Insomnio vecinal por el caótico «cachondeo» en áticos y terrazas de Madrid
SOS Chamberí pide a Ayuso que mantenga el cierre de la hostelería a las 0.00 horas para poder dormir
Desde el fin del estado de alarma los pisos con azoteas son el epicentro del ruido en los barrios de la capital
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Iniciar sesiónSesenta terrazas han convertido la calle de Ponzano en el Tártaro vecinal. A las seis de la tarde comienzan a correr las copas y las cervezas, salteadas con música a todo volumen, gritos, risas y, la semana pasada, hasta una discomóvil que transforman ... la vía de moda en una suerte de discoteca al aire libre. Mientras la Comunidad de Madrid baraja permitir el regreso del ocio nocturno , Ponzano no lo echa de menos. El cierre de los bares, desde esta semana extendido a la una de la madrugada, no frena el ambiente etílico y sus desagradables escenas: jóvenes que orinan en los rincones, actos vandálicos en los portales, un vocerío perenne que impide el descanso de los residentes. Chamberí , como otros distritos de la capital, tiene insomnio .
«El ruido es infernal», son las primeras palabras por teléfono de la presidenta de la asociación vecinal El Organillo, Pilar Rodríguez, en pie de guerra desde hace meses contra las ‘terrazas Covid’ que han multiplicado las molestias del ocio prepandémico. Las sillas y mesas sobre las bandas de aparcamiento invaden Ponzano, Olavide, Alonso Cano, Bretón de los Herreros... Chamberí concentra 200 terrazas, el 30 por ciento de las 665 concedidas por el Ayuntamiento de Madrid para paliar los efectos de la crisis sanitaria.
Este martes, Chamberí se plantó. Un puñado de afectados, bajo el paraguas de la plataforma SOS Chamberí —creada hace un mes en una asamblea vía Zoom por las asociaciones de El Organillo, Trafalgar y Nosotras Mismas— se congregaron en Sol para pedir a la presidenta Isabel Díaz Ayuso que mantenga el cierre de la hostelería a medianoche. «Tenemos cientos de imágenes así, cientos de denuncias al Ayuntamiento que no se han tramitado», critica Rodríguez, «tenemos un problema de incivismo, un problema gravísimo de salud y de ocupación del espacio público». La administración regional no ha respondido. Las ‘terrazas Covid’, competencia municipal, se mantendrán hasta el 31 de diciembre y el Consistorio ya ha planteado extenderlas a 2022 . Los vecinos, como corearon el martes en el ‘kilómetro cero’, quieren dormir. «No estamos a disposición de que esto sea un cachondeo», zanja Rodríguez.
Continúa el incivismo y el incumplimiento: todos los bares abiertos más allá de las 00.00 h. pic.twitter.com/XLs23BALs1
— AVV 'El Organillo' (@ElOrganillo) May 30, 2021
La fiesta continúa más allá de los bares. El pasado fin de semana, la Policía Municipal batió el récord de multas por botellón desde el estallido de la pandemia, un total de 1.069 sanciones en las noches del viernes, sábado y domingo. También interpusieron otras 32 a locales que incumplían el horario o el aforo permitido. Sin embargo, existe un tercer foco del bullicio, a varios metros sobre el asfalto y más complicado de atajar por los agentes. El fin del estado de alarma el pasado 9 de mayo ha borrado los límites al jolgorio y las que fueran fiestas clandestinas ya no tienen por qué ocultarse.
El paradigma de la noche
El ‘edificio de Mazda’ se ha labrado un nombre en poco más de un año. Primero, por unas incómodas obras y, en las últimas semanas, por ser uno de los epicentros del ruido en el barrio de La Guindalera . La madrugada del pasado sábado, la música brotaba de una de las terrazas de este bloque a espaldas de la plaza de toros de Las Ventas y retumbaba en varias calles a la redonda. Muchos vecinos llamaron a la Policía sin éxito, según ha podido saber ABC, y la fiesta se alargó hasta las cuatro de la mañana. «Desde que acabó el estado de alarma ya es la tercera», cuenta una vecina que prefiere guardar el anonimato, «la gente está súper alterada» .
En el ‘edificio de Mazda’, un inmueble sobre un concesionario de la marca en el número 18 de la avenida de los Toreros, el vecindario achaca las sucesivas juergas a la juventud de los nuevos inquilinos. El bloque se erige junto a una zona residencial , plagada de adosados y casitas bajas, que sufren los ‘conciertos’ con resignación; el primero, el mismo día en que desapareció el toque de queda. «Está lleno de fiestas, también en los chalés de alrededor», afirma una voz de mujer mayor al otro lado del telefonillo, en la parcela que enfrenta el ‘edificio de Mazda’. Se llama Marta y cumple cuatro décadas en La Guindalera. «Vamos de mal en peor» , resopla. A 700 metros, en otra área apacible atravesada por calles peatonales, las terrazas de un tercer piso también desatan las quejas vecinales.
«Millones de veces he hablado con ellos, pero se ríe de tí, directamente. Dicen que están de fiesta y que tienen derecho a divertirse», explica Mati
Hace mes y medio, con el estado de alarma aún en vigor, la Policía desalojó a 14 personas del tercero en el número 24 de Andrés Tamayo. Ahora no hay restricciones que impidan sus reuniones multitudinarias, salvo las ordenanzas municipales sobre el ruido. «Millones de veces he hablado con ellos, pero es un cachondeo, se ríen de ti directamente, dicen que están de fiesta y que tienen derecho a divertirse », explica Mati, que vive desde hace 25 años en la segunda planta del bloque y cerca de un lustro bajo este piso compartido y problemático. El segundo ejemplo en un pedazo del distrito de Salamanca que ilustra, para castigo de los vecinos, el nuevo paradigma de la noche madrileña.
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