El olvidado espía al que Felipe II confió el destino del Imperio español en su máximo esplendor
El embajador Bernardino de Mendoza creó una amplia red de informantes y agentes secretos, cuyos tentáculos llegaron hasta los Reyes de Francia e Inglaterra, en el momento en que estás potencias amenazaban a nuestra monarquía
Israel Viana
Los mayores imperios de la historia se han apoyado en los espías para mantener el poder y controlar a los enemigos. La red creada por los Reyes Católicos a partir del descubrimiento de América fue muy importante y, cuando Felipe II subió al ... poder, también dedicó incontables recursos a ampliarla y mantenerla. Sus dimensiones y resultados fueron tan espectaculares en la segunda mitad del siglo XVI que no había un solo país que dedicase tanto dinero y agentes a recabar información como aquella incipiente España.
En ese momento, el vástago tomó la decisión de emplear como espías, también, a los embajadores, entre los cuales destacó Bernardino de Mendoza . Este fue destinado primero a Inglaterra y, después, a Francia. Los dos países más importantes en el escenario político internacional y, por lo tanto, los principales rivales en la hegemonía de España. Lo fue todo en el Imperio español: un militar formidable, un diplomático eficaz, un brillante escritor al servicio de la Monarquía y, sobre todo, un agente sagaz. Y, a pesar de ello, cayó en el olvido.
Su carrera fue meteórica. Nació en Guadalajara, en 1540, en el seno de una familia noble de 18 hermanos que estaban emparentados con el poderoso cardenal Cisneros. Tras graduarse en Artes y Filosofía, y gracias a la influencia de su linaje, entró al servicio del Rey Felipe II. En 1562 dio un giro a su vida, se alistó en el Ejército y combatió en numerosas ocasiones. Pronto se convirtió también, en uno de los hombres de confianza de Juan de Austria, lo que le llevó a los Países Bajos. Allí se erigió en un respetado capitán de caballería a las órdenes del duque de Alba.
La primera misión
La primera misión de Bernardino fue conseguir fondos y hombres para los diezmados Ejércitos de Flandes, que iban ganando su guerra contra los protestantes, pero con unas fuerzas limitadas. Ese mismo año se entrevistó por primera vez con Felipe II y consiguió que le concediera una serie de cédulas por valor de 400.000 escudos y la promesa de más soldados. Después recibió el encargo de reunirse en Londres con la Isabel I de Inglaterra , para conseguir que España pudiera usar sus puertos con la expedición que se estaba organizando contra los protestantes holandeses.
La misión fue un éxito y Felipe II se percató del potencial de Bernardino de Mendoza, por lo que le puso al frente de la Embajada de España en Londres. Se trataba de un cargo que llevaba seis años vacante por las complicadas relaciones con Isabel I, a pesar de que, en aquel momento, todavía era considerada «vecina y aliada». Las relaciones, sin embargo, se deterioraban rápidamente y el Rey quería que su diplomático las recondujera.
La tarea no era fácil por la persecución a los católicos que se estaba llevando a cabo en Inglaterra, contraria a los intereses españoles, y los ataques de la piratería. En cuanto al primer problema, la Reina de Inglaterra había, incluso, establecido penas de muerte contra todo aquel que no acudiera a los servicios religiosos anglicanos. Respecto al segundo, Isabel I hacía la vista gorda con las continuas tropelías que el pirata Drake cometía contra los mercantes hispanos y la Flota de Indias. De hecho, Mendoza levantó no pocas protestas oficiales contra estos hechos que no fueron atendidas.
Espías para una conspiración
El embajador español tuvo que lidiar con el odio que la Reina de Inglaterra sentía por España y soportar los ataques que esta le dedicó en los primeros tiempos de su cargo. La tensión fue en aumento y el diplomático vio los intereses del imperio amenazados, por lo que quiso aprovechar la oportunidad de acabar con la monarca en el complot que estaba organizando Francis Throckmorton. El objetivo era destronar a Isabel y coronar a María Estuardo , con el objetivo de que esta reinstaurara el catolicismo.
