REPORTAJE
Grafiteros sin escrúpulos a la caza del viejo Madrid
LA HUELLA DEL VANDALISMO
Las pintadas se extienden por todo el casco histórico de la capital, ensuciando paredes, puertas, monumentos, iglesias o estatuas. El ayuntamiento vuelve a elevar las sanciones para combatir este tipo de actos
Cuatro números, 1312, una secuencia numérica para decir ACAB ('All Cops Are Bastards'), saludan a los viandantes al paso por los bajos del Viaducto de la calle Segovia. La pintada, una de tantas a los pies de este puente de arcos múltiples, forma parte del ... paisaje más lúgubre de la ciudad madrileña. En realidad, los estragos del espray están por todas partes: en paredes, puertas, monumentos, iglesias, estatuas... imagen decadente de una práctica muy alejada del ponderado arte urbano. Basta un paseo por el centro de la capital para comprobar la acción de los grafiteros sin escrúpulos, a los que ahora el ayuntamiento quiere poner coto con un nuevo endurecimiento de las sanciones.
Pese a que las multas por realizar pintadas vandálicas ya se elevaron en 2020, el Gobierno municipal ha incluido en la última Ordenanza de Limpieza y Gestión de Residuos un espacio dedicado a combatir este tipo de acciones. Así, las sanciones por 'grafitear' cualquier superficie oscilarán entre los 2.000 y los 3.000 euros, una subida sustancial si se toman como referencia los 600 euros actuales por pintar en mobiliario urbano, muretes, pilares y puertas. Los reincidentes, además, deberán rascarse el bolsillo a partir de los 4.000 euros, sextuplicando el importe mínimo que debían afrontar hasta la fecha.
Cifras al margen, lo cierto es que las firmas y garabatos se han convertido en un mal endémico que afecta por igual a enclaves históricos o de nueva construcción. La ruta avanza y los trazos de pintura asoman en la Plaza Mayor. 'Taqueos' en algunas columnas, cierres metálicos y dentro del arco de cuchilleros. Y ello, sin contar las marcas en los pilares de granito, incrustadas a pesar de los recientes trabajos de limpieza efectuados por el ayuntamiento. «Cada cierto tiempo vienen los operarios y con mangueras a presión los quitan», comenta un camarero, casi con desgana.
De paseo por La Latina, la huella de los vándalos se extiende a través de la Cava Baja y otras calles adyacentes hasta alcanzar el mercado de La Cebada. Un espacio, este último, donde en 2013 la intervención de Boa Mistura bañó de color su fachada en lo que entonces se erigió como el mayor mural de arte urbano en España. Casi una década después, el dibujo luce pisado (en el argot, tapar un grafiti con otro) por una decena de piezas realizadas en la parte alta del mismo. Precisamente, los puntos elegidos para dejar 'huella' no siempre son elegidos al azar. «Las suelen hacer en sitios que son imposibles borrarlas», comenta el presidente de la asociación de vecinos Cava-La Latina, Saturnino Vera, quien pone de ejemplo una antigua pintada en la iglesia de San Andrés. «Avisamos a Línea Madrid y la borraron, pero siempre quedan restos por el tipo de pared».
Para este representante vecinal, la solución pasa por poner más vigilancia policial, «una Policía más de barrio», y atajar de inmediato el botellón, «porque es ahí donde se producen buena parte de las pintadas». Saturnino alude a las 'pantallas antisuicidios' instaladas en la parte alta del viaducto de Segovia. «Las limpiaron y solo aparecieron pintarrajeadas cuando volvieron los botellones a Las Vistillas tras la pandemia». En Malasaña la situación no mejora. Al evidente deterioro de la plaza del Dos de Mayo, con el perímetro que rodea al monumento a Daoiz y Velarde cubierto de grafitis, se suma el calvario al que son sometidos algunas comunidades de vecinos, afectadas al comprobar los estragos de los vándalos en el interior de sus portales.
La ecuación, coinciden la mayoría de consultados, es simple: el casco histórico es el más afectado porque es donde los grafiteros más visibilidad tienen. Fuera del distrito Centro, la zona de Moncloa es otro de los focos marcados en punto rojo. Al evidente deterioro del Arco de la Victoria, atestado de pintadas en las losas de la parte baja del mirador, se suman los destrozos en el monumento a Vasco Núñez de Balboa, levantado dentro de un espacio propiedad de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). «No sabíamos de quién era la estatua, pero es lamentable que la tengan así», señalan tres adolescentes, a pocos metros de la misma. El Ayuntamiento ha instado a este organismo que depende del Ministerio de Asuntos Exteriores a que restauren el conjunto en varias ocasiones sin éxito.
Al paso por la glorieta de Embajadores, la estructura de un quiosco de venta de tabaco apenas muestra un hueco sin vandalizar. «He pintado varias veces la pared y al día siguiente ya vuelve a estar así. Es invertir tiempo y dinero para nada», explica el tendero, convencido de que la única forma de evitar el 'decorado' es cubriéndolo todo con un mural profesional. Y a veces ni por esas. Prueba de ello es la tapia de la antigua Fábrica de Tabacos de Madrid, manchada en su totalidad por los grafitis plasmados encima de los dibujos artísticos que la adornaban.
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