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30 AÑOS DEL «SINDROME TÓXICO»

«La colza mató a mi hijo camino del hospital, en brazos de su madre»

Carmelo Vaquero es el padre de Jaime, el niño de ocho años que se convirtió en la primera víctima oficial del aceite adulterado en 1981, que se ha cobrado ya 4.000 vidas y afectado a otras 25.000 personas

«La colza mató a mi hijo camino del hospital, en brazos de su madre» IGNACIO GIL

ISRAEL VIANA

«La causa del fallecimiento del niño de Torrejón de Ardoz se ha debido a una neumonía». «El foco está controlado». Estas fueron algunas de las primeras y confusas informaciones aparecidas en «ABC» el 7 de mayo de 1981 . Una semana antes había muerto Jaime García Vaquero , un niño de ocho años que se convirtió en la primera víctima oficial del consumo de aceite de colza adulterado que, a lo largo de 30 años, ha matado a más de 4.000 personas y afectado a otras 25.000, de los cuales 17.000 aún hoy presentan lesiones irreversibles .

ABCPortada del 18 de junio de 1981

Una tragedia que la madre de Jaime, Carmen García , conoce muy bien. Ella y sus otros seis hijos vivos estuvieron «a las puertas de la muerte», cuenta el padre, Carmelo Vaquero , a «ABC»: «Mi mujer y mis seis hijos aún tienen secuelas, como calambres, fuertes dolores musculares, insomnio… y no se les han pasado nunca, después de tres décadas».

Cuando Jaime murió y el resto de la familia Vaquero acudió a urgencias, los hospitales ya estaban saturados de pacientes con un erróneo cuadro de neumonía atípica en fase aguda . La comunidad científica tardó 50 días en encontrar la relación entre el aceite de colza y el síndrome tóxico , mientras las garrafas se vendían de pueblo en pueblo y por los mercadillos sin ningún tipo de control .

«¿Quién iba a pensar que ese aceite, que tenía buen sabor y buen color, igual que cualquier otro, iba a estar envenenado?», se pregunta Carmelo, el único de esta familia numerosa que no sufrió las consecuencias de aquel «veneno» y que no puede olvidar como «Jaime murió camino del hospital en brazos de su madre», pocas horas después de que un médico de urgencias «le hubiera recetado tan sólo un jarabe» y le dijera que lo que le pasaba a su hijo «era una gripe».

«Me dijeron que no tenía nada»

«Jaime estuvo malo toda la tarde y, a partir de la diez, se puso peor –recuerda Carmen–. A las dos de la madrugada, cuando vimos que era grave, le llevamos al ambulatorio. Allí me dijeron que no tenía nada y le recetaron un jarabe para la tripa. Yo insistí en que mi hijo nunca se había puesto malo y pregunté si no era mejor llevarle al hospital . Me aseguraron que no. Volvimos a casa y estuvo toda la noche con fiebre, vomitando y con dolor de tripa. El jarabe no le había hecho ningún efecto. Así que a las ocho tuvo que venir una ambulancia. Mi hijo se sentó encima de mí para hacer el trayecto, y no le pudieron poner oxígeno porque en la ambulancia solo iba el conductor. En un momento se sobresaltó como asustado. Yo intenté tranquilizarle, pero un poquitito antes de llegar, a unos cientos de metros del hospital de La Paz, noté que hacía un pequeño movimiento y fallecía . “Ahora ya no podemos hacer nada”, le dije al conductor».

JOSÉ GARCÍA

Aquel fue el principio de la pesadilla de Carmen -que aún sufre «fuertes dolores de huesos que van en aumento» - y de otros miles de afectados víctimas del calificado «mayor envenenamiento de la historia de España» o « la mayor catástrofe desde la Guerra Civil ».

Los estragos aumentaron rapidamente. Pocos días después del fallecimiento de Jaime, el número de víctimas mortales ascendió a ocho, el de los afectados a 700 y los casos registrados se había extendido de Madrid a Valladolid, Palencia, Ávila, Segovia, Sevilla, León y Salamanca . El pánico se apoderó de todo el país, sobre todo mientras el vehículo causante de la enfermedad siguiera siendo desconocido. «Hasta un mes y pico después no supimos de qué había muerto nuestro hijo», cuenta Carmelo.

De «neumonía» a «ornitosis»

Las primeras hipótesis fueron de lo más descabelladas. Desde una « neumonía atípica » hasta la « enfermedad del legionario », pasando por la « ornitosis », una afección transmitida por las aves que provocó que incluso se sacrificaran muchas de ellas. Otros expertos dijeron que la enfermedad se transmitía por vía respiratoria y no digestiva. Todo eran palos de ciego.

MIGUEL BERROCAL

A finales de mayo de 1981, se averiguó que el aceite consumido por la familia Vaquero, adquirido en un mercadillo a un precio más barato que el habitual, podía ser la causa de aquella mal llamada «epidemia de neumonía atípica». «Recuerdo que el 6 de junio vino el médico a mi casa a decirme que no tocáramos el aceite, pero que no dijera nada a nadie porque no estaba seguro del todo», cuenta Carmelo.

Tras varios días de rumores en los medios, el 17 de junio el Ministerio de Sanidad tuvo que admitir que el aceite de colza era el causante . Este aceite había sido importado de Francia para uso industrial, pero distribuido para el consumo humano, de forma fraudulenta y desde un almacén de Alcorcón, después de haberle extraído la anilina a alta temperatura. El proceso dio lugar a la creación de los compuestos tóxicos que causaron la grave intoxicación . «La botella de cinco litros se vendía más barata y sin etiqueta, pero lo comprábamos. Decían que venía de Barcelona», recuerda el padre de Jaime.

La sentencia, 16 años después

Solo la rabia de los afectados logró llevar ante la justicia a los responsables, en uno de los procesos más importantes y complejos que ha conocido España, y que no comenzó hasta marzo de 1987 . Tuvieron que pasar 16 años para que el Tribunal Supremo declaró al Estado responsable civil subsidiario, que tuvo que pagar hasta medio billón de pesetas en indemnizaciones . «Nosotros denunciamos en julio o agosto de 1981, pero pasaron muchos años hasta que llegó la indemnización, un tiempo en el que mucha gente no pudo trabajar a causa de las secuelas», comenta Carmelo, cuya familia recibió por la muerte de Jaime 15 millones de peset as.

El Estado les descontó «la mitad» por las prestaciones sanitarias recibidas

Pero ni la cárcel de los aceiteros ni las indemnizaciones compensaron tanto sufrimiento, sobre todo si tenemos en cuenta que, además, el Estado les descontó «casi la mitad» por las prestaciones sanitarias recibidas.

Tres décadas después, las víctimas de la colza se sienten marginadas y cansadas , tras media vida luchando contra la enfermedad y el olvido. «Y la cosa va para rato. Todos mueren como consecuencia de la colza», concluye Carmelo.

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