La pandemia que alumbró una ‘nueva clandestinidad’
Gimnasios, fiestas ilegales y hasta misas secretas eclosionaron en los meses más duros del confinamiento
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Iniciar sesiónLa pandemia que vive el mundo desde hace un año ha bañado de secretismo y discreción muchas actividades que sobrevivieron durante el confinamiento y el toque de queda revestidas del magnetismo que otorga la clandestinidad . Desde misas hasta fiestas, pasando ... por los botellones ilegales que se suceden aún casi a diario en toda España. Durante meses, una gran variedad de eventos cotidianos que se sucedieron a lo largo y ancho del país entre el mutismo y la ilegalidad ante el interés de los sociólogos –que observaron la recuperación de dinámicas de comportamiento propias de tiempos pretéritos– la indignación de sanitarios y autoridades.
Ricard V., un entrenador personal de 27 años, explica a ABC el fenómeno de los gimnasios secretos que se multiplicaron en ciudades como Barcelona o Madrid durante los meses de cierre más severo. «En el mundillo del ‘fitness’ se hicieron muy populares durante el confinamiento» , expone. «Los casos que yo conozco al principio no cobraban mucho, pero al ver el negocio acabaron pidiendo unos 100 euros mensuales. Puede parecer mucho, pero a la gente que compite o que toma anabolizantes le sale a cuenta porque no pueden dejar de entrenar», añade. Estos centros deportivos, apunta, eran mayoritariamente pequeños gimnasios de barrio, muchos ligados al culturismo o las artes marciales , que hacían entrar a sus usuarios por la puerta de atrás para no levantar sospechas, algo que indignó a los centros más grandes, que cerraron e hicieron ERTEs.
Otro caso curioso es el de las ‘ misas clandestinas ’ en las que participó Paula R., una joven de Barcelona. «Yo era totalmente consciente de la pandemia cuando iba, pero consideré que Dios era lo más importante, soy de misa diaria y lo necesitaba para seguir viviendo. La verdad es que durante todo el confinamiento fui a misa cada día», resalta. «La puerta estaba abierta porque las iglesias no cerraron, un día entré y vi como los sacerdotes celebraban el oficio igual, aunque no estaba ni convocado ni anunciado. Éramos siempre cinco o seis personas, estábamos de espectadores y, al final, nos acercábamos al cura para que nos diera la comunión», añade. Paula destaca que esta práctica tuvo lugar en muchos lugares y que la mayoría de los feligreses eran personas jóvenes. «Igual que se podía ir al súper o a comprar tabaco, íbamos a misa. No eran para fieles, pero tampoco nos echaban de allí», resume tras reconocer que tanto el Papa como los obispos pidieron no hacer celebraciones presenciales durante la pandemia. De hecho, este sacramento no pudo volver a celebrarse en público hasta la desescalada, a partir del mes de mayo, y siempre rodeado de estrictas medidas de higiene y distancia aún vigentes.
Raves y discotecas «mudas»
«La historia nos enseña que siempre que ha habido una pandemia ha surgido una vida paralela a las restricciones oficiales , que han sido la receta habitual contra las pestes desde tiempos inmemoriales», resalta el psicoanalista y profesor de psicología de la UOC José Ramón Ubieto . A su parecer, la sociedad fue capaz de tolerar el tedio de las restricciones contra el coronavirus durante las primeras semanas de la pandemia, cuando todo parecía un capítulo pasajero, pero con la prolongación de las medidas (en España el estado de alarma se ha renovado hasta en seis ocasiones desde marzo) empezó a imponerse una cierta resistencia. «Un cierto grado de clandestinidad y secretismo con las escapadas y las primeras veces siempre ha formado parte de la juventud y la adolescencia», señala este psicólogo autor de «El mundo pos-COVID» (Ned, 2021) .
Quienes han seguido con mayor intensidad los esfuerzos de una parte –minoritaria– de la población para escapar de los corsés de las restricciones han sido los agentes del orden, especialmente las policías locales. «En Barcelona, entre el 25 de octubre y el 30 de enero se han desalojado 36.000 personas de 1.198 espacios distintos », revela a ABC el inspector Jordi Oliveras , portavoz de la Guardia Urbana de la capital catalana. Las cifras de Barcelona van en la línea de las de toda España. «En general ha reinado un cumplimiento masivo de las normas, pero la desescalada, el cansancio y el ahogo económico de algunos negocios ha motivado un aumento de los incumplimientos», reconoce el agente.
Aunque lo más habitual siguen siendo los botellones y las fiestas en lugares apartados, han aparecido nuevos géneros, como las discotecas «mudas » en las que los asistentes llevan auriculares conectados a un DJ para extremar la discreción, las fiestas sexual es organizadas a través de aplicaciones para ligar o festivales como la «rave» que tuvo lugar en Llinars (Barcelona) en fin de año, y que tenía detrás varios meses de preparativos en secreto.
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