bajas, cansados y faltos de suministros, la derrota de los suecos fue cuestión de tiempo. Carlos XII intentó reorganizar la situación desde su camilla, pero todos los ataques fracasaron y a las 11.00 llamó a retirada. La batalla concluyó al mediodía, pues la caballería rusa no puso la puntilla inmediatamente, sino que torturó a los suecos desde sus propias líneas durante una hora más. Mientras tanto, el monarca derrotado reunió a sus escasas tropas supervivientes e inició la huida precipitada hacia el sur, llevado en su camilla en volandas por sus hombres. Una imagen del todo patética para quien había sido el Alejandro Magno del Norte.

Rusia perdió menos de 1500 hombres y pasó a llevar la voz dominante en el este y norte de Europa durante los siguientes siglos. Tal es así que el vasto imperio que erigieron los Romanov a partir de entonces fue el que les arrebataron los comunistas, tras asesinar a toda la familia del zar, para crear la URSS en 1918. Un gigante que se mantuvo en la cima del poder mundial hasta su desmembración en 1991. Suecia, en cambio, dejó de ser una potencia y su Rey consiguió cruzar el río Prut en barca, acompañado simplemente por su guardia personal, algunos oficiales y un pequeño tesoro que había logrado conservar. Dejó abandonados a sus hombres en Perevolochna, una población cerca de Poltava, y se dirigió después a la ciudad de Bender, en el Imperio Otomano. Allí se refugió hasta 1714, cuando regresó a Suecia… de incógnito.

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