HISTORIA
Manuel Azaña visto por cinco historiadores
Fernando García de Cortázar, Manuel Lucena Giraldo, Juan Pablo Fusi, Felipe Fernández-Armesto y Manuel Álvarez Tardío analizan la figura del político e intelectual
ABC Cultural
FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR
Buen intelectual y peor gobernante , Azaña transmite como pocos la razón y el sentimiento de España y nos conmueve su emocionante patriotismo ensalzando el fondo humanístico de la civilización española. Pero sorprende la dureza con que rompió cualquier ... puente de los que podrían haber unido a todos los españoles en torno a aquellos valores que abusivamente proclamó como exclusivos de la República. Confundió el ansia de renovación nacional con el menosprecio de tradiciones y sentimientos de quienes no se sentían representados por la primavera republicana. De sus frases, una torpes, otras mal interpretadas, me quedo con una de las más bellas: «La libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres».
JUAN PABLO FUSI
Estimo en Azaña su españolidad y su sentido del estado : su convicción de que España necesitaba construir el gran Estado nacional -que él asociaba con república- que no se había hecho en el siglo XIX. Como jefe del Gobierno republicano (1931-1933), estimo positivas su prudente reforma autonómica (sólo dio autonomía a Cataluña) y la reforma militar, bien diseñada pero torpemente gestionada; y errónea y contraproducente su política laicista , que apartó de la República a la España católica. Su respuesta, ya como presidente de la República, al golpe de estado de julio de 1936, fue decepcionante: un presidente abatido, angustiado, convencido de que la República no podía ganar la guerra (para él, una alucinación colectiva). Eclipsado en el poder, sin otra iniciativa que algunas ideas sobre un irreal plan de paz, se redimió, sin embargo, con su gran discurso de julio de 1938, su emocionante llamamiento pidiendo paz, perdón y piedad entre los españoles.
FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO
Luces y sombras: imágenes toreras. Azaña: torero de tertulia, del Ateneo, del Café de Chinitas , frustrado entre garabatos y borradores, sin agilidad matadora ni empatía por el adversario. Pasó de la propaganda a la política por buenos motivos -o sea, por principios que siempre son buenos motivos aunque sean principios malos-. Soñaba con palabras sin referentes en la realidad española: democracia, república, unidad de los suyos, cielos sin bombas, catolicismo sin clero, catequesis sin Dios. Acción republicana, inercia de estadista. Al final volvió a lo que supo hacer de maravilla: escribir llamadas preciosas a lo que no había podido conseguir.
MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO
Un balance ponderado de la biografía política de Manuel Azaña pasa por distinguir entre el mito y la realidad . Algo después de la Transición se construyó historiográficamente un Azaña ad hoc . El comportamiento del PSOE de los años treinta encajaba mal con la idea de un partido comprometido con la democracia liberal. Algunos historiadores del entorno de ese partido encontraron en Azaña el vehículo para reivindicar un reformismo liberal y modernizador, una especie de justo medio entre las derechas reaccionarias y las izquierdas revolucionarias. Transición y Azaña se intercambiaron . Azaña y democracia eran sinónimos. Pero esa construcción interesada encaja mal con la realidad. Azaña no fue el político nefasto que construyó la narración de la derecha autoritaria sobre la República. Pero es innegable que no concibió la democracia en términos liberales y pluralistas . Su idea de República confundía la forma de gobierno con el programa de gobierno e identificaba el nuevo régimen con una «revolución republicana» incompatible con el pluralismo . Su liberalismo lo era si desligamos esa palabra de lo que ha significado para la larga tradición de la teoría política occidental. Su reformismo lo era si obviamos que no estaba anclado en la idea de reforma gradual sino en una determinación orgullosa e inflexible. No en vano, el ejecutivo de Azaña reguló el Tribunal de Garantías Constitucionales de tal modo que éste no pudiera declarar inconstitucional ninguna de las leyes fundamentales aprobadas por su mayoría. Toda una declaración de intenciones sobre el valor que las izquierdas republicanas otorgaban a la alternancia y la competencia pluralista.
MANUEL LUCENA GIRALDO
Manda la tradición literaria y política que los estadistas nacen, pero sobre todo se hacen . Este principio apunta a una prelación de los fines sobre los medios. Tras un misterioso proceso de selección, asomarían como un producto, pero no sabemos muy bien en qué consiste su «fabricación». La historia española nos aporta algunas evidencias y muchas anomalías. A comienzos del siglo XX, la geografía de la influencia era gestionada por personajes pesados, que fumaban grandes puros y decidían el destino de sus semejantes tras copiosas digestiones. Fueron derrotados por líderes de extracción burguesa o popular, la expresión de la nueva democracia del sufragio universal y la sociedad de masas. Sólo en ese contexto de modernización es posible entender la emergencia de un tal Manuel Azaña como figura de primer nivel, tras la catarsis decisiva que sufrió España después del desastre del 98. Contra ella, pero también a pesar de ella.
Porque sin duda Azaña fue más allá del noventayochismo , hizo mucho además de hablar y quejarse y no se sujetó nunca a aquello en lo que no creía, lo que no dejó de constituir una refrescante novedad. En este sentido, es lícito preguntarse por el origen de esa capacidad de sostener firmes creencias, tan criticada por alguno de sus contemporáneos como propia de un «soñador». Esa cualidad, el inconformismo de un gradualista liberal que no cayó en la fácil tentación de convertirse en revolucionario de pistola en mano, tiene una explicación biográfica. Azaña llegó tarde en su vida a cosas fundamentales . La autonomía individual sólo aparece cuando gana las oposiciones a auxiliar del Ministerio de gracia y justicia en 1910, un resultado del fracaso de los negocios familiares y de haber «malgastado el tiempo». El deseado matrimonio con Dolores de Rivas Cherif acontece en 1929, cuando ya es un hombre mayor (49 años) y conocido, lo que podría haber asustado a una persona menos valiente que ella, que tiene 25. Entregado al fin a llegar a tiempo a las cosas de la vida, Azaña termina el drama teatral de amor y política La corona y entra en una etapa decisiva que le llevará a la presidencia de la Segunda república. Entre ambas fechas, se observa a un lector compulsivo de muchos libros a la vez, a alguien con un espíritu de orden ilustrado que choca contra la prelación tan española de la forma sobre el fondo o, como él prefería decir, a «la carencia de un método racional».
El Azaña autor, paralizado por la ansiedad de perfección y por la necesidad de influencia del Azaña político -que sólo se concebía a sí mismo escribiendo de manera perfecta y con discursos decisivos e incisivos-, trabaja mucho para otros. O lee textos de otros para que se lean mejor. Tarde, como siempre, en 1919, publicó su primer libro, Estudios de política francesa contemporánea. La política militar . Si el periodismo es distinto y aquí no cabe parálisis editorial, es porque se puede corregir al día siguiente. Ello no obsta para que el escritor metido a político que fue Manuel Azaña no dejara páginas memorables y misteriosas, como las dedicadas a vuelapluma en 1920 a la tradición literaria española: «Una literatura superficial es propia de hombres turbulentos, más impresionables que maliciosos. El escritor en posesión de una idea es dueño de un talismán. Quien profundiza se eleva». Se proyecta, podríamos decir, alcanza una altura, entrevé un horizonte. El mejor Azaña, el que pidió en Barcelona en 1938 «paz, piedad, perdón» para todos , simplemente siguió esa estela.
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