El póquer con Irán
LA sombra del conflicto de Irak es alargada. Incide en numerosas cuestiones internacionales y cubre ahora un montón de recovecos de la reciente crisis surgida entre Irán, los tres grandes europeos y Estados Unidos. Sin el empantanamiento de Washington en Irak todo presentaría un cariz diferente, la actitud de Teherán, las discusiones en la Agencia nuclear de la ONU y la reacción de Estados Unidos.
La laboriosa resolución aprobada por los 35 miembros de la Agencia en la tarde del jueves insta a Irán a detener su actividad nuclear. En realidad, sólo aplaza el cara a cara entre los tres europeos, Gran Bretaña, Francia y Alemania, e Irán. Los europeos lograron, suavizando su propio texto, que la Agencia fije un plazo, el próximo día 3, para que Irán detenga su reanudado programa nuclear, pero ni se retuvo la fecha más temprana que ellos sugerían ni el texto de la resolución menciona la bicha, es decir, el traslado del tema al Consejo de Seguridad de la ONU para la eventual imposición de sanciones a Irán.
Los europeos, por otra parte, han tenido que rebobinar. Hace unos diez días afirmaban que darían por concluidas sus conversaciones con Irán si este país iniciaba de nuevo su programa nuclear. El texto de ayer, sin embargo, admite «la posibilidad de discusiones posteriores».
Técnicamente, Teherán no está adentrándose en un terreno ilegal con su programa nuclear, que, alega, sólo tiene usos civiles. Ahora bien, habiendo ocultado durante más de quince años a la Agencia de la ONU la existencia del mismo, hasta el año 2002 en que alguien dio el soplo, y habiéndose comprometido hace meses con los europeos a no reiniciarlo, su actual puesta en marcha levanta suspicacias y no sólo ya en Estados Unidos.
¿Qué necesidad tiene Irán, alega más de un observador occidental, de resucitar un programa nuclear con fines energéticos si tiene reservas petrolíferas que al ritmo de extracción actual durarán ochenta años, y de gas natural, que durarán casi doscientos? Se concluye que con la cobertura energética está tratando de dotarse, a través del enriquecimiento del uranio, de un arma nuclear. Teherán se rasga las vestiduras ante tal acusación, y su agravio encuentra un matizado eco en diversos países del tercer mundo, Brasil, India, etcétera, argumentando que como país independiente tiene todo el derecho a poseer energía nuclear. En uno de los debates de estos días en las sesiones de la Agencia no vaciló en señalar que es una paradoja que el país que hace justamente sesenta años utilizó por primera vez la bomba atómica se permita ahora dictaminar quién puede tener programas nucleares y quién no.
La resolución salva momentáneamente la cara de todo el mundo, pero Irán no sale debilitado del amago de confrontación. Ha podido comprobar que bastantes países del Tercer Mundo no apoyaban nada que tuviera el menor carácter punitivo contra Teherán. La Unión Europea sale hasta hoy levemente trasquilada. Hace dos años, los jefes de las diplomacias de Alemania, Francia y Gran Bretaña trataron de demostrarle a Estados Unidos que la política de la zanahoria podía funcionar con Irán. Con ambiguos resultados como vemos: hace días su oferta económica a Teherán, en compensación de la congelación nuclear, ha sido rechazada casi airadamente. Poco más tarde, llega la resolución paniaguada de la Agencia de la Energía de la que puede inferirse que los 35 países que la integran no están mayoritariamente muy inclinados a llevar el tema al Consejo de Seguridad, aunque Teherán no haya hecho buenas las promesas formuladas a los europeos. El director de la Agencia, el egipcio El Baradei, parece incluso pensar que es contraproducente haber fijado el 3 de septiembre como fecha tope.
Aunque dirigentes iraníes, por boca de su presidente, Mahmud Ahmadineyad, se dicen dispuestos a proseguir las discusiones con los europeos, lo que resulta alentador, la reapertura de las centrales nucleares ha despertado el orgullo nacionalista iraní. Esto dificultará un acuerdo. El ciudadano de la calle se siente rotundamente satisfecho de la independencia mostrada por su gobierno frente a Occidente; hay una retroalimentación entre la prensa y la calle, y los negociadores iraníes, si llegan a un acuerdo con los europeos antes de principios de septiembre, no podrán traer cualquier cosa de la mesa.
Teherán parece estar convencido de que puede jugar fuerte. En el Tercer Mundo su papel de defensor de la independencia de los países menos desarrollados a la hora de diversificar su aprovisionamiento energético es apreciado. Estratégicamente, en su enfrentamiento con Estados Unidos, no olvidemos que era uno de los integrantes del «Eje del mal», debe pensar que el momento le es favorable. Militarmente, Washington tiene las manos llenas con Irak (una intervención relámpago israelí también presenta dificultades, las instalaciones nucleares iraníes están dispersas y profundamente enterradas). Políticamente, el descrédito de la no aparición de las armas de destrucción masiva hace más trabajoso que Estados Unidos persuada a propios y extraños de que Teherán está lanzado a la consecución de la bomba.
Es problemático, en consecuencia, lo que traería llevar el tema al Consejo de Seguridad con las previsibles reticencias de Rusia y China, países que tienen importantes acuerdos comerciales con Irán. ¿Qué harán Moscú y Pekín? La emergencia eventual de Irán como potencia militar atómica no interesa a nadie, sería el derrumbe de cualquier intento de parar la proliferación, ¿pero quién es capaz de probar que Teherán no está simplemente tratando de aumentar sus fuentes energéticas, aunque resulte entendible que a más de uno de sus dirigentes le pida el cuerpo poseer lo que ya tienen sus vecinos, la bomba?
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