spectator in barcino
La flotilla la pagamos entre todos
De 2005 a este 2025 el discurso antijudío de las izquierdas ha crecido en progresión geométrica hasta estallar con el pretexto de los muertos en la guerra en Gaza
Artículos de Sergi Doria en ABC
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Iniciar sesiónLas relaciones de Cataluña con Israel comenzaron a torcerse hace veinte años. Aquel viaje de Pasqual Maragall y Josep Lluís Carod-Rovira a Tierra Santa. Momentos bochornosos. La rabieta del líder de Esquerra: no asistió al homenaje a Yitzhak Rabin porque no ondeaba la bandera ... catalana. Maragall llega tarde a la cita con Edhud Olmert. El ministro atribuye el retraso a que el President celebraba la Liga del Barça. La expresión aburrida de Maragall en el Muro de las Lamentaciones. Y una desdichada fotografía para la posteridad. A la salida del Santo Sepulcro Maragall le hace una foto a Carod con una corona de espinas. «¡Esta sí que es buena!», jalea el de Esquerra. Parecen dos ejecutivos de medio pelo en un viaje de empresa. Un año antes, el entonces «consejero jefe» de la Generalitat en el tripartito se había reunido en Perpiñán con Josu Ternera y Mikel Antza. Del cónclave con los gerifaltes de ETA nada sabía Maragall: aquellos días estaba de viaje oficial. Y Carod era presidente en funciones de la Generalitat. Entre los acuerdos, una indicación a los etarras: antes de atentar mirad el mapa. Aunque Carod negó el pacto siniestro, la tregua de la banda terrorista en Cataluña lo puso en el ojo del huracán… De ahí la risa nerviosa al tocarse con la corona de espinas impuesta por el presidente al que traicionó.
De 2005 a este 2025 el discurso antijudío de las izquierdas ha crecido en progresión geométrica hasta estallar con el pretexto de los muertos en la franja de Gaza. La demonización de Israel culminó en la ruptura de relaciones de Barcelona con Tel Aviv y esa «flotilla kufiya» de la que se desconocen sus financistas. Tampoco apareció el cargamento humanitario, ni las contusiones de quienes denuncian ser víctimas de torturas físicas y psicológicas en un cautiverio que comparan con «un campo de concentración entre Guantánamo y Auschwitz». Con esta banalización del Holocausto, a cargo de un tal Bordera de Compromís, urge verificar las lesiones de los activistas: ya se encargará de eso Jaume Asens. Contará con el testimonio de los dos exetarras que iban en la flotilla. O del concejal de Esquerra Jordi Coronas (vaya apellido para un republicano): pintó «Free Palestina» con un pimiento en la pared de la celda y ahora pretende cobrarnos los treinta y cinco días de absentismo municipal. O de Ada Colau: con esta campaña marinera reactiva su desgastada ejecutoria -ocho años volcados en la degradación de Barcelona- para relanzarse en la política nacional.
¿Y todo esto quien lo paga? espetaría Josep Pla. Pues lo pagamos todos: los vuelos de vuelta en avión, los cristales rotos de las tiendas «sionistas», los grafitis que habrá que limpiar y el mobiliario desventrado en las manifestaciones propalestinas. La izquierda «wokista», que rotura la sociedad en «identidades» y «racializaciones», es más partidaria de la emocionalidad violenta que de la racionalidad autocrítica. Lo advertía el filósofo Michel Lacroix en 'El culto a la emoción': «Corremos el peligro de que el retorno de la emoción nos conduzca rápidamente a la barbarie». Porque el sujeto «emocionado» -sucedió con el 'proceso separatista- es presa fácil del «agitprop» gubernamental que santifica la algarada. «Nos conviene que haya tensión», susurró Zapatero a Gabilondo sin percatarse de que el micrófono seguía abierto. Aunque se esté concretando el plan de Trump, la embrionaria paz no evitará otro asalto a las calles el miércoles 15. Mientras el gobierno sanchista busca otro relato para movilizar al electorado, sus socios de extrema izquierda no van a permitir que la realidad les estropee los eslóganes. La convocatoria «antisionista» sigue vigente. Contra el «genocidio», dicen.
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