Luis Aznar: el hombre que enseñó español a Omar Sharif y a Ava Gardner

Hay un Madrid que va desapareciendo y que fue toda una sucursal de Hollywood en busca del tipismo y la diversión

El Madrid de Ava Gardner: cuando fue la 'Macarena de Sevilla' en el Corral de la Morería

Luis Aznar en el Corral de la Morería ISABEL PERMUY

Madrid tiene su historia oficial, la de Napoleón en Chamartín, la de Azaña proclamando, entre las humaredas de templos profanados, que la vida de un convento no vale la de un republicano. La de san Isidro labrando, la de Hemingway e Ilya Ehremburg ... por la Gran Vía en pleno conflicto fratricida. Todo lo que está y lo que fue la ciudad y aparece en las hemerotecas. Pero Madrid tiene un siglo XX que, como el tango rezaba, fue problemático y febril. Y feliz. Es ese Madrid 'la nuit', 'la nuit' sana, el que rememora Luis Aznar, enciclopedia viva de la ciudad.

Una ciudad de habitantes anónimos y de visitantes de relumbrón en aquella época en que la ciudad era un Hollywood y la miseria y la escasez quedaban, si no solapadas, sí complementadas por un turbión de noctívagos que iban del Corral de la Morería a Chicote, y de ahí a Pasapoga. O al revés. Ese Madrid de una «farándula de buenas personas» donde Luis Aznar, histórico de la restauración capitalina, tiene un currículum vivido de experiencias; con esos locales de las afueras, abiertos hasta el alba y donde salía el duende lorquiano en no pocas ocasiones. Un garito que no «cerraba nunca» y que era «el Cabo Cañaveral». Carretera de La Coruña.

Luis Aznar calza pintas de torero, sin chaqueta por la calor, como a punto de debutar en Las Ventas aunque el DNI le marque la edad, «el haber llegado al prefijo de Madrid, el 91». 91 años, pues, en canal. Y en su mirada, está ese «Madrid auténtico de Riscal, Pasapoga, Casablanca, tan divertido». Lugares legendarios y ya idos. Luis cita al periodista en el Corral de la Morería porque, como dijo el poeta, al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Y Luis vuelve en la mañana caliente de agosto, para ejercitar esa habilidad suya de la memoria, que en el caso que nos ocupa es tan de la ciudad como de sus meninges.

Luis Aznar desafió «a comer chiles» a Anthony Quinn, «que era mexicano de Chihuahua». Con truco, claro; mientras el intérprete iba pidiendo la hora, el español hacía como que los degustaba y los escupía al suelo con la trampa castiza. Luis Aznar, como Pepín Bello, en otro contexto y con otras gentes, suelta sus recuerdos que aparecen casi en tecnicolor de como los narra. Suya fue la ocurrencia de bautizar al 'animal más bello del mundo', Ava Gardner, como «la Esperanza Macarena», un día en que la diva discutió con Frank Sinatra en el corral y la americana, «una de las mejores personas» que ha «conocido», iba penando los males de amores con el rímel corrido. Su mejor amigo, don Luis.

Con la Gardner, Luis Aznar tuvo una especialísima relación, rayana a la hermandad, y de ahí su esfuerzo de que «se hable bien de ella». Aunque no venda. Vivió las épocas de la Gardner más feliz, con sus amoríos libres, y Luis fue su confesor. Porque Aznar no juzga, sino va al hecho que archiva con una exactitud de fechas que, por escrúpulo al dato concreto, no revela. En cualquier caso, él, en las largas conversaciones con Ava Gardner, le iba enseñando, de forma natural, el español. «Hasta que termino por hablarlo perfectamente cuando ya se fue». Y da fe.

Constreñir toda una vida paralela a la ciudad, a las luces de ciudad, corre el riesgo de que se envuelva en nostalgia. En su caso no. Están vivos para él Luis Miguel Dominguín, Julio Aparicio, Paco de Lucía o Pepe Legrá.

A Luis Miguel fue a verlo lidiar a Belgrado, tal era su amistad. Corría octubre del 71, y en el aeropuerto balcánico, «Luis Miguel se saltó los controles» y fue hacia él, a darle «un abrazo». En Aznar toda anécdota es categoría, intrahistoria unamuniana. En la amable conversación recuerda los inicios de Isabel Pantoja, «tan niña», y cómo se instalaron en Madrid su madre y hermanos. Y el día en que la llevó a la desaparecida peluquería Rachel a que «Roberto le hiciera el primer moño».

Luis Aznar, Luis Miguel Dominguín y unos amigos ABC

Detalles que conserva, como la entrañable amistad que le unió a Omar Sharif, al que, como a Ava Gardner, «de alguna manera», enseñó «el español» por la metodología de la noche, del tablao más castizo: donde está el tarro de las esencias que los más privilegiados del 'star system' de antaño apreciaban. «Hombre 'me amego' (sic)», proclamaba el egipcio cuando veía aparecer al protagonista de esta historia.

Acontecimientos felices han pasado por su vida porque, como a Valle, la época no le ha fallado. Acudió, un día que visitaban a un diestro herido al Sanatorio de Toreros, entonces en la calle Bocangel. Fue cuando Pepe Legrá, 'el puma de Baracoa', se empeñó en acompañarlo. Digna sería la escena del púgil cubano entre los espadas, y todo para pedirle a Luis que lo llevará «a la Ruber a que le hicieran un escáner del cráneo».

Porque, y lo cuenta Aznar, «a Legrá, que nadie, ni incluso Urtain le tocó el rostro, un puñetazo sí que le dieron en una velada en Bilbao». Los galenos, entonces, confirmaron que no había nada de qué preocuparse.

Como a una estrella, sus sobrinos, que lo escoltan, le preguntan por «lo de la paella», la famosa paella de Riscal, donde era jefe de barra. Lo «mandaron a Jockey» a pedirle una paella, entró en cocina y dijo, jocoso, que venía «a enseñarles a hacer una paella». Cargó con la paellera y en Riscal había una simpática degustación. Fue entonces cuando su mentor, Alfonso Camorras, entró en la cocina y añadió «cortecitos de jamón» al guisadillo del arroz. Tanto gustó que ahí quedó la leyenda, cantada por Sabina, de la «paella de Riscal». Y de esa paella «se mandaron 500 paellas al Festival de Cine de Cannes, todo un reto». Más tarde las probarían el general Perón o el mismísimo Papa de Roma.

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