Sánchez evita molestar a sus socios ante otro mandato agitado
Se comprometió a «escuchar todas las demandas» de Bildu y se abrió a la posibilidad de abrir el debate de la plurinacionalidad
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Sánchez y Rufián se saludan al final del debate de investidura
La segunda y final jornada de investidura fue más relajada, en todos los sentidos, para Pedro Sánchez, lo que no evitó que en su rostro se reflejase la emoción como pocas veces antes tras la votación final. Alegría que le permite ponerse ya manos ... a la obra en el diseño de su tercer Gobierno. Ni tuvo que emplearse a fondo contra el Partido Popular (PP) y Vox –la estrategia con la que decidió romper el debate desde el primer momento el miércoles, con un discurso convertido en un duro alegato contra las formaciones de la oposición y en particular contra Alberto Núñez Feijóo, al que acusó de haber «unido su destino al de la ultraderecha»– ni le tocó lidiar con los portavoces del independentismo catalán, Gabriel Rufián (ERC) y Míriam Nogueras (Junts per Cataunya), los huesos más duros de roer, sobre todo los segundos.
Antes de contestar a los tres diputados del reducido Grupo Mixto de esta legislatura –los dos que le apoyaron, Néstor Rego (BNG) y Cristina Valido (Coalición Canaria), y el de Unión del Pueblo Navarro (UPN), Alberto Catalán, que votó en contra de la investidura– y de agradecer al portavoz del Grupo Socialista, Patxi López, una nueva encendida defensa de su figura, Sánchez interlocutó con la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua, y el del Partido Nacionalista Vasco (PNV), Aitor Esteban. La situación tenía elementos inéditos, empezando porque intervinieran los de Arnaldo Otegi antes que los peneuvistas, fruto de un resultado electoral que ha puesto por primera vez a la izquierda abertzale por delante de la formación del nacionalismo vasco conservador. Y además porque se reflejó la mayor sintonía de Sánchez con Bildu y los recelos mutuos con Esteban, que se arrastran ya desde la pasada legislatura, con más desencuentros que coincidencias con los de Andoni Ortuzar, por ejemplo a cuenta de una ley de vivienda de la que terminaron descolgándose, mientras Bildu y ERC la presentaban en nombre del Gobierno.
En ese contexto, Sánchez le reprochó a Esteban que equiparase al PSOE y al PP en lo referente a la cuestión territorial, aunque la polémica no fue más allá. Parco en palabras. Más que el día anterior. De hecho, un alto dirigente del PSOE la pasada legislatura, veterano de las negociaciones con las fuerzas separatistas, explica esa actitud enfatizando cuán importantes son las palabras para esos grupos. «Más incluso que los acuerdos», subraya en conversación con ABC bajo requisito de anonimato.
Después, ante Aizpurua, sin extenderse tampoco demasiado en su discurso como sí hizo el primer día, el secretario general del PSOE puso en valor el apoyo del antiguo brazo político de ETA «a leyes muy importantes», como la de eutanasia o la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, conocida como la del 'sólo sí es sí', así como a otro tipo de medidas como el Ingreso Mínimo Vital o los paquetes anticrisis aprobados en sucesivos decretos después de la guerra en Ucrania. Sánchez dijo que no podía «prometerle todas sus demandas», pero sí expresó «la máxima predisposición para dialogar sobre ellas». Además, el candidato reconoció que el diálogo con Bildu había sido «fructífero». «Espero que sea así en la próxima legislatura», señaló, además de comprometerse a «profundizar en la singularidad e identidad del pueblo vasco, y de su lengua», un camino para el que citó como un paso a tener en cuenta la oficialización de las lenguas cooficiales en el Parlamento, la condición que ya arrancaron en verano los independentistas para apoyar a Francina Armengol como presidenta del Congreso.
«No se la juegue»
El día anterior Sánchez había recibido serias advertencias de los grupos del separatismo catalán. «No se la juegue», le dijo de manera tan gráfica como solemne Rufián, después de preguntarle retóricamente si veía en el hemiciclo a Inés Arrimadas, la exlíder de Ciudadanos (CS), partido que ni siquiera concurrió a los comicios del pasado 23 de julio. El mensaje era claro: esta vez ya no habrá la posibilidad, cuando vengan mal dadas, de recurrir a la geometría variable parlamentaria activando un motor alternativo a la derecha de Moncloa, como ocurrió con los diputados del partido centrista o con los parlamentarios, también ahora fuera del Parlamento, del PDeCAT. Con esos apoyos se salvaron momentos difíciles de la legislatura que ahora queda atrás, como la reforma laboral, aprobada en febrero de 2022 gracias al apoyo de esos grupos (y el célebre error del diputado del PP, Alberto Casero) o, antes, las sucesivas prórrogas del estado de alarma, posteriormente invalidado como instrumento por el Tribunal Constitucional.