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Debates a la carta

TEXTO: JESÚS LILLO FOTO: CHEMA BARROSO

MADRID. Sólo La 2, por su condición de soporte de iniciativas de servicio público, cubrió ayer en directo el debate del Congreso. La catalogación de la jornada como histórica no logró hacer mella en la oferta de las cadenas comerciales, que, de espaldas a lo que sucedía en las Cortes, mantuvieron su programación habitual. En TVE-1, una señora con mandil preparaba unas sepias bastante hermosas en su tinta mientras en La 2 se oían los discursos de los parlamentarios catalanes. Muy pocos minutos antes del comienzo del debate, Antena 3 anunciaba con redoble «el esperado testimonio de Jaime Peñafiel», también de corte histórico, y Telecinco programaba su endogámica escandalera rosa. Por la tarde -de «Gran Hermano» a los «Gavilanes»-, telenovelas basadas en hechos más o menos reales.

La 2 no sólo retransmitió íntegra la función del Congreso, sino que hizo pasillos y cubrió las comparecencias de los distintos líderes políticos, como la de Pasqual Maragall, que animó la hora del almuerzo con una elaboradísima y actualizada imitación de Eugenio -sin cubata-, estrenando un «saben aquél que diu» ambientado en el Retiro y entre gitanas visionarias.

Sin capacidad de movimiento dentro el hemiciclo, la emisora pública se limitó a programar la señal elaborada por el canal parlamentario, tan frío, lento, mecánico y previsible como tiene acostumbrados a sus abonados: planos medios de los oradores, cortados muy de vez en cuando por fugaces secuencias del auditorio, en especial de las señorías aludidas en cada turno de la palabra. Y no siempre: cuando Manuela de Madre se dirige nominalmente al presidente, el realizador lo busca y lo encuentra, pero cuando la vicepresidenta del PSC se refiere a «las mentes de los profetas del desastre» -a quienes luego tacha de «cretinos y ruines»- nadie enfoca a los diputados del Partido Popular.

Es esa señal plomiza y cortesana, ajena a los reflejos que -con cierta y sana violencia- marcan las señales de los géneros televisivos de acción, la que ha espantado a las emisoras comerciales del Congreso. La última vez que a una cadena de entretenimiento le dio por sintonizar el programa de Manuel Marín (debate del plan Ibarretxe, demasiado reciente), el batacazo fue tan sonado como aplaudida su osadía.

Desde entonces, la tele se asoma a la Cámara Baja para curiosear. Se queda en la puerta, y no por su desprecio a la historia que dicen que allí se graba, sino porque su público no la tolera. La oferta programada ayer por TVE-1, Telecinco y Antena 3 no representa el fracaso de la política como género televisivo, sino la inadecuación del tiempo parlamentario a los nuevos lenguajes del medio.

Mientras TVE-1 guisaba sepias y Carod-Rovira intervenía en el Congreso, Telecinco y Antena 3 emitían ayer sus propios debates. La tele no renuncia a la política: la recrea en sus platós con sus propios oradores. No le vale la señal, cansada, del canal parlamentario y organiza foros paralelos con profesionales que responden al perfil deseado por su audiencia y equipos técnicos que hacen verdaderos programas, no simulacros.

La televisión no se evade de la historia; es su público el que la obliga a que la cuente con el único acento que reconoce. Lo peor no es que la señal del Congreso ahuyente al conservador público de las telenovelas, sino que toque fondo cuando -si llega ese día- se incorpore a la audiencia del medio la generación que se está criando entre teléfonos móviles y descargas de internet. Van a tener que abrirle una nueva ventanita, enfrente de la de los sordos.

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