El laboratorio de Madrid donde confeccionan perros robots que pueden ser críticos de arte
La 'start up' de dos jóvenes ingenieros fabrica en un centro de innovación del Ayuntamiento de Madrid máquinas, algunas con inteligencia artificial, otras diseñadas para ser expuestas en museos y hasta rovers como los que la NASA envía a Marte
En la novela de ciencia ficción '¿Sueñan los androides con ovejas robóticas?' de Philip K. Dick, la tecnología de un planeta Tierra posapocalíptico es tan avanzada que las mascotas son robots y los androides apenas se distinguen de los humanos. Dick anticipaba en su ... libro más famoso una sociedad donde las máquinas imbuidas de inteligencia artificial jugaban un papel clave en la ejecución de trabajos de riesgo y en el cuidado del hombre. Si desechamos la distopía 'cyberpunk' y la lluvia radioactiva, es la misma idea con la que sueña una pareja de ingenieros en un centro de innovación de Madrid. Una de sus creaciones ya se ha hecho famosa: el robot crítico de arte.
El perro se llama Aicca y se confeccionó con una impresora 3D. Los músculos negro mate están recubiertos de pelo y su ojo derecho es mucho más grande, una cámara gran angular para detectar cualquier obra artística. Después de analizar un cuadro, Aicca (Artificially Intelligent Critical Canine) flexiona sus patas traseras y defeca un papelito mecanografiado. Su primera crítica la firmó el pasado 30 de mayo, un minuto y 58 segundos pasadas las nueve de la noche. Aquí un extracto: «Al principio podría asumirse que esta es simplemente una pintura abstracta sin ningún significado o propósito particular. Sin embargo, al examinarlo con mayor detalle se pueden ver varias referencias a la semiología en los detalles de la obra».
María Ruiz y Eduardo Fuentevilla, dos ingenieros industriales a punto de cumplir los 30 años, ensamblaron Aicca en el International Lab, un antiguo laboratorio municipal que el Ayuntamiento de Madrid ha reformado para que 'start ups' emergentes cocinen 'softwares' innovadores. Ruiz y Fuentevilla son los únicos del edificio que construyen robots. Su despacho es el taller de Maedcore. «Hacemos soluciones robóticas y trabajamos para numerosas industrias: nuclear, metalúrgica, farmacéutica... Lo que pasa que está llamando mucho la atención del público que apliquemos esta robótica al arte», señala Ruiz.
El perro robot crítico de arte copó titulares en la prensa internacional. Es un encargo del reconocido artista alemán Mario Klingemann, tiene más de 25 componentes integrados (dos cámaras, motores, un miniordenador, receptor wifi, impresora...) y su propio gusto. «Es lo más objetivo posible», asevera Ruiz. Un concepto que rechina en el mundo del arte, el imperio de la subjetividad. «Hay mucha controversia, y lo entiendo. Hay gente que dice que puede ayudar a los críticos porque da ese dato objetivo y hay muchos que dicen que se está perdiendo precisamente lo más humano del arte, la subjetividad», añade la ingeniera.
Las escuetas críticas de arte de Aicca son generadas mediante inteligencia artificial. Ruiz y Fuentevilla entrenaron al perro, primero, con una batería de imágenes para que aprendiera a distinguir qué es una obra de arte y qué no. Después, el propio Klingemann entrenó el código de un segundo nivel de inteligencia artificial, la que redacta los veredictos. Cada vez que identifica un cuadro, el robot peludo envía la imagen a ese servidor, que regresa en formato tique de supermercado. Su dueño puede vender las deposiciones de obras importantes como NFT (activos únicos que funcionan con tecnología 'blockchain', cadenas de metadatos que no pueden modificarse). Aunque Aicca es una pieza de arte en sí misma y ya hay galerías que quieren exponerlo.
Maedcore nació hace año y medio y su rama artística supone la mitad del negocio. Ruiz y Fuentevilla han descubierto que es común que los creadores que exploran con lo digital y la inteligencia artificial deleguen la parte eminentemente técnica a los expertos. A través de la galería Colección Solo, la 'start up' ha colaborado con un par de nombres internacionales. Mario Kinglemann y Filip Custic, el artista visual que ganó en 2019 el Grammy latino al mejor diseño de empaque por 'El mal querer', el segundo álbum de Rosalía.
