la LUPA
El traje de Conde Roa
Ha hecho más en un día el alcalde de Santiago por la defensa de lo gallego que todas las proclamas de la caverna nacionalista en la última década
Reconozco mi incapacidad para convertir esta columna más o menos ceñida a la actualidad en crítica de moda, ni siquiera como paso previo a su conversión a la mucho más lucrativa prensa de las vísceras. Pero no queda otra que elogiar el atuendo exhibido por ... el alcalde de Santiago, el popular Gerardo Conde Roa en estas últimas jornadas, que ha logrado más en defensa de las tradiciones gallegas que todas las proclamas que lanzan desde la caverna los desnortados dirigentes del BNG.
El edil se presentó vestido de traje de guarda en la solemne ceremonia oficial el Día del Apóstol, acabando así con la timidez acomplejada de sus antecesores, los populistas de la élite Gerardo Estévez y Sánchez Bugallo. La exhibición de galleguidad ha conmocionado incluso a quienes se ausentaron de los actos, empeñados PSOE y BNG en evitar cualquier imagen de unión para poder defender sus sectarismos en sendos actos partidistas. No es el gesto de Conde Roa una simple cuestión estética. Esconde todo un empeño por la recuperación de unas tradiciones perdidas, quizás porque la progresía que se ha apoderado de la cultura no ha visto en ellas una lucrativa fuente de negocio, que ya se sabe en qué SGAE’ S suelen terminar muchos de los adalides de la confusión entre ofensa a las creencias —sean las que fueren— y libertad de creación.
Los trajes tradicionales estaban quedando paulatinamente relegados a los grupos musicales y las compañías de danza, mientras se estimulaban desde las instituciones mercadillos medievales o festivales exógenos. Hay que reconocer que el cuestionado presidente de la Diputación de Orense, el patriarca de la dinastía de los Baltar, sí defendió con acierto la supervivencia de un instrumento de tanto apego a la tierra como la gaita, pero fuera de su reducido círculo pocos esfuerzos se han hecho para preservar lo propio.
Mientras se desgañitan por los pasillos con ocasión de la «memoria histórica», reducida a arma para movilizar a sus votantes a través de una meditada estrategia del conflicto, la izquierda ha dejado de lado la defensa del impresionante folclore gallego, tan variado como su geografía y defendido sólo por algunos románticos como Mero, el maestro de Mesía convertido en sistemático antropólogo para preservar una riqueza en vías de extinción.
Mientras andaluces, aragoneses o valencianos lucen sus mejores galas tradicionales en sus festividades—en abierta competencia por la primacía cromática el zaragozano Día del Pilar y las Fallas valencianas con la feria de abril de Sevilla— en Galicia se han perdido entre nidos de polilla, ocultos en baúles olvidados, buena parte de los que conformaban un tesoro de diversidad.
Es de esperar que cunda el ejemplo, que permitirá demostrar que la defensa de lo gallego no se circunscribe a la utilización nacionalista de la lengua
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