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Objetivos sin excusas

Plantarle cara a la injusticia social. De frente. Sin remilgos ni paliativos y, por encima de todo, sin más excusas. Es el mensaje con el que la coordinadora ejecutiva de la Campaña de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, Eveline Herfkens, se ha presentado esta semana en la capital española solicitando, exigiendo más bien, con su voz enérgica y su actitud inquebrantable, que los Gobiernos de los países ricos no permanezcan impertérritos por más tiempo ante lo que acaece a su alrededor.

Y lo que sucede es que el español, junto a otros 188 Estados, rubricaron en la sede de la ONU en Nueva York, hace ahora cuatro años, un compromiso firme: erradicar la pobreza en el mundo. La construcción de este «utópico» y maravilloso edificio pasaba, antes de nada, por la colocación de la primera piedra: los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio. A estos ocho objetivos y a las dieciocho metas que aglutinan se les puso una fecha tope, el año 2015, y unos «generosos» membretes, como reducir a la mitad la pobreza extrema y el hambre (objetivo 1), alcanzar la educación primaria universal (objetivo 2), eliminar las desigualdades de género (el 3)... Y así hasta el octavo, el que encarna el «sueño»: un pacto global por el desarrollo que movilice tanto a gobiernos como a la sociedad civil y logre dar un salto cualitativo en la lucha contra la pobreza y en la vida de los casi 3.000 millones de personas que en la actualidad sufren graves carencias en sus derechos más básicos.

2005, el año que no admite excusas

Pero, cuatro años después de estampar esa solidaria firma, «los países más favorecidos no han asumido su parte de responsabilidad en esta lucha», denuncia Herfkens. En cambio, continuó, muchos países pobres sí han cogido al «toro por los cuernos» y han mejorado su gestión así como fortalecido su gobernabilidad.

Los firmantes de la Declaración del Milenio asumieron la «carga» de reservar el 0,7 por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB) para el logro de los Objetivos. Sólo Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Noruega y Suecia cumplen con su palabra. España destina apenas el 0,24 por ciento y es el tercer país del mundo que menos ayuda aporta al desarrollo foráneo. Sólo con que el Hemisferio Norte efectuase lo acordado en el marco de la Cumbre del Milenio, se recaudarían 16.000 millones de dólares adicionales al año. Y el cumplimiento íntegro de los Objetivos requiere entre 50.000 y 100.000 millones.

Junto al incremento de las inversiones en el desarrollo, Herfkens no se olvidó de mentar como «imprescindibles» otras dos peticiones dirigidas a los países favorecidos. La primera, condonar la deuda externa. Entre 1970 y 1997 el adeudo de los países en vías de desarrollo se multiplicó por 16 alcanzando un guarismo totalmente inasequible: 1,96 millones de dólares. La deuda contraída con nuestro país supera los 11.500 millones de euros. Segundo: permitir la entrada de los productos tercermundistas al mercado internacional. Sería suficiente aumentar en un 1 por ciento la cuantía de las exportaciones de productos de los países pobres para sacar a 128 millones de personas de las fauces de la pobreza.

Por ello, Herfkens aprovechó su visita a España para pedir al Gobierno que elimine los Fondos de Ayuda al Desarrollo (FAD) porque «generan deuda externa» a los países que lo solicitan. Considera que no son positivos para los países que buscan salir de la pobreza, ya que son créditos ligados a los intereses de los países que los conceden.

Entelequia o realidad, la ONU considera que 2005 se vislumbra como el año clave para que los líderes del Primer Mundo enseñen sus cartas y descubran si de verdad albergan ánimos de combatir la injusticia y la desigualdad. Porque la esperanza de muchos ya no admite más excusas.

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