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LOS ÁNGELES DEL MAR

«Ves olas de diez metros y asustan... pero bajas igual»

Los equipos de Salvamento Marítimo auxiliaron el pasado año a una media de 43 personas por día

Isaac (derecha) salvó a Manuel (2i) durante un arriesgado rescate MUÑIZ

PATRICIA ABET

La previsión para ese domingo anunciaba vientos de más de 110 kilómetros por hora y olas por encima de los ocho metros de altura , pero los tripulantes del «Helimer 401» no suelen consultar el tiempo antes de entrar a trabajar. «Es una forma de desconectar, prefiero no saber lo que me voy a encontrar», explica uno de estos rescatadores acostumbrados a descolgarse desde quince metros para salvar a marineros en apuros. Los turnos de trabajo de los equipos aéreos de rescate de Salvamento Marítimo abarcan de las 12 de la mañana a las 12 de la noche , por lo que a los cinco jóvenes que estaban de guardia el día que el «Novo Jundiña» se hundió a 50 millas de la costa de La Coruña les faltaba apenas una hora para irse a su casa. La alerta por naufragio que enviaron desde la torre de control llegó a las 22.15 horas y, diez minutos después, la nave estaba en el aire. «Nuestro tiempo máximo de reacción es de quince minutos» , explica el piloto de este helicóptero, el más potente de toda España.

Llegar a la zona del hundimiento no fue sencillo porque las tormentas y la mala mar dificultaron las maniobras de acercamiento. Una vez en el punto indicado, los dos rescatadores abrieron la puerta del helicóptero y valoraron la situación. «Es lo primero que hacemos, diagnosticar desde el aire» , explica Guillermo Masón a ABC. Lo que vieron ese día, en medio de la oscuridad y las olas, fueron las balsas en las que los once tripulantes del barco esperaban ayuda del cielo. Y se descolgaron de inmediato. Primero bajó Manuel y después Isaac, el último en superar las pruebas de acceso y entrar en este equipo compuesto por un piloto, copiloto, gruista y dos rescatadores.

Emociones disparadas

Mano a mano, y con ayuda de una polea y una cuerda de acero que soporta 270 kilos, en una hora habían subido a casi una decena de tripulantes. Pero en la recta final del rescate, tocando la medianoche y cuando solo quedaban dos personas en el agua, la balsa en la que Manuel los estaba asiendo para finalizar el rescate volcó por el golpe de una ola. A toro pasado, las emociones de su compañero se siguen disparando al recordar ese momento. «Los náufragos quedaron debajo de la balsa liados por las cinchas que les ponemos y mi compañero salió disparado . Tuvimos que decidir a quién rescatábamos primero y él era el más preparado. Los otros dos estaban en una situación muy vulnerable y si no llegamos a priorizar subirlos a ellos antes...». Isaac deja la frase colgando, coge aire y retoma el relato. «Mientras rescataba a las dos últimas víctimas mantenía contacto visual en todo momento con Manuel, que luchaba por mantenerse a flote, pero de repente, lo perdimos», recuerda.

Ni el piloto que lo estaba siguiendo con la cámara térmica ni el otro rescatador lo encontraban, y el combustible se agotaba. «Fue el momento más angustioso que he vivido. Pensé que lo habíamos perdido, que habíamos ido allí para ayudar a unas personas en peligro y nos íbamos a dejar a un compañero —traga saliva—. Hasta que lo localizamos de nuevo, pasados diez minutos, y respiré». Rodeados por olas de ocho metros, los dos se abrazaron. El rescatador rescatado estaba al límite después de unos minutos eternos en los que «lo vi todo negro». «Nunca nos habíamos alegrado tanto de vernos las caras», reconocen a los pies del helicóptero que los devolvió a tierra. Isaac y Manuel regresaron a la base junto a las once personas que esa noche volvieron a nacer .

Fortaleza física y mental

Formar parte de un equipo de rescate aéreo no es fácil. Los aspirantes deben superar pruebas teóricas, físicas y psicológicas que garanticen que no se van a quedar bloqueados en medio de una intervención. «Hay que ser de otra pasta», explica el jefe de Salvamento Marítimo en La Coruña, en contacto directo con estos «ángeles del aire». «Nos llaman así porque llegamos a los sitios volando y salvamos a la gente, pero es nuestro trabajo y también nuestra vocación », se abre Isaac, un chaval risueño que dejó la Marina Mercante por montar en uno de esos helicópteros que «veíamos pasar cuando éramos niños y estábamos en la playa». Acostumbrados a inviernos en los que los temporales se encadenan, los tripulantes del «Helimer» también participaron en el rescate de 16 marinos del buque «Modern Express», que se escoró más de cincuenta grados cargado con 3.600 toneladas de madera frente a la costa lucense. Sonríen y comentan que ha sido «un mes intenso». Es su forma de decir que se han jugado la vida bajando a un buque en el que los náufragos estaban tumbados en cubierta «casi de pie».

Guillermo fue la persona que los subió, uno a uno, en medio de una borrasca que le impedía descender en línea recta. Tiene 33 años y una experiencia de siete a bordo del «Helimer». También la sangre fría suficiente para «poner a la par la vida de las personas que vas a rescatar y la tuya» . Al igual que el resto del equipo, Guillermo se sacude la etiqueta de héroe y confiesa que bajar del helicóptero con vientos de más de cien kilómetros por hora y olas como castillos «asusta mucho, pero no lo piensas». La filosofía de trabajo de los efectivos de Salvamento Marítimo es minimizar riesgos, aunque «el límite siempre lo ponemos más allá de lo que la gente suele pensar», matizan. A punto de dar las doce de la mañana, toca cambio de turno y los compañeros se relevan. Hay aviso por alerta roja en toda la costa gallega, pero ellos aún no lo saben.

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