APRENDER A MIRAR EL DOLOR
SI hiciéramos caso a Albert Camus en que hay crímenes de pasión y crímenes de lógica, ¿dónde meteríamos los atentados del 11 de septiembre, los del 11 de marzo, los de ayer? Si son crímenes de pasión, somos capaces de aceptar que hay gente que desprecia su vida, la nuestra, por odio, por venganza, por deseo de hacer daño al sistema, por creencias religiosas, por hambre, por ignorancia.
Creo que no tenemos una respuesta que nos tranquilice, que nos permita enderezar un rumbo equivocado. Tenemos intuiciones, pero damos la vuelta a la cabeza. Esperamos, sin movernos, un atentado todavía más bestia, más sanguinario; la imagen de una bala entrando en el cuerpo de un niño es la más brutal de las noticias de hace unos días y casi tenemos la certeza de que un atentado más terrible va a suceder.
Como cineasta, la imagen más impactante que guardo es la del vacío de un espacio que fue ocupado por seres humanos con pequeñas historias que contar; con los sueños no realizados, las promesas incumplidas. El actor neoyorquino Harvey Keitel me contó que muchos vecinos se tuvieron que mudar, pues eran incapaces de soportar la presión de mirar hacia el lugar.
Mi pregunta es: ¿hemos aprendido nosotros a mirar?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete