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Lucha, esperanza y salvación

El Don de la batalla, por María Luisa Mora Alameda. X Premio Nacional de Poesía «Ciega de Manzanares» 2011. Ayuntamiento de Manzanares-Ediciones Vitrubio Madrid, 2012. 82 páginas

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Por amador palacios

Los elementos temáticos de la poesía del último libro de poemas de María Luisa Mora El don de la batalla se hallan muy acotados en este nuevo contorno poético: «Siempre son esos mismos: / aquellos que dirigen / la ruta de los pájaros celestes». ... La poesía que contiene esta reciente colección poética luce como una góndola, elegante y esbelta, amarrada en el muelle, cabeceando y esbozando, leve, su danza mesurada: «Irremediable sombra / que azota, con su sed, nuestros anhelos». Góndola meditabunda sumida en esas horas de la madrugada discurriendo muy turbia el agua del Canal y dominando un gran helor en el ambiente: «Equivocarse es habitual. / La gente se equivoca / al levantarse de la cama. / Pone el pie en el suelo / y cae / rodando cuesta abajo / de su angustia». Amanece y a pesar de que los palacios, que lame el agua, ya refulgen, esa góndola, «en lugar de la luz / que ilumina la tierra prometida / encuentra una tristeza / que enlaza al infinito». En la jornada, como traguetto, cruza el Canal una y otra vez sin pasar bajo los bellos y altos puentes esa góndola esperanzada: «Pero, al fin, lograremos / avanzar por la tierra que habitamos, / aún heridos, confusos. / Y, algún día, / no sabemos dónde ni cuándo, / podremos conquistar / el invisible reino del mañana». Bajo el peso del pasaje y los cantos del gondolero, esa góndola estilizada y sufriente oculta, en el flanco de su quilla que trilla el agua, la pura esencia de su resignación: «A cavar, sin descanso, una trinchera / tras la que guarecernos / de la desesperación y del olvido».

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Bregando en su monótona faena esa pequeña embarcación se consuela con alzar un poco la vista y contemplar las cúpulas, el radiante firmamento cobijándolo todo, la fondamenta repleta de la espontánea simpatía de los viandantes que, a su modo, también batallan como ella. En la cercanía de las aves que sorben pequeños buches, «albergaba su pecho / la jubilosa fuerza / que algunos pájaros transportan en sus ojos». A veces, esos versos que discurren por el poema como una góndola sinuosa, desfallecen, el consuelo se desvanece, y aceptan que lo único que persiste «es el recuerdo gris de lo imborrable». La gente se dispersa a cenar en los alrededores de la anchurosa plaza, compran últimas bagatelas en las tiendecitas instaladas en el pasamanos del puente. Es el atardecer y la góndola, de nuevo amarrada, digiere un trago amargo soñando un mañana espléndido que desdichadamente augura lo imposible: «¿Cómo volverás a ver la Aurora con tus ojos asombrados?», «sigues / condenada a caminar sobre la Tierra», «para qué tanta lucha».

Sin embargo, esa mañana incierta ya ha llegado . La sentencia de la pequeñita, negra y bruñida nave ha dado su fruto: «Tienes una misión difícil. / Eres el espía de las madrugadas / y guardas el secreto de tu oficio». La salvación se cumple, se conforma la remisión de esa pertinaz góndola poética. Se desata de sus amarras, abandona la fermata y se burla del gondolero y de los pasajeros que aguardan. Ya no cruza el Canal, sino que continúa por su dinámica corriente. La poesía de El don de la batalla de María Luisa Mora, que comparamos a una sutil y silenciosa góndola, ha tomado plena conciencia de su estatuto poemático y es libre navegando por el agua azul y espumosa del Canal Grande. Una poesía que, naturalmente, cae «sobre el cuaderno / igual que caen las gotas de la lluvia / sobre el campo.» Nuestra góndola, camino, sin saberlo, del mar, se aproxima a la anchura del Bacino y no puede sino exclamar: «Quiero alcanzar la luz, / que el verso sea / toda una pradera iluminada / dándome / la fe que necesito / para mirar el mundo de una forma / más nítida». Radiante y liberada discurre nuestra góndola hacia las esferas lucientes que, ya por siempre, la nutren. La pobre góndola ha probado, por fin, el jubiloso día de la victoria, logrando, «al fin / alcanzar la verdad, la luz / y la alegría», siguiendo una «andadura gris hacia lo alto», a punto de arribar, religiosamente, al verdadero día «en que toda la belleza me fecunde».

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