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Malos augurios

Un buen día, a no tardar mucho, una buena parte de los españoles comenzará a preguntarse cómo pudo ser posible que no se viera con claridad que las políticas de Zapatero tenían que conducir necesariamente al desastre. Se hará entonces un repaso de todos los disparates del Gobierno que hemos ido aceptando como normales, pero para entonces ya será tarde. Ni siquiera será posible la intervención de un cirujano de hierro porque, ante la fuerte crisis económica, las regiones se habrán enrocado en el egoismo sin que pueda imponerse autoridad central alguna.

Esta previsión pesimista -negra para decirlo con propiedad- es temida por algunos e intuida por más, pero se desecha porque de momento «las cosas de la economía no van tan mal, que es lo que verdaderamente les importa a las gentes». Más allá de los datos que permiten lecturas distintas de la marcha económica y de los estados de opinión en relación con ella, como el récord de la venta de coches o la subida del paro ¡en julio!, economistas como el profesor Velarde no se cansan de repetir que no cumplimos ni una sola de las condiciones que se le exigen a una economía para ser eficazmente competidora como son la investigación, el desarrollo de las comunicaciones y de las nuevas tecnologías. Pero, apunté antes, la incompetencia en este campo no sería tan grave si fuera meramente técnica: el problema se agrava porque Zapatero está llevando sus aberrantes concepciones nacionales (antinacionales) a la política económica y hacendística. Está llevando la ideología y el odio a este campo. Aconsejado sin duda por Suso del Toro, se está dedicando a castigar a la Comunidad de Madrid para que ésta no pueda seguir cumpliendo su papel de locomotora. Zapatero no puede soportar la «ejemplaridad» de Madrid. Se le rompen los esquemas, se le derrumba todo el discurso sobre el que se ha montado su teoría de la pluralidad de naciones que, en realidad, no es sino la más perversa rebelión de las provincias.

Un buen día, a no tardar, se verá que este presidente, que fue el fruto de un partido agotado y que luego llegó al poder como llegó, decidió recurrir, precisamente por la rareza de su ascensión, a los apoyos más espurios tanto partidarios como de grupos. Quiero decir que eligió como aliados a todos aquellos que están en contra de la lógica de la Nación y en contra de los intereses generales.

Con el tiempo, digo, se verá que toda esta retórica de Zapatero entre obvia y delirante, vacía y esdrújula, es propia de alguien que carece de sentido del trabajo, del esfuerzo y de la pasión. Serán muchos los que dirán entonces que ya ellos lo habían visto claro desde el principio aunque, para ser fieles a si mismos, tampoco alcanzarán a ver que todas las desgracias vienen de haber sofocado la fuente de la Nación.

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