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El atraco de unos quinquis que hizo temer un segundo 23-F

El asalto al Banco Central puso en jaque al Gobierno democrático, con la toma de 300 rehenes, tres meses después del golpe de Tejero

Personal de Cruz Roja ante el Banco Central durante el secuestro de 1981 JOSÉ GARCÍA
Elena Burés

Elena Burés

Barcelona

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«Los secuestradores habían dado un ultimátum que podría concluir a las 11.30 con la ejecución de cinco rehenes. En medio del tenso silencio que mantenían los miles de barceloneses que se apretaban tras los cordones policiales, las palomas cruzaban la plaza de ... Cataluña, absolutamente vacía, en una escena que parecía surrealista. Las campanadas del reloj del Banco señalaron que se había cumplido una hora y no había noticias de que las autoridades policiales hubieran accedido a las demandas de los terroristas». Así lo escribió, tres meses después del 23-F, un redactor de Nacional de ABC, tras subir a un avión en Barajas con destino Barcelona. Aunque eso lo sabrá después, en el mismo vuelo viajaron también efectivos del Grupo Especial de Operaciones (GEO), que transportaban sus armas en la bodega. El destino de todos ellos fue la sede del Banco Central. Un atraco con rehenes. «Yo no hacía sucesos», recuerda Luis Peiro, más de 40 años después. Quizás por eso lo enviaron a la capital catalana, porque durante las primeras horas, después de que los asaltantes pidiesen, por escrito, la liberación de Tejero, sobrevoló una idea: que quienes habían tomado casi 300 rehenes en el edificio de siete plantas en la plaza de Cataluña eran guardias civiles. De hecho, la sospecha inicial fue que uno de ellos era Gil Sánchez-Valiente, uno de los presuntos implicados en la intentona golpista, que consiguió huir del Congreso.

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