Mendoza comenzó a intercambiar correspondencia con la aspirante al trono y aprovechó para tejer una red secreta de informantes y espías entre las personalidades cercanas a Isabel I. Inglaterra no se quedó quieta y uno de los ministros más importantes de la Reina, Francis Walsingham, hizo lo mismo con su propio servicio de espionaje para reprimir a sus enemigos y abortar las conjuras. Cuando descubrió la de Throckmorton, ordenó su detención, y este, bajo tortura, involucró al embajador español.
Bernardino de Mendoza tuvo que abandonar Francia a toda prisa en 1584. Huyó a París y, de ahí, a Madrid, donde se reunió con Felipe II para rendir las oportunas cuentas sobre su estancia en Inglaterra. A continuación fue nombrado embajador en Francia, donde tuvo que hacer frente a nuevos problemas de índole religioso. En concreto, el conflicto que azotaba al país desde hacía varias décadas y que había tenido su punto álgido en 1572 con la matanza de hugonotes de San Bartolomé, la cual se extendió durante meses.
La red francesa de Bernardino
Nuestro protagonista aprovechó la masacre para maniobrar hábilmente para que el catolicismo se impusiera en Francia en contra de los deseos de su Rey, que estaba del lado de los reprimidos hugonotes. Felipe II, a través de su embajador español, sostuvo económicamente a la Liga Católica gala y presionó al Papa Sixto V para que excomulgara a Enrique de Navarra, heredero al trono francés. Es fácil imaginar lo convulsos que fueron para Mendoza todos esos años de labor en la sombra a través de otra amplia red de colaboradores y espías que tuvo que tejer en su nuevo destino.
Bernardino estaba al corriente de todo lo que ocurría en el país y, de hecho, la embajada española en París se convirtió en el centro neurálgico de la conspiración contra Enrique III y su madre, Catalina de Médicis. Con el apoyo financiero y militar de España, canalizado a través de él, la Liga Católica pronto se hizo con el control del noroeste de Francia y comenzó a amenazar a la capital. Mendoza se salió con la suya, pues consiguió que el Pontífice excomulgara al Rey de Francia y que este se viera obligado a revocar los privilegios que había otorgado a los hugonotes.
Gracias a los hábiles movimientos en la sombra de Mendoza, España adquiría una gran influencia en su vecino del norte y lograba neutralizar la amenaza protestante. En los siguientes conflictos, tuvo siempre al corriente a Felipe II de todos los asuntos que se producían en Francia, como jefe de los espías que era. Mantuvo asimismo una hábil política diplomática, promoviendo la candidatura de Isabel Clara Eugenia, hija del monarca español, al trono francés, mientras que la Liga Católica proclamaba al cardenal de Borbón como Carlos X de Francia.
Combatir el antiespañolismo
El último despacho enviado por Bernardino de Mendoza desde París, el 31 de diciembre de 1590, dos años después de la coronación de Felipe III en España, describía lo abandonada que se encontraba la capital gala en lo que respecta a esa causa católica por la que tantas veces había arriesgado su vida. Un total de nueve páginas en las que dejaba de manifiesto su resentimiento contra el duque de Parma, Alejandro Farnesio, por no haber enviado soldados para recuperar la capital.
A finales de marzo de 1591, Bernardino recibió el despacho real en el que se aprobaba su vuelta a España. No se escatimaron los elogios al diplomático español por parte del nuevo monarca. Mendoza llegaba a España a finales de 1591 prácticamente ciego. En Madrid se compró una casa en la calle de los Convalecientes pegada al Convento de Santa Ana, desde la que tenía acceso directo a la iglesia para escuchar misa. Se centró en la escritura y algunas de sus obras fueron traducidas a varios idiomas como libros de referencia sobre los aspectos militares y políticos necesarios para dirigir un imperio como el español.
Hasta su fallecimiento en 1604, dedicó sus últimos años a combatir con la pluma la propaganda antiespañola que, desde las últimas décadas del siglo XVI, se estaba extendiendo por Europa.
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