La pareja de ingenieros construyó para Custic una mujer hiperrealista plagada de pantallas electrónicas y sensores, un maniquí interactivo que muestra imágenes del ser humano y representa la diversidad. También un bolso-pantalla y un casco proyector para dibujar efectos faciales en el rostro humano. «A mí me encanta, aunque estemos en otras industrias, porque los artistas siempre tienen ideas fuera de lo común. Al principio dices: «¿Pero esto es de verdad o en broma?»», confiesa Ruiz.
Dinero versus innovación
Los proyectos industriales son más lucrativos que los artísticos. En estos momentos, Maedcore está desarrollando un producto «propio», un robot multiusos al estilo de los rovers que la NASA envía a Marte que sirva para cualquier tipo de inspección o mantenimiento. Por poner un ejemplo, cada una de estas máquinas podría venderse por 1.000 euros, pero una producción a gran escala, cientos y cientos de unidades comercializadas, brindaría un importante retorno económico. El perro robot no es tan provechoso, si bien es cierto que puede valer millones en el mercado del arte.
Los proyectos relacionados con el arte son los visionarios. «La tecnología que puedes aplicar al arte es mucho más innovadora que en otras industrias», asevera Ruiz. Los procesos de calidad y certificación de la maquinaria industrial son lentos y tardan años. En el mundo del arte no hay control; allí los robots no se utilizan para trabajar con toneladas de metal o soldar a altas temperaturas, sino para expresar ideas. Tampoco hay confidencialidad. Maedcore ha trabajado hasta la fecha con dos artistas y cinco empresas de otros sectores, pero guarda muchos diseños bajo llave por orden de sus clientes. «Por eso en la página web no podemos poner todo lo que hemos hecho y en el arte, como se busca lo contrario, dar promoción, sí», puntualiza Fuentevilla.
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Estos días no hay piezas robóticas sobre la mesa de su despacho en el International Lab. El proyecto que tienen entre manos es intangible. Un arquitecto de Nueva York desarrollará por ordenador un edificio, una artista llenará sus habitaciones de obras y Maedcore introducirá el museo en unas gafas de realidad virtual. La entrada a otra dimensión estará en un emplazamiento físico (real) «espectacular», promete Ruiz, que es un secreto todavía. Los dos emprendedores fusionan conceptos tan opuestos como máquina y arte, tan diferentes como los artistas que inyectan la creatividad y los ingenieros que aportan el conocimiento técnico. «Son personalidades muy diferentes, pero es interesante: nosotros somos más estrictos y más funcionales, ellos son más abiertos y tienen unas ideas más amplias», cuenta Fuentevilla.
En 2022, la robótica movió en todo el globo casi 90.000 millones de dólares (unos 82.000 millones de euros), según datos de la consultora Precedence Research. Asia lidera el sector, con el 40% de la cuota de mercado en 2021, seguida de Europa, que amasa el 26%. En España, las ventas de robots industriales y de servicio crecieron un 25% en 2022, «un ejercicio magnífico» tras los tres años anteriores de estancamiento, concluye la Asociación Española de Robótica y Automatización. Sin embargo, la evolución es lenta.
Aún faltan años para que los robots se incorporen a la rutina humana, para que circulen coches autónomos y drones mensajeros. «Todo eso ya es posible. El problema es que se da poca financiación. Montas una empresa que haga la 'app' de Glovo y ya tienes inversores; sin embargo, haces un robot que sirva para restaurantes y cuesta mucho más encontrar financiación», explica Ruiz. Comparado con el 'software' (programa), la fabricación de 'hardware' (soporte físico) depende de las cadenas globales de suministro de componentes, acarrea altos costes de producción y supone asumir más riesgos.
Y, pese a todo, Maedcore visualiza y trabaja por los beneficios de ese futuro automatizado. Fuentevilla recuerda que el año pasado se produjeron 200.000 accidentes laborales en España. «Cualquier operario que suba a un andamio, o vaya a entornos contaminados, o se tenga que meter en una tubería... Para mí, eso lo tiene que hacer un robot ya», zanja Ruiz. La imaginación materializada de Philip K. Dick.
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