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abandono escolar

Tres niños invidentes explican cómo estudian en el colegio

En España la tasa de abandono escolar es del 23,5%, sin embargo, en los niños invidentes es tan solo del 9,6%

Tres niños invidentes explican cómo estudian en el colegio

laura peraita

Daniel A. 10 años (ciego desde los 7 años)

Daniel A. siempre fue a un colegio público de su barrio en Madrid como un alumno más. Sin embargo, cursando primero de Primaria le detectaron retinosis pigmentaria, un problema que afecta a la retina y disminuye su campo de visión, como si viera a través de un tubo que cada vez se hace más pequeño, hasta que se pierde la visión por completo al cabo de varios años. Pero el caso del pequeño Daniel, que hoy tiene diez años, es distinto. En tan sólo cuatro meses se quedó ciego. «Fue tan rápida la pérdida de visión que a Daniel no le dio tiempo a aprender a leer la letra en tinta ni a conocer el lenguaje en braille, por lo que ha tenido que realizar un esfuerzo titánico respecto al resto de sus compañeros por no perder el ritmo de la clase —asegura Belén Hevia, maestra del Equipo de Atención a la Discapacidad Visual de Madrid (EOEP) —. Son muchas las herramientas nuevas que debe utilizar. Una de ellas es la máquina Perkins —como la que utiliza Daniel en la imagen— que tiene seis teclas y sirve para escribir en braille».

Daniel reconoce que ahora ir a clase es muy diferente. «Sé que me cuesta más estudiar, pero no es tan difícil», explica. Como aseguran muchos niños a su edad no le gusta venir al cole, «prefiero quedarme en casa jugando, pero sí me gusta hacer los deberes porque aprendo mucho».

Lo que también le encanta es el recreo. El día de esta entrevista baja un poco menos contento porque al abrir y palpar el interior de su tartera se ha encontrado que sus padres le han puesto zanahorias. «Me gustan más otras cosas», dice con cara de resignación.

El interior del colegio se lo conoce a la perfección, pero para bajar al patio se agarra del brazo de su profesora de apoyo Belén Hevia. «No te agarres tanto —bromea ella— que van a pensar que somos novios».

Daniel es del Real Madrid y siempre jugó mucho al fútbol. «Ahora menos. Me traigo un balón con sonido para saber dónde está, pero mis amigos prefieren jugar con el suyo. Intento coger la pelota pero no puedo porque ellos son unos "chupones" y no la sueltan. También jugamos al pañuelo y mis amigos Hugo y Leandro me ayudan a correr».

Belén está con Daniel en clase, al menos, un día a la semana. «Es un niño con muy buena aptitud, no protesta por nada. Él quiere ir al ritmo de sus compañeros, pero necesita más tiempo para organizar su mesa, sacar la Perkins ... Ahora ya es capaz de tener su agenda en orden, lo que es mucho, archivar sus hojas en cuadernillos... Frente a los niños ciegos de nacimiento, él tiene la ventaja de contar con referencias visuales. Sabe cómo es el color azul. Los árboles. Sin embargo, psicológicamente se da cuenta de lo que antes podía hacer y ahora no».

Isabel Vera 12 años (ciega desde los tres años)

Con tres años recién cumplidos, Isabel Vera sufrió el síndrome de Steven Johnson que le afectó a su vista. Hoy a sus doce años, no tiene nada de visión en un ojo y con el otro ve muy poco.

Estudia primero de la ESO y su expediente es de notables y sobresalientes. Reconoce que algunos compañeros de otras clases le han preguntado cómo lo hace. Ella lo tiene muy claro: «todos somos personas, lo que pasa es que yo me lo curro un poco más para poder conseguir lo mismo. Los que no sacan buenas notas es porque no se esfuerzan y sólo piensan en jugar con los amigos y no en su futuro».

Es una niña alegre y lleva con mucha naturalidad su situación. «Mis compañeras me echan una mano en lo que pueden». Aún así, una vez por semana se sienta con ella en el aula una profesora de apoyo de la ONCE que le facilita el aprendizaje si existe un problema. «Nuestra labor —apunta Carmen Sanz, instructora de Tiflotecnología de la ONCE— es que aprenda el manejo de todas las herramientas a su alcance para que estudie con la mayor facilidad posible. El esfuerzo de estos niños es titánico. No hay que olvidar que los cambios tecnológicos son constantes y cada vez que hay uno, estos niños empiezan de cero porque ni siquiera pueden trabajar con el ratón porque no ven el cursor y deben aprender nuevos comandos. También orientamos a los padres y les enseñamos el braille para que puedan ayudar a sus hijos con los deberes».

Además de los libros en braille , que son muy pesados y con muchas más páginas que los escritos en tinta, Isabel lleva a clase un ordenador que tiene un lector de pantalla llamado «jaws» con el que toma apuntes. «Me pongo unos cascos y oigo una voz del sistema que me dice lo que voy escribiendo mientras escucho al profesor», explica.

Añade que los profesores tienen cuidado de «decir en alto todo lo que escriben en la pizarra para que yo me entere». Cuando hay exámenes, se lo dan antes a la profesora de apoyo, quien los transforma en braille, y se lo da a Isabel al tiempo que al resto de la clase».

Nachi Picas, 17 años (ciega de nacimiento)

Nachi Picas nació ciega hace 17 años en Chile. Recuerda que allí siempre fue a colegios «normales», de niños con una visión perfecta, y ella se integró en sus estudios «gracias a que mis padres contrataban a profesores particulares y me traducían todo al lenguaje braille».

En 2012 viajó hasta España para visitar a su familia de Barcelona donde estuvo un mes. Aprovechó para ponerse en contacto con la ONCE. «Me enseñaron a tener más autonomía, a saber manejarme en la cocina, a utilizar el bastón para caminar con menor dificultad...».

Actualmente vive en Madrid debido a que el pequeño de sus dos hermanos, el de cinco años, tiene un problema de hígado y está a la espera de un trasplante.

Nachi estudia en el colegio primero de Bachillerato. «Este año ha sido muy duro y he tenido que estudiar muchas horas. Hasta por las noches»

Explica que en España se estudia mucho con la memoria «mientras que en Chile se realizan más trabajos de investigación sobre diferentes temas y a mí me resultaba más sencillo. Me ha ayudado mucho mi tutor de la ONCE, que se llama Carlos Fernández. Él me visita una vez a la semana e intenta solucionarme los problemas que pueda tener en clase».

A pesar de su ceguera, Nachi saca muy buenas notas y su esfuerzo es notable cada día. Acude a clase con una gran mochila cargada con los libros en braille. El ordenador con lector de pantalla también es su gran aliado para tomar notas. Nachi se ríe al confesar que sus compañeros le piden los apuntes, «en vez de yo a ellos».

En clase de matemáticas utiliza un aparato que escribe braille llamado Perkins —que hace mucho ruido—. «Lo uso porque para hacer los problemas es imposible que me digan las cifras y que me quede en la mente con tantos datos numéricos. Con este aparato los escribo y así los repaso».

Nachi soñaba con hacer Medicina «pero hay asignaturas muy visuales, por lo que estudiaré Derecho».

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